Pocas veces me quedo sin palabras, muy pocas. Hoy ha sido una de ellas…A estas horas de la noche cuando escribo estas líneas, después de una agradable cena con las compañeras de viaje en una terraza hermosa, arrulladas por el susurro de conversaciones pausadas de gente feliz, con una suave brisa que me hizo poner un pañuelo por los hombros, con arboles floridos a mi alrededor, en el silencio de la habitación del hotel, intento organizar la marea de sentimientos y de emociones que han abatido el día.
Venía reforzada por muchas lecturas, por muchos horrores escuchados y vistos en documentales, reflejados en libros y empatizados desde muy atrás. Da igual. Contemplar las piedras que pasearon ojos muertos, ver la entrada a ese campo…cruzar el umbral de los portones que suponemos abiertos de par en par para recibir a los/as condenados (4000 mujeres fueron exterminadas en Mauthausen, romaníes, homosexuales, niños, judíos, polacos, húngaros, portugueses, albanos, rusos…) intuir la pesada carga de los pasos silentes que caminaban hacia la muerte segura, pensar en los semblantes sombríos del hambre, de la desesperanza más profunda hasta desear la muerte como piedad suprema, pensar todo eso, entiéndanme, subyuga y deja sin palabras.
Hemos caminado por los adoquines de Mauthausen y luego por Hartheim con la pesadumbre de quien baja al infierno para contemplar la perversidad en su estado puro. No es que lo que ahora muestra el campo sea reflejo de lo vivido entonces, que no. Es la imaginación que toma forma entre las piedras, entre las paredes de esos barracones decorados para mostrar un campo de batalla descafeinado de lo que fue. Es un memorial, no es el campo, porque no se oyen los gritos de dolor, o no escucha el silencio de los que vagan sin alma porque se la llevó el demonio que anida en las oficinas o en las torretas que rodean al campo. Es un recuerdo decorado, bien pintado y limpio de lo que fue letrina del alma humana.
Contemplamos los hornos, contemplamos las duchas infames por donde se fumigaba hasta matarlos a los que llegaban en trenes de la muerte. Me he parado en silencio ante la puerta blindada que cerraba las duchas intentando imaginar el ruido que hacía al cerrarse, el griterío que decenas de cuerpos desnudos y hacinados proferirían al darse cuenta que no era agua precisamente lo que iban a notar derramarse en sus cuerpos… mientras los goznes se cerraba lanzando también gritos de metal. He imaginado el terror de esa madre abrazando al pequeño que, inocente, se plegaba entre sus piernas como si la fiereza humana la pudiera amparar el cuerpo desnudo de una mujer que sabe que su pequeño no verá más la luz. He intentado imaginar los rostros teñidos de horror, o de miedo al bajarse del tren, donde hacinados en comunidad de bestias, se les conducía. Me he preguntado ¿Qué sentiría la joven, poco antes bella y ennoviada, al contemplar el cartel de la estación de tren en donde pone Mauthausen?
¿Comprenden ahora que les digo que no tengo palabras..? ¿Comprenden que les diga que me desespero al no poder hacerme ni una remota idea de tanto sufrimiento? de la impotencia ciega que me nubla al leer el mensaje del amigo del alma, cuando le envío la foto de los nombres de dos tíos asesinados contando 26 y 30 años. Nadie nunca por mucho que se esfuerce podrá nunca acercarse al miedo, al terror, al dolor infame, al asco ante sus propias heces, que se ha sufrido entre esas paredes de cantería firme. Y de tantas. Nadie nunca escuchará las lagrimas silentes y sin agua que se han derramado al despertar del letargo y ver que era otro día más, para vagar por el infierno, para cargar las piedras infernales, para retorcerse de dolor ante el experimento que médicos locos infringían a inocentes. He intentado entender la fuerza sobrehumana que les hizo, a los presos españoles, confeccionar la pancarta gloriosa con la que se recibía a los libertadores ¿De dónde sacarían fuerza para hacerlo? ¿De dónde sacarían las ganas de vivir mientras vagaban apátridas por una Europa destruida para labrar su nido?
Me sobrepasa el miedo de imaginarme que un día, la locura perversa pueda repetirse…Y me digo: “no es tan difícil, reina. No es tan lejano… porque hoy, ahora mismo, mientras tú te horrorizas, alguien esclaviza, alguien rocía con agua fría, abusa, viola, expulsa de las fronteras, asesina, golpea…como los siniestros hombres pardos que guardaban el fuerte que hoy visitas”.
Para no morirnos de rabia y de pena, nos hemos unido y contemplado el sencillo homenaje que han realizado las bonitas gentes de Amical, cientos de jóvenes de institutos de toda Europa, de España varios…Jóvenes emocionados que con la perplejidad escrita en sus rostros, imberbes aún, contemplaban las fotos, las diversas estancias donde se representa el horro con incredulidad, con las perplejas preguntas que imagino en sus labios ¿Qué mundo es este? ¿Qué habéis hecho con la vida?
Los miro desde lejos y siento un dolor mezclado de alegría que me redime un poco de las visitas porque sueño con que estos jóvenes dentro de un tiempo traigan a sus hijos, y éstos a los suyos y contemplen el horror con el mismo pasmo y hagan la heroicidad de arrancar de las almas humanas cualquier sentimiento de odio. Porque si no fuera así, no hay dios quien nos redima.
Quizá mañana vuelva a tener fuerza de contarles más. Hoy se me han acabado.
María Toca Cañedo
San Pantaleón, vecino de Mauthausen, 5 de Mayo de 2023
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