Dios me libre como de mearme en la cama de tildar a nadie de gilipollas en horario infantil, pero me van a permitir ustedes que dude de la capacidad intelectual de todos aquellos que se han llevado las manos a la cabeza, se han mesado los cabellos o masajeado la calva y, a golpe impostado de pecho y con expresión de cariátide harta de sobrellevar las más pesadas cargas, llevan dos meses y medio llorando por las esquinas por la elección de Donald Trump como mandamás del mundo mundial.
¡Quieto to’l mundo! Que les veo venir, no se me amontonen. Tampoco a mí me parece que el señor este que ha dejado sin brush a Margaret Astor sea el candidato ideal para custodiar el botón nuclear, pero es que a mí la mera existencia del botoncito de marras ya me parece una locura en sí misma y si tuviera que elegir las manos que lo guardaran no me fiaría de ninguna. De las mías tampoco. De hecho, menos que de ninguna, que tengo yo un pulso algunas veces como para robar panderetas.
Lejos de intentar siquiera hacer previsiones sobre el mandato del señor con nombre de pato de Disney, que yo de política sé lo justo para escuchar las entrevistas de Pepa Bueno y no perderme sobre lo que es tendencia en las pasarelas neoyorkinas, lo que sí quería comentar con ustedes es la razón de ese asombro universal porque fuera él y no la señora aquella que no tenía muy clara la frontera entre su correo personal y el institucional el elegido. Que ahí llego hasta yo, Hilaria, hija. Con esos precedentes, no estás tú tampoco para mucho botón nuclear, también te lo digo.
A lo que iba. Está el orbe epatado porque al señor que ha acabado con las existencias de Excellence nº 8.34 de L’Oreal ha sido elegido siendo un misógino, machista, homófobo, racista, xenófobo, maleducado, millonario (que todo el mundo tiene su corazoncito y ¿qué nos enfrenta a alguien de forma más desaforada que la envidia?), bocachancla, populista (¡ay, qué gracia!), con escaso coeficiente intelectual (dicen algunos) y más de derechas que el grifo del agua fría, entre otras muchas (in) capacidades, de manual. Y yo, mientras, me parto de risa.
Bueno, en realidad, me parto solo a ratos. En otros la desazón consigue amalgamar mis células y me reconstruyo. ¿En serio le asombra todo esto tanto a tanta gente? Pues estamos apañados.
A ver si consigo organizarme y no dejarme nada en el tóner de la impresora. Qué quieren, el tintero pasó a ser un artículo vintage y no tengo yo posibles para pagar por chorradas. Organizarme, decía. Voy a ello.
¡Que a Donald Trump lo han elegido en Estados Unidos! No. Que no es que quiera yo reñirles, es para que despierten del letargo al que les había inducido. Pues eso. Que es de bastante risa que la gente, esa gente, se asombre de que los estadounidenses hayan elegido a un presidente como Trump. Claro. Estados Unidos. Lo normal es asombrarse. Ahá. Ahora, van y me hacen un listado de los últimos, qué sé yo, diez presidentes norteamericanos (incluso estoy convencida, que yo a ustedes les tengo ley, de que a poco que se esfuercen se acuerdan hasta de los últimos catorce) y vamos comentando. Y lloramos juntos, todos a una. Porque el listado está plagadito de misóginos, machistas, homófobos, racistas, xenófobos, maleducados, millonarios, bocachanclas, populistas y torpes, que entre Gerald Ford y Jimmy Carter, si de torpeza vamos a hablar, lo que no sé es cómo el mundo es capaz de seguir siendo una tómbola, tom, tom, tómbola compacta y no hayamos saltado por los aires hace ya décadas.
En Estados Unidos ¿se acuerdan? Le han elegido en Estados Unidos. Insisto no porque dude de su memoria, no me atrevería, sino por incidir. Que es que hay gente, esa gente, que no tiene en cuenta variables como la de lugar a la hora de opinar. Que sí, que sí, que se lo prometo. Hay gente, fíjense, que piensan que un votante demócrata estadounidense es una persona de izquierdas. Lo que yo les diga. Vale, también hay gente que cree en Los Reyes Magos. Pero suelen tener menos de ocho años y no votan.
Pues ya siento ser yo quien se lo diga pero no. Un demócrata de los EEUU es una persona tan de izquierdas como yo una persona discreta, es decir, a ratos y dependiendo del lugar y las circunstancias. Claro que yo cada día tengo más dudas de que una persona de izquierdas sea una persona de izquierdas en cualquier lugar del mundo, aunque esto es otro tema, descorazonador pero real. Pero no venía yo hoy a hablar de derechas y de izquierdas, que no es ese el tema, deo gratias.
Como me está quedando esto más largo que la esperanza de un comunista y no siendo un análisis sesudo tampoco es que tenga mucho sentido, voy resumiendo que ya va siendo una hora y hay cosas que hacer.
Cuando les asalte la duda del porqué al tiparraco este al que acabo de escuchar rebuznando su discurso de toma de posesión plagadito de fe, que no de democracia, como dice mi amiga Pilar, bájense a su bar de cabecera. Si no lo tienen (ya están tardando), al que más rabia les dé y escuchen. Cuando detecten en las conversaciones de los parroquianos estupor, rabia, disconformidad, desconfianza, miedo, desesperanza… ahí lo tienen. No busquen más. Ese es el porqué. Los que nos empeñamos en la fe de que un mundo mejor es posible somos reticentes a abandonar esa idea. Nos hacemos fuertes en ella y proclamamos a los cuatro vientos y las dieciocho tempestades que es posible hacerlo mejor; que no es de recibo soportar los desplantes urbi et orbi de quienes nos (des)gobiernan; que dignidad ante todo (deponga su carcajada aquí. Gracias)… pero me gustaría (NO) vernos a todos intentar dar de comer a nuestras familias, calentarles, darles una educación a nuestros hijos, comodidades, mantenerles sanos y convenientemente atendidos… vamos, lo que viene siendo intentar vivir, cuando todo se te pone en contra, a base de dignidad no del todo entendida y grandes y muy elocuentes lugares comunes .
Que por mucha fe con la que hayas votado, por muy entregado que estés a la causa, cuando la miseria aprieta lo que pones en la balanza es la puta realidad y que tu presidente, al que no vas a ver en modo tridimensional (en persona humana para los de la LOMCE) en la vida, sea un miserable que te desprecia por ser mujer, inmigrante, homosexual u ornitorrinco, o bien un señor negro que una vez tuvo un sueño, no te puede importar menos. Sobre todo cuando el sueño puede que le hiciera levitar a él pero a ti te ha dejado igual o peor (decía mi abuela que lo que no mejora, empeora) que lo que estabas. Y esto sí que no es susceptible de localización alguna. Es universal. Y si no, dirijan sus miradas hacia la vieja Europa. ¿Ahora sí? Pues eso.
No quisiera dejarme sin comentar, muy por encima, el papel que en todo este desiderátum están jugando los medios de comunicación, pero me vence la pereza. Solo les comentaré que me parece muy canalla aprovechar la corriente marina para pescar ‘pezqueñines’. Que a algunos les han faltado columnas para lanzar el arpón. Pan y circo una vez más.
Para acabar, una petición. Se lo imploro. No caigan en el ridículo. Que estamos en España como para sacarle coplas a nadie.
Kim Stery
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