-Tu abuelo intentó matarme.
El joven taxista sabe adónde me lleva, conduce con la seguridad y la precaución que reclamaba Perlita de Huelva, la reina del fandango. Todo el mundo sabe que el rey del fandango era Rafael Farina, el único niño conocido que nació en un pajar y no el galileo. Perlita se apropió del título y con él empezó a recorrer tablaos, sin reparar que el fandango también pertenece a La Niña de la Puebla, a Estrella Morente, a La Niña de los Peines, a Carmen Linares, a Bernarda y Fernanda de Utrera las nietas de Pinini, a tantas y a tantos.
A mi pueblo llegó en los años 50 una compañía de teatro. El teatro ha sido siempre andar y andar los caminos como dejaron escrito Atahualpa Yupanqui y Romildo Riso, menuda milonga. La compañía era pequeña: un matrimonio y un mozo, Manolo el Extremeño o Manolo el Labrador, que de las dos formas intentó triunfar cantando fandangos cuando se independizó del matrimonio de faranduleros y se fue solitario. El mozo, al terminar la función, cantaba a la carta. O sea, cantaba lo que los otros mozos del pueblo le pedían. Hasta con Pepe Pinto, el marido de La Niña de los Peines, se atrevía aquel Manolo.
El joven taxista es extremeño como Manolo el cantaor que fue a mi pueblo hace 70 años, vive en la misma calle donde viví yo al regresar de Mayo del 68, y tiene dos niños pequeños a quienes esta mañana ha comprado un cucuruchu de gominolas como las que le compraba yo a mis hijos, no a mis nietos. Me las ha enseñado y he visto con asombro que son las mismas gominolas. Admirable la fidelidad de las gominolas.
Extremeño era también el último muchacho que fusilaron al alba menos de dos meses antes de la muerte del dictador. Dos meses, sólo dos meses separan la vida de la muerte. Yo he tenido en mi casa la foto de ese cadáver de 21 años. Se la hizo a escondidas su abogada y su abogada me la entregó a mí. Y yo se la entregué a mi editora para su custodia, porque se supone que una editorial tiene más futuro que un individuo que le ha dicho a la vecina beata del trapo: ni se te ocurra traerme un cura o agua de Lourdes como al teniente de artillería Jesús Álvarez, aquel presentador pluriempleado en TVE al que tanta exposición ante las cámaras le originó un cáncer.
El joven taxista habla también hacia atrás, llega a la historia de su pueblo y de su familia. Con asombro he visto que puede ser él. Pero me he acordado de que entre el nieto y yo ha estallado la paz, una paz de verdad y no como la que escribió Gironella en su última novela de la trilogía sobre la guerra civil.
Así que no le he dicho que su abuelo intentó matarme. Le he dado una propina para gominolas y saludos a nuestra calle. Mi calle del pueblo se llama La Paz, será por algo.
( Escrito en McDonald’s mientras esperaba una segunda dosis de veneno. Hoy los nietos no pueden venir a casa porque el abuelo está nuclear y le lleva la contraria a Jesucristo.
Advierto a los presuntos lectores de que el llamado Ricardo Galán Márquez es en realidad un enreda).
Valentín Martín.
Deja un comentario