Tuve un estuche de dos pisos que, con el tiempo, dejó su huella en el cuero de una cartera. Tiempo de pobreza que transcurría entre calles empedradas y barro, entre charcos y sabañones. Veinticinco años de paz rezaban las esquinas sobre fondo negro, mientras el miedo al crucifijo y al yugo se espolvoreaba desde los incensarios en las procesiones: tres jueves tiene el año que brillan más que el sol…
Tuve un estuche de madera lisa, suave en la memoria de mis dedos, que se hacía notar llenándome de regocijo, cuando la cartera rebotaba sobre mis nalgas. Era la voz de los enseres que lo habitaban. Tiempos azules, de capa azul sobre babi azul, de canciones azules cara al sol, uniformados en línea, cubiertos con azul disciplina. Sin mirar atrás para no convertirse en sal. Ave María purísima.
Tuve un estuche de tapa corrediza que, en el ritual diario, me ofrecía el lápiz de punta afilada, una regla pequeña y un boli azul en el segundo piso, donde, en un pequeño compartimento, descansaban una maquinilla y una goma de vértices redondeados por el uso. El instrumental preparado para operar con la suma, la resta, la multiplicación o la división. Para escribir al dictado piadosos textos. Tiempos para el rezo, para el credo en lo único en que se debía creer, para el yo pecador, para la sublime castración.
Tuve un estuche de tapa corrediza y mecanismo giratorio, en cuyas entrañas guardaba los lápices de colores: el rojo, el azul, el verde, el blanco… El único arcoíris de un tiempo de televisión gris, de noticiarios grises, de radionovelas grises… En el frío invierno de cielo gris donde los sueños infantiles deambulaban en la cárcel de los miedos: al demonio, al infierno, a la vara del maestro, al divino castigo.
Tuve un estuche, el primer estuche que mi madre y mi padre me regalaron en nombre de un rey negro, porque de negra sudor se alimentaron sus raíces, un estuche al que quisieron poner las alas que a ellos les habían negado. Un estuche en el que quedó impresa para siempre la imagen de su sonrisa, de su llanto, de su amor.
Hoy me pregunto qué queda en mí de aquel estuche que sigue anidando en mi memoria, qué, de aquel tiempo, de aquellos miedos, de aquella cárcel, de aquella España a la que tantas veces he renunciado sin poder arrancármela. Tal vez, sólo una foto en blanco y negro que yo pinté a color con aquellos lápices, la foto del tiempo, de un tiempo que, como el estuche, morirá conmigo.
Juan Jurado.
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