Contaba, en una de sus charlas memorables, Almudena Grandes, que era una niña gorda, peluda y grande. Jamás la cogían para ser angelito o representar a la Virgen María en las fiestas de Navidad; siendo torpe y un poco rara no era popular en el colegio. Le daba igual, decía entre risas, porque ella tenía un super poder. Cuando llegaba a su casa, era una naufraga en la Isla del Tesoro, vivía entre pigmeos, viajaba al fondo submarino, o participaba de las aventura de Huckelberry Finn…porque le gustaba leer y se sumergía en mil vidas con el superpoder que dan los libros.
Yo, que he sido niña solitaria y poco popular como ella, me ha ocurrido lo mismo. Costaba hacer amigas estando acostumbrada a fantasías de hija única entre soledades y desamparos, por lo que el refugio seguro eran los libros. Creo que es bastante común entre escritoras/es el sesgo. Almas solitarias que encuentran refugio y acomodo entre las hojas de ese invento magnífico que son los libros.
Incluso antes de la imprenta, antes de que la letra escrita existiera, imagino a nuestros/as abuelas en las cuevas después de una buena cena de mamut asado, en torno a una fogata en las largas noches invernales de la Prehistoria, contando cuentos de caza, de luchas heroicas ante un animal salvaje, de huidas, de alguna perdida dolorosa…mientras el resto de la tribu asistía hipnotizada siguiendo el relato. Mucho antes de saber que era la literatura existían los cuentacuentos, literatos populares, juglares que contaban la vida de otros seres por puro entretenimiento y deleite del pueblo. Iban de pueblo en pueblo recitando poemas de amor o picardías que divertían a los convecinos.
Eso es la literatura. Contamos la vida para deleite del resto del mundo y para contarnos a nosotras mismas, las dudas, los miedos, los pesares y las emociones. Somos humanas contadoras de historias para gusto y crecimiento del resto. Los libros poseen el super poder de eludirnos, enseñarnos y hacernos crecer, aunque a veces nos tornan niñas descubriendo mundos primigenios y amorosos.
En una ocasión, se preguntaba Rosa Montero si prefería condenarse el resto de la vida a elegir entre no leer o no escribir. Elección difícil. Afirmaba que para ella y muchas de las personas que la escuchábamos, era imposible vivir sin leer…aunque sin escribir, para algunas, la vida sería terrosa y difícil. Confesábamos todas que no concebíamos la vida sin leer.
El milagro del libro es tan grandioso que nos permite sumergirnos en el fondo de unas páginas olvidando los dolores, grandes o pequeños que la vida nos infiere. Soy testigo de mi propia vida y de la compañía que me han ofrecido los libros en los duros momentos por los que he ido atravesando. Un libro no necesita enchufe, ni conexiones, ni grandes emporios para ser útil. Un libro nos salva. Un libro nos divierte. Un libro nos enseña. Es tanto por tan poco que nos sigue pareciendo milagro.
Claro que para que el milagro se produzca es imprescindible que haya creadoras de literatura. Cosa ardua en los tiempos mercantilizados que vivimos. Escribir es cuestión de cierta capacidad o talento natural, de mucho trabajo, disciplina y de oficio…Publicar es tarea tan ardua y contradictoria que muchas veces ahoga a la autora/or por agotamiento. Hay editoriales famosas que solo editan a su gente, gente famosa, gente conocida, gente afín. No aventuran ni arriesgan jamás. Van a los seguro, a lo conocido…La respuesta de: cerrada recepción de nuevos manuscritos es norma común de casi todo el plantel editorial español. Comprendo que hay casi más escritoras que lectoras pero me pregunto ¿a quién sacan? ¿cómo son capaces de conocer nuevos talentos si no reciben manuscritos? ¿En serio no tienen tiempo para lectura de no más de diez páginas de alguien desconocido? ¿no sienten la curiosidad de que surja el milagro? No puedo imaginar un negocio al que le llegan novedades y responde que no, que ya conoce y tiene todo lo que necesita y no prueba más. Claro que esas mismas editoriales publican libros de amigas/os, de encargos o de gente con afinidades poco confesables.
De las pequeñas que se conforman publicando a desconocidas, un numero alto desatienden al autor/a con un desdén rayano en la indecencia, y algunas (he sido víctima de ello) timan o engañan con malevolencia.
Y así se van llenando las estanterías de nuestras librerías con material anodino, similar unos a otros, con historias predecibles y relatos infantiloides además de exentos de talento literario, lo cual se considera un lujo prescindible porque lo que da dinero son las historias que marcan las modas literarias del momento.
Momentos hubo de eclosión de novela histórica, o de autoficción…quizá ahora estamos en la rampa de literatura fantástica, pasada la moda de la novela negra al filo del bombazo de la extraordinaria saga de Millenium, a la que le han crecido sosias, si son de país nórdico mejor, malas imitaciones de algo bueno. O los predecibles nobeles y/o académicos, siempre nominados y nunca premiados que forman pléyade de éxitos editoriales que predicen autor (casi siempre en masculino) del siglo para quedar en nada o en libro de baratillo, al poco tiempo.
Estereotipados académicos que consiguen éxito de ventas escribiendo el mismo libro tras libro, trasladando la acción de siglo, una vez con pistolón decimonónico, o florete medieval, sin ningún talento literario, con nula búsqueda de novedad semántica o de arquitectura novelesca, incapaces de ensayar formulas novedosas…o haciendo lo que siempre se hizo pero cultivando el lenguaje, las formas literarias y el fondo psicológico de los personajes.
Producir, producir y ensamblar éxitos momentáneos que llenen los stands de la Ferias de Libros a los que van los eclécticos autores, pavoneándose entre jovencitas mientras los egos saltan la valla de seguridad y se eleva a los cielos.
Produciendo basura literaria a mansalva…porque las editoriales no reciben nuevos manuscritos…
Esta es la triste historia que adolece la literatura en este momento. El mercantilismo y la especulación han tomado la batuta y solo se produce novela predecible, poesía sinsorga y relatos breves que se puedan leer entre estaciones de metro. Triste conclusión y queja amarga de quien mantiene la esperanza y el amor a la literatura por encima de los mercachifles que la prostituyen.
Claro que, como norma, podemos recurrir a los clásicos, a la vieja novela que ha trascendido el tiempo y sigue fresca y lozana como cuando salió…es altamente posible que esos autores/as celebrados ahora como clásicos tuvieran los mismos problemas de edición a los que nos enfrentamos ahora. A Galdós le malpagaban sus editores, Neruda se autoeditó y Kafka no publicó nada en vida, el Ulises se publicó gracias al tesón de unas mujeres que sí recibían manuscritos… Cosa que nos consuela al enorme pelotón que seguimos en la brega contemplando entre nubes plomizas la meta volante.
Mientras tanto, lean, lean todo lo que puedan, a ser posible literatura de calidad. No engrandezcan la bolsa de especuladores de las letras. Busquen y saboreen una buena lectura que les hará más sabias, más felices y menos transigentes con la mediocridad.
María Toca Cañedo©
Cuanta razón tienes. Felices libros que nos enseñen a pensar, a empatizar, a ser más listos.
No me solidarizo: me identifico.
No me solidarizo: me identifico.