Ningún otro estado del mundo asiste a la impunidad con la que actúa Israel. Genocidios ha habido muchos, pero pocos a la luz del día y reivindicados abiertamente por sus responsables.
¿Cómo es posible un genocidio en Gaza con 100.000 víctimas entre muertos, heridos y desaparecidos en cuatro meses, que los dirigentes políticos y militares israelíes salen a diario a proclamar ante las cámaras? La respuesta es clara: Israel sabe que es una pieza clave para el imperialismo en Oriente Próximo, un lugar estratégico del planeta. Una pieza clave en el funcionamiento del capitalismo global.
Israel es una apuesta del imperialismo desde su fundación, en 1947-48, que fue el resultado de la confluencia de tres factores. El primero, la necesidad del imperialismo de turno (primero el británico, después de Estados Unidos) de tener un portaaviones en un lugar clave para el control de las reservas de gas y el petróleo mundiales y también por su ubicación privilegiada en medio las rutas del comercio internacional a través del canal Suez. El segundo, el sionismo, un movimiento político que aspira a crear un estado étnicamente puro sólo para los judíos, un proyecto racista por definición. Y en tercer lugar, el enorme peso del capital financiero en la actual fase depredadora del capitalismo, que fusionaba los intereses imperialistas con los del sionismo.
Así, el estado de Israel sólo puede entenderse como un producto de la fase imperialista del capitalismo global. No hay ser marxista para entenderlo. El propio Joe Biden ha dicho en muchas ocasiones que «Si Israel no existiera deberíamos inventarlo» y recientemente el sobrino de Kennedy, Robert Kennedy Jr., aseguraba que «Israel es nuestro portaaviones», «nuestros ojos y nuestros oídos» en Oriente Próximo, además de una inversión muy rentable para la industria militar estadounidense. El estado de Israel es el único estado que nace no como un apéndice, sino como parte intrínseca del imperialismo dominante en el planeta.
Ya Lenin explicaba cómo en esta fase imperialista del capitalismo, el capital financiero predomina y acaba controlando el capital industrial o comercial. Por eso, desde esa posición privilegiada del capital financiero, el sionismo ha tejido una potente red de empresas en el sector de armamento y seguridad. Empresas que hoy venden a otros estados la tecnología de blindaje de fronteras, policías, ejército… Armas en forma de misiles o en forma de software de vigilancia y espionaje, como Pegasus. Israel no es el único país que desarrolla esta tecnología, pero sí el único que la vende al mejor postor. Y esto se explica por las características de la economía de la ocupación. Es posible por la existencia de miles de ex oficiales del ejército que se jubilan muy jóvenes y comienzan una carrera en el sector privado como recompensa por los servicios prestados. Y sobre todo porque Israel tiene un permanente banco de pruebas para desarrollar su tecnología militar: los millones de palestinos que viven bajo ocupación en Gaza y en Cisjordania. La tecnología israelí tiene el aval de estar «probada en combate» contra todo un pueblo, ya que desde 1978 Israel no ha entrado en guerra con ningún otro estado. Esto es lo que hace rentables empresas como Elbit Systems, IAI o Rafael. El sufrimiento de palestinos y palestinas se convierte en un negocio.
Ningún otro estado ha recibido tantos recursos de Estados Unidos. En el decenio 2019-2028 la ayuda militar desde Washington a Israel prevista supera los 38.000 millones de dólares. Y a mediados de octubre, en plena ofensiva israelí contra Gaza, Biden anunciaba un paquete adicional de otros 14.300 millones. Aunque Biden ve cómo un sector joven y racializado puede retirarle el voto y hacerle perder las elecciones, sigue poniendo por delante los intereses estratégicos del imperialismo.
El ataque a Gaza y la crisis económica de 2009
El estallido de la crisis del 2009 en Estados Unidos con la quiebra de Lehman Brothers golpeaba la estructura financiera mundial. Con enormes recursos públicos que han dejado una deuda astronómica, el capitalismo logró aplacar la crisis, pero no resolverla. Aún 15 años después, la crisis, lejos de tocar fondo, puede reactivarse en cualquier momento.
La política de la gran burguesía y de los gobiernos que le sirven para descargarla sobre los hombros de la clase trabajadora mundial y los pueblos, tensará en el extremo la lucha de clases. Como en los años 30–en plena crisis y la depresión que la siguió- estos sectores de capital financiero se preparan y promocionan a la extrema derecha. Una extrema derecha que inicialmente viene a endurecer la política policial y represiva desde las instituciones del estado, pero que si la situación lo requiere también puede bajar a disputar la calle y, eventualmente, transformarse en fascismo.
Este proceso que podemos ver con Meloni en Italia, Bolsonaro o Trump, o ahora con Milei, también hizo que la extrema derecha entrase en el gobierno de Israel. Estamos frente a un fenómeno mundial porque la crisis también lo es. Y también se manifiesta en el caso de Israel. Las reformas que quería imponer Netanyahu no diferían sustancialmente de las otras: subordinación de la justicia al ejecutivo, recortes en el gasto social… las mismas recetas que han introducido Erdogan o Putin, o las que prepara Milei. En Estados Unidos hemos visto hasta dónde ha llegado la polarización entre Biden y Trump. También en Israel, mientras las tensiones entre los dos sectores mayoritarios del sionismo se enfrentaban en la calle y en los tribunales, la expansión de las colonias Cisjordania avanzaba más rápido que nunca, así como el asesinato de palestinos.
Todos los gobiernos israelíes, como sionistas, han sido racistas, expansionistas… pero el gobierno de Netanyahu de alianza con la ultraderecha ha ido un paso más allá. Con brutalidad hacen lo que antes no se habían atrevido otros gobiernos, aunque esto ponga en peligro la arquitectura de seguridad creada en torno al estado de Israel. Su plan actual para Gaza es la expulsión de los y las palestinas, con una masacre sin precedentes en los pasados 75 años de colonización. Y esto pone en una situación muy delicada a todos sus socios internacionales, a esta red imperialista que forman también los estados árabes, empezando por Egipto y Jordania y los aliados occidentales.
Combatir el tejido imperialista que sostiene el estado de Israel.
La lucha contra el estado sionista y en defensa del pueblo palestino sobrepasa un problema local o regional, es una cuestión central de la lucha de clases internacional. Por eso millones han salido a la calle como en pocas otras luchas de solidaridad, porque millones se sienten interpelados, se sienten palestinos o palestinas.
No esperamos nada de los estados de la región que a menudo se han envuelto con la bandera palestina para tapar las vergüenzas ante su pueblo como hacen los regímenes de Siria o Irán, que a la hora de la verdad no hacen nada por la causa palestina. La disociación entre las amplias masas y los gobiernos atrapados en las redes de complicidades es más evidente que nunca. Las contradicciones entre los gobernantes afloran, porque es demasiado fuerte y evidente lo que deben tragar. La legitimidad de las instituciones internaciones está más en entredicho que nunca. Caen las caretas del imperialismo y la superestructura sobre la que ejerce el poder.
El genocidio del pueblo palestino es una advertencia para todos los pueblos del planeta. Rosa Luxemburgo ya planteaba en los años 20 del siglo pasado la disyuntiva socialismo o barbarie. Y el capitalismo dejó muy claro que era capaz de llegar a la barbarie con el nazismo ¿Y qué es si no barbarie capitalista lo que vemos hoy en Gaza? La advertencia no es sólo para los palestinos: es para todos los pueblos del mundo. Por eso toda la extrema derecha se alinea detrás del estado de Israel.
La resistencia del pueblo palestino, a un precio de vidas y sufrimiento elevadísimo, nos da una oportunidad a todos los oprimidos del mundo. No verla sería imperdonable. Sólo cabe una actitud revolucionaria: estar a todas, sin tregua, con el pueblo palestino. Por ellos y ellas, pero también por nosotras mismas y nuestro futuro.
Vietnam demostró que la resistencia en el frente es imprescindible, pero que la guerra también se determina a miles de kilómetros de distancia. Estados Unidos podía haber militarmente arrasado muchas veces a Vietnam, pero al final se le hizo indigerible la resistencia interna e internacional de millones que salían a la calle.
Las mismas definiciones sobre el estado de Israel apuntan a cómo combatirlo. La lucha en defensa del pueblo palestino es antimperialista por definición, y también tiene un componente anticapitalista en esta fase decadente de predominio del capital financiero. Haciendo tambalear la larga telaraña de complicidades y silencios para hacer oír la voz del pueblo palestino. Porque el enfrentamiento entre el estado de Israel y el pueblo palestino es un enfrentamiento de trascendencia mundial, cada Gobierno, cada ayuntamiento o cada universidad tiene su responsabilidad. La campaña de ruptura de relaciones diplomáticas y militares abarca todos los ámbitos, porque los tentáculos de los intereses israelíes escapan a todas partes. Porque ya no se trata de quiénes son y qué hacen los palestinos, sino de quiénes somos y qué hacemos nosotros.
Layla Nassar y Josep Lluís del Alcázar
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