Quizá sea por la peculiaridad de este año poco común pero es sorprendente que en tiempos de exacerbación de lo hispánico, de la abundancia y proclama de banderitas promoviendo un españolismo de bozal y pandereta no se repare lo debido en el centenario de, a mi criterio, el autor que mejor resume la esencia de la españolidad, de la cultura española del siglo XX: Miguel Delibes.
Ignoro lo que nos puede marcar la geografía, el clima, la vegetación del sitio donde nacemos, lo que me consta es el marcaje indeleble que nos deja nuestra lengua. El idioma es nexo cimentado a fuego en nuestro cerebro, diría más, hasta la última de nuestras células . La literatura, las artes y la historia común son los cimientos culturales que nos arraigan a una tierra. Siendo como es Delibes, tan esencialmente castellano, manifestando una españolidad arraigada en la tierra simiente de lo hispánico –Castilla- que amó, describió y luchó hasta el tuétano por ella, no se entiende el olvido por mucha pandemia que padezcamos.
Miguel Delibes nació en la Acera de Recoletos, número doce, tercer piso de Valladolid, que es como nacer en el mismo corazón del castellano. Tercero de ocho hermanos, de una familia culta y burguesa, donde su padre , de procedencia cántabra (Molledo Portolín) de profesión Catedrático de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid. Cátedra que tiempo después ganará el propio Miguel desempeñando su labor docente durante años.
No fue gran lector en su juventud, confiesa don Miguel, durante sus primeros años no aprecia mucho la lectura, solo como divertimento ocasional. Años que se ven truncados en 1936 con la guerra civil que quebró la vida nacional. Familia burguesa y vallisoletana, de ideología derechista indefinida, en 1938, en vista de su próxima movilización se alista voluntario en la Marina –curiosa atracción del castellano por la mar, bastante frecuente por cierto- quedando enrolado en el Crucero Canarias hasta el final de la contienda. En el bando nacional…sin mucho convencimiento, seguramente.
Al final de la guerra regresa a Valladolid, sigue sus estudios de Derecho, realizando un curso de Periodismo en Madrid, regresando a su ciudad con el carnet de periodista numero 1176 entrando poco después como redactor al Norte de Castilla, que será su casa y aposento de buen periodismo durante tiempo. Le gusta hacer caricaturas, dibuja caras de personajes conocidos de Valladolid, con lo que le encargan realizarlos para el periódico. Trazo sencillos, líneas limpias, sin alharacas, así son los dibujos de Delibes; años después, describirá así mismo su literatura. Sencilla, descriptiva, limpia de polvo y paja pero descriptiva y hermosa. Como es el interfecto.
Firma sus viñetas con el acrónimo de MAX, por Miguel, Ángeles (la que sería motor de su vida, su posterior esposa Ángeles de Castro) y la X por la incógnita que solo el futuro desvelaría. Gloriosa X, podemos decir desde esta perspectiva.
Es, ella, Ángeles de Castro, la que le introduce en la lectura de forma más intensa. Él ha leído de forma anárquica, tanto a los grandes de la novela francesa como los folletines del oeste adquiridos en los kioscos de prensa. A golpe de apetencia, sin mayor rigor. Ángeles, gran lectora le impulsa a leer y quizá a escribir, pronto veremos por qué lo pensamos.
Miguel se ha enamorado como todo lo que hizo en la vida. Sin veleidades, como un árbol que se enraíza fuerte en la tierra y avanza hacia el cielo pero con la fidelidad del arraigo. Comienza a tener hijos (siete en total) y a escribir. En su boda, el 23 de Abril de 1946, él le regala a ella una bicicleta y ella a él una máquina de escribir. Imaginamos la visión de esta alegre mujer que pone contrapeso a un tipo melancólico, depresivo, tristón y cazurro como es Miguel. Ella es todo lo contrario, alegre, positiva, comunicativa, con don de gentes. Configuran la complicidad perfecta. Entre ellos se regalan de forma constante libros. Libros que se dedican, unas veces de forma amorosa, otras enfadados, sobre todo Ángeles, que le abronca en sus dedicatorias con cierta frecuencia.
Durante los primeros tiempos del matrimonio escribe La sombra del ciprés es alargada. Envía la novela al Premio Nadal, cuando los premios literarios eran lo que siempre debieron ser: plataforma para dar a conocer nuevos talentos. Tiene 27 años, y gana. Es posible que de no haber ganado el Nadal, Delibes se hubiera dedicado a su cátedra, al periódico y quizá a hacer diarios de caza y pesca (sus pasiones) pero ganó y eso cambió su destino y el de la literatura española. Fíjense del tamaño del Nadal de entonces, quedaron finalistas Manuel Pombo y Ana María Matute. Casi nada…
Le horrorizaba la idea de ser autor de una sola novela por lo que se lanza sin demasiada convicción a publicar la segunda que no le deja satisfecho. “Aun es de día” es su título. Reconoce que la prisa y el afán de mostrar intelectualidad de la que es bastante ajeno, le hacen no apreciar la segunda obra. Luego piensa que la literatura, como casi todo, debe ser soplo y disfrute de quien la hace y se decide por unas formas literarias sencillas, como es él. Realiza la tercera novela y da en la diana: “El camino” es ya Delibes. Nos muestra el lenguaje y la voz delibiana que aprendimos a amar sus lectoras.
En 1952, es nombrado subdirector del Norte de Castilla. En 1953 publica “Mi idolatrado hijo Sisi” donde muestra la vena social y critica que impregnará parte de su obra. Lo suyo no es crítica social despiadada, al contrario, en la sutileza de sus descripciones, de su justa palabra nos descarna los vicios de una sociedad burguesa que se descomponía al calor de una dictadura casi medieval. Parte de su obra es así y la otra parte es descriptiva y amorosa de esa Castilla que respira y ama por encima de todo. A veces, se mezclan ambos ambientes sublimándose sus obras hasta el infinito.
Publica casi cada año, de forma trepidante, incluso nos dice que escribió El Camino en solo ¡tres semanas! En mi mente tengo truños literarios que sus autores nos cuentan que tardaron años en concebirlos…Será cosa de los genios, y eso que, según confesión propia, apenas tiene vocación de escritor.
Es nombrado director del Norte de Castilla, publica “La hoja roja” cuando intuye con inusitada premeditación, el finiquito de una vida intensa y de una obra inmensa. Llegan los tiempos del enfrentamiento con el poder; Manuel Fraga Iribarne y su ley de Prensa quieren encorsetar al periodismo patrio. Lo consigue, pero no con Delibes, que se empeña en la defensa de su tierra. La Castilla pobre, castigada, olvidada por la realidad o disfrazada de banalidad y falso patriotismo mientras su gente pasa hambre y los pueblos fenecen sin pena ni gloria. El poder no quiere leer la realidad que defiende Miguel Delibes y presiona hasta hacer irrespirable el ambiente en el Norte de Castilla. Dimite, porque nadie le amordaza y decide novelar lo que no puede contar en la prensa, “Las ratas”, es el resultado de la caída de esa mordaza. En la novela expresa su pesar por el decaimiento de un mundo que ama en aras del becerro de oro del crecimiento económico. Le tildaron de retrogrado por oponerse a la muerte lenta del campo. Le achacaron inmovilismo quienes no le leyeron jamás. Proclamó su ecologismo antes de que estuviera de moda pulsando el grito sencillo de su literatura hacia la vida pausada, de arraigo profundo a la tierra y sus valores. Nada es más liviano que vivir de acuerdo con esa naturaleza que amaba y escrutaba como entomólogo por los pueblos de su Castilla . Hoy releemos su obra de literatura rural y nos emociona la intuición de un hombre que ya vislumbró en los años sesenta del siglo XX los problemas del olvido. Las consecuencias del desarraigo, y la despoblación rural.
Van llegando honores y reconocimientos. Su prosa es hermosa por lo desnuda, cada párrafo de su literatura es una foto fija de la realidad, tal que sin darnos cuenta tornamos en cuerpo y alma a donde quiere llevarnos.
En los sesenta viaja a Chile, reside durante seis meses en EEUU como profesor residente. Visita Praga cuando la Primavera. De todo saca jugo e inspiración. Cada paso, cada personaje que conoce es una nueva novela, un nuevo ensayo, un libro de viajes. Delibes no tendría vocación de escritor pero nació, sin saberlo, para ello.
En 1973 le hacen miembro de la RAE. Inunda el circunspecto recinto de palabras recias, castellanas viejas. Lleva cientos de nombres de pájaros…hasta que le paran los pies. ¿Quién es usted para hacer trabaja tanto a la RAE? le preguntan. Cada palabra necesita meses de discusión, de rigor, para ser admitida pasan años… ¡cómo osa don Miguel ponernos en la tesitura de nombrar cosas del pueblo llano a esta velocidad! Y claro, se para un poco sorprendido de que no amen el idioma tanto como él. Por eso en sus libros encontramos vocablos perdidos llenos de vida, vigor y fuerza que nos nombran mejor que mil explicaciones lo que desarrolla la vida. Miguel Delibes y su castellano como agua clara de manantial. Con sed matutina…
El 22 de Noviembre de 1974, fallece el sol de su vida. Ángeles de Castro, enferma de cáncer desde hace un tiempo, muere con solo cincuenta años, dejándolo sumido en la desesperación más absoluta. El escritor, el hombre melancólico ya no saldrá jamás de la sima de tristura con la que nació y que Ángeles le redimió por un tiempo.
No quiere escribir, él, trabajador infatigable. Una de sus hijas recuerda la oscuridad del hogar, las sombras que cernían plenas de tristeza la casa antes feliz.
Tiene que hacer el discurso de la RAE, alguien dice que fue el más bello jamás escuchado en el magno recinto. Normal, el mago del castellano entraba en la docta casa.
Torna a escribir. Y sus obras resuenan en el teatro, en el cine. Cinco horas con Mario se estrena en 1975 en el teatro Marquina de Madrid, con Lola Herrera como reina absoluta de la escena. Siempre recordaré que fue mi primera obra de teatro. Desde la fila seis de un teatro santanderino, ya desaparecido (triste piqueta la que destruye teatros) vi llorar, sudar, descomponerse a una Carmen Sotillo plena de mezquindad, de ruines reproches al marido muerto que silencioso atendía a sus reclamos dentro de una caja. Marcó una época tanto en la literatura como en el teatro. El sencillo autor experimenta voces literarias inexpugnadas, con la palabra de Menchu que nos describe la personalidad pusilánime y un tanto pesada del marido muerto.
El cine le amó con profusión con varias obras hasta llegar Los Santos Inocentes, quizá es la obra más redonda del cine español de varias épocas a la vez que su novela más social y descarnada. Cada personaje de la novela es un mundo que pervive en la España de los años setenta y mucho nos tememos que aún colea. Cada personaje fue compuesto con el infinito amor a lo sublime de un autor que roza la genialidad.
Siguen honores, premios como el Príncipe de Asturias, compartido con Torrente Ballester, el Cervantes…
También llega el vuelco de su corazón atormentado en Señora de rojo sobre fondo gris, donde desgrana el dolor por la perdida de Ángeles.
Le proponen ser director del País, pide dos días para pensar pero le entra pereza. Pereza por las pérdidas, no puede prescindir de su campo, de su Valladolid, de los rincones donde habitan las nostalgias. Madrid le puede y rechaza la oferta. Nombran a Cebrián como director…Lo que se perdió el periódico. Y sus lectoras también.
Le llega la enfermedad en forma de cáncer de colon y quizá su magna obra: El hereje.
Obra singular, que se aleja de lo que ha sido toda su obra anterior. No nos parece Delibes…y esa es parte de la genialidad. Como un autor viejo, enfermo, que lo ha conseguido casi todo (menos el Nobel, pero es que nunca lo ansío en serio) se atreve a realizar un giro en su trayectoria con una novela grandiosa, de corte histórico e iconoclasta donde vuelve a transcribir la intransigencia hispánica, la ortodoxia ideológica marcada por el aburguesamiento ignorante de una clase social dominante y dominada. Creemos que “El Hereje” es su mejor obra…entre las demás que son enormes.
El 17 de Octubre haría cien años el maestro, su obra es perenne y creo sinceramente que ganará con el tiempo. No dejen de rendirle el mejor homenaje que merece un autor: la lectura. Merece la pena.
María Toca Cañedo©
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