Desentrañando una obra maestra. A sangre fría (película y novela)

Me permitirán ustedes que mezcle la crónica derivada de la película con la historia narrada en el libro del mismo título y hasta con la vida del autor, Truman Capote, porque creo que las tres cosas están imbricadas.

La historia que hemos visto narrada en esta película está basada en los hechos reales acontecidos en Kansas un quince de noviembre de 1959. Dos ex convictos que han recibido una confusa información sobre la riqueza de un modélico padre de familia, atraviesan las 400 millas que los separan de los Clutter y llegan al condado de Holcomb con el fin de robar al granjero y emprender una nueva vida en México.

La película apenas nos cuenta nada de la vida familiar de los Clutter, cosa que en la novela se hace con detalle. Antes de seguir, he de decirles que, A sangre fría, la novela, es a mi criterio   una de las obras literarias cumbres y la primera novela periodística que se hizo (con ciertas dudas porque hubo otra que quizá tenga el privilegio de encabezar la  cuenta) además de ser novela imprescindible para cualquiera que pretenda dominar el arte literario y/o periodístico. Por la estructura que Capote realiza con el fin de contar la historia desde diversos ángulos, por el lenguaje cinematográfico que el autor utiliza y por la genialidad con la que quedan descritos todos los tipos que intervienen en la historia.

A sangre fría, fue un fenómeno comercial. Durante mucho tiempo se vendieron alrededor de 50.000 novelas ¡semanales! La calidad literaria de esta obra roza la genialidad, porque Truman Capote realizó la novela en tres bloques muy precisos. Por un lado la historia de la familia y del pacifico pueblecito donde se desarrolla que es, a mi parecer, básico para comprender la magnitud del crimen y su resonancia en la opinión pública y que al soslayarlo, la película, se queda un poco coja. Entendemos que el lenguaje cinematográfico tiene unos tiempos precisos, pero lo echamos de menos.

Holcomb era el tópico pueblo norteamericano rural, con una ordenada vida apacible , unos vecinos agradables, metodistas en su mayoría y buenos ciudadanos de un país que en ese tiempo (presidencia de Eisenhower) se sentía poderoso tanto a nivel económico como moral. Los Clutter, eran, a su vez, el prototipo de familia americana ideal.

El patriarca era un granjero generoso con sus empleados, un buen cristiano que  colaboraba en la funciones sociales del pueblo, magnifico esposo de una mujer enferma depresiva a la que cuidaba con esmero y buen padre de cuatro hijos, modélicos también. Dos, independizados y los dos pequeños, estudiantes con notas excelentes y brillante futuro. Hombre respetado en la comunidad y familia querida por el común de sus vecinos. La familia americana que se exportaba por el mundo como modelo social.

Sin esta parte bien explicada, la película pierde un poco el sesgo de documento social al completo que sí tiene la novela.

La segunda visión de la novela, que esta sí es respetada por la película, es la crónica psicológica de los asesinos, la situación familiar de ambos, que lógicamente en la novela es mucho más extensa y explicita;  el desarrollo del delito y la consiguiente persecución policial, detención y juicio de los condenados.

La tercera parte que narra la novela, es como dije anteriormente, la situación social del pueblo cuando suceden los hechos y la trascendencia de trauma social que tuvo la historia al convertir una pacifica población en reo de un crimen inexplicable. Al tratarse de un suceso extraño, con una notable falta de motivación,  la vulnerabilidad social del pueblo al completo, no solo en el que se desarrollaron los terribles crímenes, se manifiesta. Quizá por eso trascendió tanto el suceso. Cualquiera podía ser atacado por criminales desconocidos. La vulnerabilidad se manifestó en toda su amplitud convirtiendo a amables ciudadanos en desconfiados pobladores que sentían terror ante lo vivido por los Clutter.

Porque si algo queda claro tanto en la novela como en la cinta, es lo inexplicable del suceso. No hay enemistad entre los criminales y las víctimas. No hay un móvil claro, ni los resultados avalaban lo más mínimo la vorágine de sangre que se realizó en la granja Clutter.

Y las consecuencias que  se ocasionan en la sociedad de la época, con un juicio paralelo que mecha todo el proceso desdibujando la justicia y haciéndolo confuso. El tiempo que tardó el jurado en realizar el veredicto  fue de cuarenta y cinco minutos. Recordemos que se sentenciaron dos penas de muerte. Se descartaron los exámenes psiquiátricos y otras pruebas, además de no tener en cuenta que los disparos procedieron de uno de los incriminados, y fueron ambos condenados a  muerte sin distingo ninguno. La crítica social, la crítica a la pena de muerte y al conservadurismo yanqui están latentes en la historia, aunque Capote negó su intención previa al escribir la historia. Quizá de ahí parte la genialidad de la narración, porque la obra es una crítica social despiadada sin pretenderlo. Nos muestra con toda crudeza una realidad perturbadora, tanto por parte de los criminales como en la respuesta social al crimen.

Cuando Truman Capote lee en un diario neoyorkino la breve reseña del crimen, se le aguzan los sentidos que cualquier persona que se dedique a contar historias, llevamos alertas siempre. Decide marchar a Kansas, primero como cronista del New Yorker,  para constatar in situ la incidencia del crimen en la comunidad. Pronto se da cuenta que la historia excede la crónica periodística y entiende que tiene entre manos la gran obra de su vida, como así lo confirmó él mismo.

Truman Capote era hombre de grandes amigas…hasta que se cargó la amistad y su buen nombre en los últimos años de vida porque contó todos los cotilleos y los trapos sucios de las estrellas de Hollywood y de los políticos. Le odiaron y le excluyeron, pero hasta ese momento, gozó de gran empatía con los/as famosas. En el viaje y el trabajo de campo en Kansas,  le acompañó su íntima amiga Harper Lee, la creadora de Matar a un ruiseñor. Ambos se instalaron en el pueblo,  recabaron información durante muchos meses, escucharon e intimaron con las tranquilas gentes del condado Holcomb. Casi diría que la introductora en el vecindario fue Harper Lee, porque Truman, amanerado, vistiendo de forma excéntrica y con una homosexualidad explicita no cayó bien entre los pacíficos y conservadores vecinos. Truman Capote, le dedicó el libro a su amiga, Lee, una vez editado pero no le dio el lugar que de verdad le correspondía como colaboradora en el fatigoso trabajo de campo. Años después, Capote, mostraría unos celos bastante mezquinos por el éxito de la amiga que tanto le ayudó…pero es que el señor Capote era un genio como escritor y un pequeño malvado como persona, según quienes le conocieron bien.

Miles de páginas conformaron los trabajos de escucha. Capote no tomaba notas jamás cuando entrevistaba a la gente, opinaba que se perdía espontaneidad al hacerlo y se fiaba de su memoria para, llegando al hotel, trascribir lo escuchado.

Mientras se encontraba en el pueblo, son detenidos los asesinos y Capote recurre a influencias ajenas para conseguir entrevistarlos en la cárcel, donde se gana su confianza…-incluso, hay quien dice que mantuvo relación amorosa con Smith- y conoce a través de su boca las intrincadas historias familiares de ambos convictos,  que en la novela son mucho más explicitas que en la película. Ambas familias son disfuncionales y quizá expliquen el sesgo psicopático de los  condenados.

Es decir, tenemos la historia poliédrica, vista desde todos los ángulos, el de los criminales, el de las víctimas, y el de la sociedad en donde se produce el crimen. Ni la novela ni la película toman partido, solo exponen unos hechos en toda su crudeza dando voz a todos los integrantes de la historia…hasta los policías son diseccionados en la novela mostrándolos como personas confundidas y obsesionadas en obtener unas respuestas que no hay.

Como nosotras, las espectadoras que nos pasamos el tiempo buscando motivos, fines claros, condicionantes y sesgos emocionales para verse desbaratados al momento conforme avanza la historia. Porque si algo tiene A sangre fría , es desconcierto. Un desconcierto que nos perturba a todos, como debió de perturbar a la placida sociedad del pueblecito modélico de Holcomb. A partir del crimen la vulnerabilidad se debió forjar como una herida abierta incapaz de suturar. Lo mismo nos ocurre  a las  espectadoras que  sentimos la terrible vulnerabilidad frente a gente considerada  normal, con la que podemos charlar, cruzarnos por la calle, aparcar el coche, convivir en armonía hasta que en un momento la oculta ferocidad de  personas amables  hasta el momento, salta y atacan sin mayores miramientos. Lo que perturba es la normalidad de los criminales porque nos es más cómodo pensar que los asesinos tienen sesgos determinados, particularidades que nos hacen intuir su peligrosidad. Cosa totalmente falsa, que ya se ocupó de estudiar con detalle la admirada Hanna Arent y nos confirma en su teoría de la banalidad del mal, al entender que el nazi genocida Adolf Eichman, era solo un tipo mediocre, normal, un burócrata al que le ordenaron la criminal matanza de gente inocente. Solo cumplían ordenes los jerarcas nazis, se trataba de ser  obedientes y buenos ciudadanos…Y eso, reconozcan, que nos asusta mucho porque pueden estar entre nosotros los criminales sanguinarios a los que una tímida disculpa los destapa y los convierte en fieras sociales.

 

Esta historia, quizá tiene un cierto paralelismo con la magnífica e inolvidable película, La naranja mecánica, donde un grupo de jóvenes enloquecidos asesinan con crueldad máxima a una familia sin más motivo que la locura producida por una amalgama de alcohol y drogas. Recordemos también el crimen perpetrado a  Sharon Tate y Labianca y sus invitados que convulsionó al mundo dando forma a, quizá, el asesino más mediático que ha podido haber, el loco sádico de Charles Manson y sus acólitos.

09/06/2015 Charles Manson, asesino en serie de Estados Unidos.
«¿Asesinatos? En una guerra santa no hay asesinatos, vosotros sois los que queréis trazar una línea entre lo que es y lo que no es un crimen. Aquello fue una guerra santa». Las palabras del asesino en serie Charles Manson vuelven a la memoria tras la muerte, este fin de semana, del fiscal que lo procesó: Vincent Bugliosi.
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REUTERS

Claro, que como ocurre en La naranja mecánica, la sociedad en su respuesta al crimen abyecto se declara más criminal aún porque sistematiza una ciega venganza que nos deja sin aliento a las personas que creemos en la rehabilitación de cualquier ser humano y en la piedad por encima de la venganza como norma básica de la justicia.

En A sangre fría, un espectador  del ahorcamiento, se pregunta ¿y esto para qué sirve? algo que nos seguimos preguntando a tenor de los datos. En los países donde existe pena de muerte y un duro sistema carcelario no remite el crimen, al revés. Las cifras nos muestran que una sociedad violenta genera una mayor población potencialmente violenta quizá sea ese embrutecimiento social lo que banaliza el crimen y potencia una sociedad más violenta.

Los crímenes perpetrados por  Hickock y Smith son horribles, pero reconozcamos que la respuesta es más digna del Medievo que de una sociedad en proceso de regeneración social.

¿Por qué Richard Hickock y Perry Smith forjaron la orgia de sangre? Recordemos que el botín consistió en unas gafas de leer, una radio y no sabían ellos mismo precisar la cantidad exacta de dinero que pudieron recaudar por la casa, en cualquier caso, no más de cincuenta dólares. ¿Por qué no huyeron de la casa dejando atados a los integrantes de la familia y desconectando el teléfono? ¿Qué impulsó a descerrajarles la cabeza a tiros y rebanar el cuello del patriarca, si como confesaba Smith, el señor Clutter le parecía un buen y amable padre de familia? Recordemos la sintomática escena donde Smith coloca una almohada bajo la cabeza del señor Clutter antes de rebanarle el cuello. Son quizá estos pequeños gestos, estas escenas sobrecogedoras las que producen un desconcierto absoluto.

Ni la película ni la novela  desvelan nada concreto de los actos ocurridos en esa noche terrible, casi dejan al albur de sentimientos primigenios y nada elaborados el crimen. Nosotras, como espectadoras o lectoras, tan solo entrevemos conjeturas de esas mentes controvertidas, a ratos geniales y hasta divertidos, para volverse de una simplicidad cruel que nos hace estremecer. Y esa es para mí la gran cualidad de la obra de Capote. Nos despliega un mosaico o un rompecabezas con muchas piezas que no todas encajan dejándolas sobre la mesa  siendo las lectoras y espectadores  quienes intentamos poner orden en algo que no lo tiene: La mente humana. Y más la mente de los criminales, porque si algo hay perturbador y difícil de entender es la posibilidad que existe de que personas normales, raterillos sin mucha más importancia, se conviertan en despiadados y sobre todo, estúpidos, asesinos de una dulce familia modélica.

Reconozco mi pasión por este tipo de historias y de personajes. Como autora, lectora y cinéfila, me apasionan los tipos poliédricos, inclasificables, a la vez que me producen, imagino que como a todos ustedes, un tremendo desasosiego.

¿Quién me garantiza que el sujeto que está sentado a mi lado en el bar no es un psicópata que nos pegará cuatro tiros por cualquier nadería? ¿Y nuestro vecino? ¿quién me dice que en un arrebato de cólera no se presenta en mi puerta con una recortada porque padece insomnio y ha escuchado algún ruido molesto proveniente de mi casa?

Estoy convencida de la delgada línea que separa la normalidad de la psicopatía. Estoy convencida de que  la teoría indagada de forma magistral por Hanna Arent de la banalidad del mal es tan real que nos asusta pero no podemos negarla. Los grandes asesinos de la historia eran, durante la mayor parte de su tiempo, personas normales, amantes de su familia, acariciaban a sus perritos y daban cachetitos cariñosos a los niños con quienes se cruzaban mostrando simpatía hacia los bebés…Si no eran judíos, gitanos, o rojos, claro.

Los reos, Hickock  y Smith, una vez juzgados, se mantuvieron en el corredor de la muerte cinco largos años hasta que el catorce de abril de 1967 fueron ajusticiados en la horca. Capote, mantuvo hasta el final entrevistas con ellos. Largas conversaciones en donde les mostró mucha más amistad  de la sentida, ellos creyeron que la postura del escritor era más beligerante en su defensa, confiaban en él y en sus crónicas pero las malas lenguas aseguran que para Capote el ajusticiamiento de los reos era tremendamente positivo para el éxito de su novela. Con la muerte se cerraba un ciclo monstruoso emprendido por un crimen banal e inútil. Las ventas se dispararon en cuanto fue publicada la novela, de forma inmediata al ahorcamiento.

Por cierto, Capote, politoxicómano, adicto a fiestas, alcohólico, que amaba la noche y las fiestas salvajes, tuvo que venir a España para eludir el glamour de su vida neoyorquina refugiándose en  Palamós, en plena Costa Brava, para escribir con tranquilidad. Según dicen los vecinos que le recuerdan, parecía un hombre muy sano llevando siempre un vaso de zumo de naranja en la mano. Lo que no sabían, los ingenuos, es que la mitad era vodka.

La película fue rodada y estrenada en 1967, con casi el mismo éxito de la novela, aunque si me aceptan el consejo, léanla porque es una de las mejores novelas de todos los tiempos.

Para terminar, les diré que esta historia, el éxito de la novela persiguió siempre a Capote, hasta hacer que la  detestara. Por el enorme éxito conseguido, el resto de su obra pasó a segundo término, claro que los desfases vitales del señor Capote tampoco le produjeron paz.

Truman Capote murió en casa de la única amiga que le quedaba en ese tiempo, la ex esposa de Jhonny Carson, Joanna Carson, a la que le pidió un abrazo antes de morir. Fue incinerado y sus cenizas han tenido un largo y peculiar periplo de vicisitudes variadas.

 

María Toca Cañedo©

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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