Fue una majadería comprármelo. Me quedó tan poco dinero en el cajón de la mesilla que apenas pude salir el resto del mes. No importaba.
Era lo más caro de mi armario, nunca había pagado por un vestido o unos zapatos lla mitad de lo que costaba ese bikini. Pero lo vi en un escaparate y yo tenía 19 años. Todas las canciones tristes que sonaban en los grandes almacenes, en los bares, hablaban de mí. Acababan de dejarme. Y ese bikini estaba ahí, inaugurando el mundo. Prometiendo todo el sol y todas las piscinas llenas de ochos sinuosos aunque ni siquiera estábamos en junio. Anunciando el verano en exclusiva, aunque aún hacía frío. Ese bikini, en una tienda del centro. Un bikini predestinado a que una pija lo guardara quizás sin estrenar en el fondo de un cajón.
No pude soportarlo. Lo pagué al contado, ante la mirada atónita de la dueña de la tienda, que sin duda pensó todo el tiempo que iba a robarlo. Fuimos muy felices juntos, en la piscina Salduba, que tenía escaleras y una azotea en la que siempre acababas quedando con chicos hermosos como botellas de coca cola.
Ese bikini color salmón me hacía creer en la vida. Volví a salir de noche con gente que conocía mientras tomaba el sol. Y a montar en moto y a descubrir bares secretos que solo existieron un verano.
No sobrevivió al del 91, mi maravilloso bikini italiano que palidecía, como dejándose la piel para que yo fuera feliz en aquella toalla que me regalaron al comprar una crema Lancaster que parecía mermelada de fresa. No sabrá nunca cuánto me acuerdo de él, cómo sentí tener que arrojarlo al cubo de la basura, al vagón de las prendas condenadas, en una mudanza trágica, años después. Como tirar un bebé recién nacido del que no te acordabas, así son algunas despedidas. Una de las partes no tiene nada que decir y deja que te desprendas de ella, con una elegancia silenciosa que envidiarás de por vida. Solo por callarte así, por ese adiós sin reproches te mereces un réquiem, mi querido, inolvidable bikini italiano de color salmón.
Patricia Esteban Erles.
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