Desconcertada, despeinada, despistada y desnuda, aguzo el oído. Morboso. Sobre mi cama.
Siempre creí que esos gemidos de goce latino provenían del piso de abajo. Cada mañana, mi despertador de antes de las ocho. Silencioso él. Quejosa y asertiva ella. Traspasando el pladur. Pared arriba.
Acabo de llegar a casa. Y no puede ser el segundo. Reconocí el placer sonoro desde la acera. Mientras apuraba el paso. Mientras abría mi mochila. Mientras encajaba las llaves. Ella era encajada profundamente.
Desde el portal y el ascensor. Silencio. Y yo demasiado cansada para averiguar jugosamente, sobre los ruidos y carnes jugosos de otros.
Pero la oí desde la calle. Venían los ay con la brisa fresca de la mañana. Y yo imagino cachondo perdido al resto del edificio. Orejas con orejas, incluida la mía, queriendo ser, siendo partícipes, sin haber participado.
Texto: Eva Barreiro Díaz
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