ESTÍO

Algunos días antes de su llegada, He organizado el espacio de la cristalera a modo de un despacho compartido. Así le gusta llamarlo. En un lado de la mesa, mi ordenador; en el otro, frente a mi, sus cosas: un juego de lápiz Staedles nº 2, una goma de borrar, una maquinilla y una caja de rotuladores de 12. El instrumental, sobre un taco de papel reciclado, impoluto, sin un mal tiznajo, uno de sus sueños. He tomado distancia para observar la composición que me ofrecía el tablero: un túnel del tiempo, al final del mismo, la mesa de corte de mi madre y, sobre ella, una cartera de cuero, un estuche de madera, una caja de colores Alpino, un lápiz, una maquinilla y una goma. Al lado, una libreta con pastas naranjas y la ilustración en carboncillo de un tigre de Bengala, junto a ésta la cartilla Amiguitos.
El viaje me lleva a reposar la mirada sobre la cristalera, como si tras los estores, pudiera materializar la ilusión de contemplar la parálisis del tiempo, un espejismo alimentado por la paz que a estas horas de la mañana transmite la huerta y, tras la muralla verde de chopos, la mansedumbre del río. A sus lomos, el tiempo se ve pasar armónico, sosegado, casi quieto. Guardo una sensación extraña en estas vísperas con el reencuentro de mi futuro y de mi pasado, que es justo lo que supone mi nieto, un paso adelante y dos hacia atrás. Con él viene el niño que, a mí, me cuesta encontrar a veces.
La convivencia con Diego en la huerta, cada año, se me llena de complicidad, tal vez, por la repetición de códigos de comunicación que ambos hemos ido asumiendo, por juegos que nos brotan espontáneamente, porque ambos los atesoramos, él, un niño de seis años y yo, otro de unos cuantos más, muchos. Para los dos, ese intercambio de amor, de juego comunicativo, nos supone un ejercicio, casi gimnástico de control y acomodación. Él, a la lentitud de mis articulaciones, las físicas y las mentales – es lo que tiene viajar en el tiempo-; yo, al vértigo de sus movimientos. Él me ofrece la sed y el hambre por el descubrimiento, el trasiego continuo entre la realidad y el sueño; yo el freno, para la observación, para el disfrute que la vida junto a la naturaleza nos proporciona, si somos capaces de acompasar la respiración a su latido. Alguien lo llamará simbiosis, yo digo que es amor.
Durante estos días, volveré al niño que tanto necesito, repartido en momentos, en pequeños tramos del día, sobre todo en uno, cuando, a través de la ventana de su cuarto, la huella tostada del sol en los repechos de olivos pueda todavía intuirse y la noche orquestada con los susurros que velan al río nos convoque; entonces, ambos nos citaremos con el sueño por medio de un cuento, siempre distinto y, sin embargo, siempre el mismo: la narración oral que nos conecte a los dos de una forma tan emocionante, pero, sobre todo, a ambos con el pasado del ser humano, con el cuento al amor de una lumbre o bajo un cielo estrellado, con las viejas historias que, por momentos, nos hacen nuevos, con esa literatura que todas llevamos dentro.
-Abuelo, sigue con la historia de Pocotoco y Tocopoco...
-Abuela, cuéntame, otra vez, la del Castillo de Irás y no volverás…
Juan Jurado.
Sobre JuanJ Jurado 97 artículos
Profesor de Lengua y Literatura española. Publicaciones en La prensa en el Aula. Octaedro. Cuaderno para la comprensión de textos. Octaedro. Ponente del Diseño curricular base para la enseñanza de la Lengua y la literatura española en la ESO, en Andalucía. He sido portavoz y concejal por el grupo municipal de IU en Úbeda. Actualmente no milito en ninguna organización política, pero si la calle me llama, voy.

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