Recuerdo que, por entonces, el joven Arturo van den Eynde vivía en Santander en un edificio de reciente construcción situado frente al Instituto de la calle Santa Clara. Como una secuela, o quizás una prolongación de la presencia regular de Arturo en las primeras actividades ateneísticas, es preciso destacar la pronta afiliación como soci@s de la entidad de sus padres: Arturo van den Eynde Gómez y María Dolores Ceruti Sánchez. Creo que de entre todos los componentes de aquel corto pero intenso equipo generacional ellos fueron l@s únic@s que acompañaron a sus hij@s en aquella peripecia intelectual que, sin duda tanto les marcó, y que tan buen recuerdo dejaron entre nosotros. Por lo menos, así fue en mi caso.
Posiblemente, a Arturo (senior) la inusitada actividad cultural desplegada en la capital le recordaría la también desarrollada por la desaparecida Biblioteca Popular de Torrelavega (1925-1937), donde su hermano Víctor, fallecido en el frente de guerra en Villarcayo, se distinguía como un voraz lector de sus amplios fondos compitiendo en la tarea con otros jóvenes tan destacados como José Luis Hidalgo (1919-1947), Aurelio García Cantalapiedra (1919-2010), Ángel Laguilllo de la Fuente (1920-1972) y una niña prodigio llamada Fidelita Díez Cuevas (1920-1938), de trágico final. Y por eso me asalta de vez en cuando una duda sobre si fue el hijo quien influyó en sus padres o ya la formación cultural ostentada por sus padres fue decisiva a la hora de manifestarse las inclinaciones del joven Arturo. Dejémoslo, al menos de momento, en mitad y mitad.
¿Cuál era la procedencia de los Van den Eynde, a quienes en adelante y para ser políticamente correctos, deberemos denominar los Van den Eynde-Ceruti? Tanto Arturo padre como María Dolores habían trasladado su residencia inicial desde Torrelavega, primero, y de Guarnizo después, hasta ubicarse en la capital de una Cantabria entonces todavía denominada oficialmente provincia de Santander.
Amb@s tenían en común unos orígenes extranjeros, puesto que un antecesor de los Van den Eynde había llegado a la ciudad de Torrelavega a comienzos del siglo XX: Víctor Livinus (1879-1967), belga de origen flamenco, era natural de un pueblo llamado Aalst situado a diecinueve millas de la capital, y trabajando como técnico en frío industrial fue enviado por su empresa a Torrelavega, donde contrajo matrimonio con una joven llamada familiarmente Pepita Gómez (+1976), en cuya compañía incluso llegó a emigrar a México y allí fue donde nacieron sus cuatro hijos: Carlos (1911-¿?), Víctor (1912-1937), Arturo (1914-1987), Alfonso (1915-1916) y Alberto (1917-1996), aunque no tardaron en regresar a Cantabria, debido posiblemente a los inconvenientes producidos por las luchas violentas de la revolución mexicana. Fue a su regreso a España cuando, a decir de uno de sus nietos, médico de profesión, el pater-familiae creó en Torrelavega una empresa de productos lácteos que destacó, sobre todo, debido a la calidad de sus quesos.
Por su parte, María Dolores formaba parte de una familia de alguna remota conexión italiana pero muy enraizada en la ciudad del Besaya desde el siglo XIX, donde ostentaba el título de Barón de Peramola, y que tenía solar heredado por vía femenina en el pueblo de Ganzo.
Posiblemente debido al cosmopolitismo que caracterizaba la trayectoria familiar de la pareja, unido a una condición social que les hacía frecuentar ámbitos sociales de referencia, había en ellos una notable y acentuada muestra de conocimientos situada bastante por encima de lo habitual en la todavía provinciana sociedad santanderina, que intentaba en esta nueva muestra de unión superar los condicionamientos impuestos por el franquismo. Y, además, por distintos caminos tenían vinculación con alcaldes de la ciudad.
Sin duda, la pareja coincidió durante sus años de estudios de bachillerato en el Instituto Marqués de Santillana creado en 1932, donde pudieron mostrar unas aficiones que llevaron a Arturo y Lola a lograr excelentes notas en la práctica de redacción literaria, además de las cualidades mostradas por el joven bachiller el dibujo. Algo que debió resultar muy orientativo para el futuro profesional del hijo de amb@s, y también para el resto de sus retoñ@s: María Dolores (1944), Arturo (1945-2003), Víctor María (1947), Ana Marta (1950-¿?) y Eduardo (1959); a este último, controvertido político y portavoz de la derecha regional, no he tenido la oportunidad de conocerlo personalmente.
La pareja de impenitentes fumadores, en un tiempo histórico que no hacía vislumbrar la aparición de futuras prohibiciones, solía recibir a los amigos de sus hijos en la mesita que frecuentemente ocupaban en el salón social del Ateneo, sobre todo en las tardes de los domingos y lunes, días dedicados por la institución cultural al teatro y las proyecciones cinematográficas en versión original subtitulada, una auténtica novedad en la vida cultural local.
Para nosotros, poder charlar con aquel matrimonio de personalidad tan atractiva era no solamente una novedad sino también un incentivo cultural añadido, una muestra de que las distancias tradicionalmente levantadas entre generaciones algún día sería posible superarlas. Y ello vendría de la mano de la cultura.
José Ramón Saiz Viadero.
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