¿Y por qué no se me ocurrió a mí lo de los conejitos? Me martillea la pregunta desde hace tiempo. Justo desde que leí el cuento. Fueron unos días en que el silencio se cernió en la casa, era Semana Santa, no tenía más trabajo que escribir y leer. Bueno, hacer la cama y lo preciso para alimentarme, porque a fuerza de inconsistencia ni manché ni desordené, de forma que la limpieza era un somero pase de ecológica y poco más. Tomé el volumen de cuentos de Cortázar, y ahí estaba: el puñetero cuento de los puñeteros conejitos que salían de la boca del tipo como quien tira bolas a una diana. Peludos, blancos, suaves y constantes. Los conejitos. Algo tan banal, tan sencillo que se me fijó en la mente como prueba de genialidad.
Y me empezó la pregunta ¿por qué no soy capaz de hacer algo similar a los conejitos? ¿por qué tengo que montar historias tremebundas, en las que la muerte, el amor, el deseo se distorsionen o retuerzan para ser creíbles? Si el genio es eso: inventar que un tipo vomita conejitos. Casi dejé de pensar en que la creación del mundo y el descubrimiento del hielo, así como los golondrinos del coronel Aureliano Buendía, eran lo más sugerente que había leído. Los conejitos. He ahí el misterio. He ahí el genio.
Desde entonces no reposo. Busco y experimento para encontrar mis conejitos. Le doy vueltas a la cabeza sin reposo ni parada. Sueño con peluchitos blancos, grises, que me miran con sus ojillos rojos con la sorpresa de saberme, no su creadora, pero sí algo suyo. Los conejitos de papá Cortázar que soy incapaz de parir.
#MariaToca
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