Aleida
Querida mía,
Convencido de que en este punto geográfico por pocos conocido, podría saludarme un clima tan maravilloso como el de nuestra bendecida isla -por rodearme de un ambiente épico como el que marcó la sublime epopeya- , me aventuré a este lejano confín de la Tierra, dispuesto a entregarme una vez más por nuestro ideal de libertad y ruptura de este orden perverso y opresivo que condena al mundo a unas pocas décadas de infelicidad, hasta su definitivo colapso.
Pero las dificultades comenzaron al sólo echarnos a rodar. No me acompañaron tantos amigos como esperaba. Por otra parte, algunos camaradas nos dieron la espalda, rápidamente embelesados con tanta oficina y protocolo que suponen el hecho y acto gobernar. Cuídate de ellos: ya no poseen la energía y el espíritu suficiente para seguir adelante con los ideales de la Revolución. Enseñaba Lenin -y eso lo aprendió sobre la sangre de su hermano Sasha, tempranamente segado de la vida y de la historia- que la estrategia revolucionaria no acaba con la toma del poder. Es necesario aún más ingenio, talento y trabajo para sostenerlo en el tiempo.
Y yo creo, mi pequeña princesa, que como en el amor más noble, el solo abordaje o conquista de la atención de nuestra amada o amado no es el fin, sino el medio que permite comenzar a descubrir ese enorme continente que se abre a nuestra sensibilidad; y mientras tanto, consolidar ese apasionante motivo de nuestro interés.
Así ocurre con el poder, mi amor. Yo que realmente lo tuve, lo ejercí y luché para tenerlo, y esto créeme que no lo digo ligeramente, sé que el acceso a sus privilegios encierra una trampa fatal, un canto de sirena que más que arrastrarnos encandilados, debe ponernos en guardia una vez más.
Por ello asumo la vida sin blasones, sabiéndola pletórica de retos.
Volvamos a mis decepcionantes días. Esperaba el cotidiano abrazo del sol, pero el crudo experimento de tu ausencia, me eclipsa y condena al extremo depresivo. Mientras apronto las fuerzas con las que iniciaré, en plena selva, la conocida y temible lucha de foco, y repaso apuntes de táctica e imagino las arengas con las cautivaré al campesinado -aunque no tomé la previsión de conseguir un traductor y todavía no sé en qué idioma o dialecto me comunicaré con ellos-, lo habrás advertido, te echo notablemente de menos. Aunque ayer te imaginé compartiendo el mate -atávica costumbre que traigo de mi lejano y ausente país- aprovechando los últimos retazos de la aurora; y creo firmemente que estuviste aquí conmigo. Vivencia intensa, fue centelleante y veloz: como la gloria.
Debo prepararme para una lucha muy dura, en un ambiente extremo, sin información alguna. Sabes bien, los que deciden están dispuestos a dejarme ir: quizá valga yo más como mito en esta hora, que como hombre de carne y hueso.
Mientras tanto, te sigo extrañando, escribiéndote poesías y añorando tu mirada penetrante, tu frente serena -que derrama un torrente de picardía cuyos surgentes desbordan en esa cómplice y generosa sonrisa- y esa figura perfecta, que como en la inspiración de Baudelaire, parece copiada de los más fascinantes monumentos antiguos.
El destino de trascendencia me separa cada vez más de mi instinto de hombre común. Pero tenlo en cuenta: siempre preferiré estrecharte en un beso, y divertirme contigo mientras escuchas de mi propia voz algunas de estas tonterías, a que algún día muchos -incluso tu misma- se conmuevan leyendo mis misivas, sorprendidos por mi entusiasmo y porfía en el intento -no siempre conseguido- de engarzar las palabras.
Se despide, quizá para siempre, augurándote los mejores deseos.
Tatú
Texto: José Emilio Ortega. Cordoba (R.A)
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