Hemos visto las riadas humanas que emigran hacia EEUU a lo largo de Centroamérica con expectación. Nos preguntamos ¿qué ocurre para que millares de personas se arriesguen a pasar mil penalidades, exponerse a robos, muerte, hambre, humillación por alcanzar el soñado país de las supuestas oportunidades? Sabemos que pocos lo logran; los que consiguen llegar les espera huir de la migra*. Si los cazan los retornan y no pueden volver antes de cinco años, de hacerlo, la cárcel les espera y luego la expulsión definitiva. En ese camino que les lleva a Norteamérica no pueden confiar en nadie, cualquier compañero/a puede ser una mula** traidora, un pandillero de los que huyen. En cualquier esquina de esa travesía les espera la muerte. Y siguen saliendo, con terquedad insólita, continúan el camino a pesar de los peligros, del desarraigo familiar, de Trump… ¿Qué ocurre en los países de Centro América para impulsar a tantos a correr esos riesgos?
Nicaragua, Puerto Rico, Honduras, El Salvador, Guatemala, son los más afectados por esta lacra de las maras, de manera especial los tres últimos países que conforman el llamado Triangulo Norte.
Su origen primigenio fue defensivo. Nacieron con el éxodo de refugiados de Centroamérica en los años 60,70 y 80 a EEUU, debido a los conflictos civiles que abatieron los países de origen. Se concentraron mayoritariamente en Los Ángeles. En esta ciudad las pandillas de afronorteamericanos y puertorriqueños se defendían con agresividad de los recién llegados que demandaban trabajos y ofertaban mano de obra barata. Pobres contra pobres, no contra el poder que oprime a ambas comunidades. Lo común en los casos de emigraciones masivas.
Los recién llegados fueron atacados por las bandas organizadas de la ciudad, obligando a los recién llegados a unirse contra las mafias locales. Con el tiempo las pandillas centroamericanas se van haciendo más y más fuertes, aprenden pronto de las bandas enemigas el manejo de la violencia extrema pasando a ofrecer protección, guía y mercadeo a delincuentes. Pronto comienzan a organizar pequeños robos que les permiten una supervivencia alejada de la explotación laboral que EEUU ofrece como salida a los emigrantes sin papeles. Van haciéndose con el mercadeo de la droga; muchas de las mulas que guían a los inmigrantes son miembros de las maras iniciales.
Se constituyen dos grandes y enfrentadas pandillas en los tiempos de LA: la mara Salvatrucha-13 (MS-13) y la mara Salvatrucha-18 (MS-18) el nombre se recibe por el distintivo de las calles a las que pertenecen los originarios mareros.
En algunos casos, con la pacificación precaria de los países de origen, los mareros regresan a su tierra confirmados como violentos y organizados. Han aprendido bien en la gran ciudad y captan a compatriotas de los barrios marginales en sus respectivos países.
Los miembros de las bandas carecen de valores sociales debido al desarraigo y al desmembramiento familiar, son hijos de la calle, de familias desestructuradas a quien el estado ni protege ni da más cobertura que el desamparo. Ser marero es un grado en unas sociedades depauperadas por las guerras y la corrupción. Sus miembros se sienten importantes, manejan dinero e influencias, tienen poder, son sanguinarios y muestran una férrea protección mutua. El barrio es tu familia, dicen los mareros; mantienen un prestigio del que carece la policía, que en estos países es algo grotesco, desacreditado por la corrupción que los ha corroído desde la base a los mandos.
Los mareros comienzan la vida delictiva siendo muy jóvenes. Han vivido sin normas, inmersos en la violencia absoluta, sin referentes éticos que avalen otras formas de vida, muchos de ellos sin familia. Los tatuajes y los ritos de iniciación les hacen sentirse importantes, temidos y sobre todo, la pandilla, les da la cobertura familiar de la que carecen. Comienzan pronto en las maras, viven deprisa porque saben que tendrán una vida corta. No es extraño ver a niños de cinco o seis años hacer de mensajeros o labores de vigilancia. A los quince o dieciséis años suelen tener varios hijos y pocos, muy pocos, pasan de los veintiuno.
Los ritos iniciáticos son brutales. Golpizas terribles; zapateados: varios mareros pateando al neófito durante 18 o 13 segundos (dependiendo de la mara) sin ninguna piedad. Matar a un desconocido es el gran reto y recibe por nombre: coronación. A las mujeres (un 25% de mareras son mujeres) se las viola repetidamente y deben estar a disposición de la pandilla desde los diez o doce años. De esta manera se efectúa el brincado, iniciación en la mara para las féminas. A los catorce o quince ya tienen varios hijos y a los diecisiete parecen viejas sin ninguna esperanza. Muchas de ellas entregan a sus hijos o los abandonan en las calles, sembrando las ciudades de nuevos candidatos a mareros.
Algunas de las mujeres de la mara, acceden a la pandilla en forma de jaina, denominándose así a la compañera del jefe, de esa forma evitan la violación grupal y las golpizas. Su lugar es privilegiado, alejadas de las trenecitos, que son las que se ocupan de dar amor…sinónimo de estar disponibles sexualmente para cualquier integrante de la mara, que conforman la clase más despreciada. En cambio, las mujeres que soportan las golpizas con dignidad tienen un status de cierto respeto ya que los hombres consideran que han soportado lo mismo que ellos. Se las supone valor, pero son las menos. La situación más común de las mujeres en las maras es la de ser de mulas (posesión de los amos mareros) sujetas siempre a las ordenes del amo y se ven afectadas por las venganzas de los rivales que hacen de las mujeres sujeto de la violencia contra los jefes mareros.
Salir de una mara es muy difícil, prácticamente imposible. Hay organizaciones, algunas religiosas, como los Salesianos, que forman grupos de inserción en la sociedad, intentando enseñarles oficios que los reinserten en la sociedad, sin mucho éxito. Aunque pasen años de la deserción son asesinados por los propios compañeros, ya que consideran su marcha traición. Ser marero es de por vida, dicen. Dejar la mara, es pura traición y como tal lo pagan los desertores.
Sus tatuajes los distinguen y les marginan, en caso de querer salirse de la organización, aunque en los nuevos tiempos, para hacerse irreconocibles en las detenciones, han dejado de tatuarse de la forma exagerada del principio. Nadie da trabajo a un marero por mucho que demuestre que lo ha dejado…Nadie confía en un marero y sobre todo, teme las consecuencias de amparar a un marero desertor. Las venganzas son indiscriminadas y muchos de los muertos de las maras son meras personas que pasaban o estaban en el sitio equivocado.
Las maras están divididas en clicas, que las conforman unos veinte integrantes, varias clicas dan forma a una mara. Estos grupos de clicas, son los encargadas de una violencia estructural que provoca la inseguridad y el terror en las calles de forma absoluta. Extorsionan, dan palizas y matan a quien ose contradecir sus normas o quien se escape de los cánones aleatorios que en muchos casos dependen del capricho del jefe de clica, haciéndose amos absolutos de barrios enteros, provocando una inseguridad ciudadana total. La violencia en Centroamérica es mal endémico, se respira y se normaliza entre las clases populares. Las élites no la padecen, o la padecen menos, ya que viven en fortines protegidos, se mueven en aviones privados y con seguridad matonesca que en casos proviene de las mismas maras, aunque los secuestros están a la orden del día como fuente de financiación. Aún con todo, es el pueblo de donde proceden los mareros, quienes padecen la violencia que les impide vivir.
Desde la atalaya europea, minimizamos la problemática mientras los datos son aterradores. Son números que reflejan una cruenta guerra donde las bajas, como en todas las guerras, las pone un pueblo sufrido y maltratado.
Nada mejor que la frialdad de las cifras para situarnos el problema en su exacta dimensión:
En el llamado Triángulo Norte: Honduras, El Salvador, Guatemala hubo del orden de 14.575 asesinatos en 2017. El Salvador, un país de solo seis millones de habitantes se registraron en ese año, 3954 muertes por violencia pandillera. Honduras, 3791muertes, Guatemala 5354 muertes, también en 2017.
Médicos sin Fronteras estima que 500.000 personas se exilian del Triángulo Norte por la violencia hacia EEUU, atravesando México. En este éxodo, y según confirma MSF, siete de cada diez inmigrantes sufre violencia en el tránsito; el 50% de los que abandonan estos países lo hacen impulsados por la violencia marera. Las peticiones de asilo en EEUU han aumentado desde el 2011 al 2015 en un 739%. La ONU estima que fueron 64.000 niños los que cruzaron ¡solos! la frontera entre México y EEUU en 2016.https://www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/70952-nicaragua-costa-rica-menor-tasa-homicidios/
Todas estas cifras escalofriantes que tienen detrás miles de vidas truncadas y torturadas confirman la enorme lacra que supone la violencia pandillera en el llamado Triángulo Norte. No tenemos constancia de que pueda remitir si las condiciones de vida de estos países reinsertan a los integrantes de esos grupos de extrema violencia. Por desgracia los diferentes gobiernos de los países afectados están trufados de corrupción.https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-42116189 Son los grandes narcos de la región quienes financian a los gobernantes que son meros títeres en sus manos. Desde lejos USA, vigila con complacencia, dejando hacer en los países de origen, mientras piensa en muros de contención para que no le llegue la mancha de violencia a sus pulidas ciudades. Son los beneficiarios subsidiarios de esa violencia.
Hemos tenido acceso a una de estas vidas destrozadas por la violencia. El hondureño , Miguel Antonio Molina, accede a contarnos su vida o un simple tramo de ella. Justo la que se le viró hacia parajes que no hubiera querido vivir.
Miguel Antonio tuvo que trabajar pronto porque no fue buen estudiante, hoy lo lamenta, dice que el saber y el conocer es lo más importante de la vida. De chico, su madre, enfermera de profesión y gran referente en la vida de Miguel, debe sacar adelante, sola, a varios hijos. Él es el mayor, por tanto abandona los estudios y consigue aprender el oficio de mecánico de automóviles encontrando trabajo sin mayores problemas. Más tarde monta su propio taller mecánico, tiene empleados, le va bien, forma una familia. Entonces Honduras, que es su país, es un lugar bien lindo, nos dice con una sonrisa nostálgica Miguel Antonio.
-Se cosechaba cereal primario para exportar, había campesinos, no sobraba nada pero se podía vivir. Luego fueron llegando ellos y se torció el país y las vidas-
Su vida va prosperando dentro de la normalidad. Nos cuenta…
Cuando llegaron los mareros que desembarcan de Los Ángeles convertidos en furias organizadas donde la falta de empatía era norma, Miguel Antonio, sigue con su lucha cotidiana enfrentando con paciencia el problema. Al principio no eran muchos, sus armas eran cuchillos, machetes, palos, bates de béisbol…poca cosa para un hombre tranquilo que ha estado en el ejercito y tiene fuerza moral para enfrentarseles. Amenazan, piden el impuesto de guerra***, que algunas veces se paga, otras no. Nuestro hombre tiene amigos que le respetan y va trampeando el peligro.
Las maras fueron tomando cuerpo, nos dice Miguel Antonio, hasta llegar al punto actual, que el Kalashnikov, los lanzagranadas y demás armamento pesado son sus baluartes de ataque. Conquistaron los barrios, embaucando a los chicos a muy temprana edad. Con doce años o poco más ya se sienten hombres, los capos los ofertan drogas, mujeres hermosas…Y el poder que da ejercer el miedo sobre los demás. Se trata de una borrachera que te convierte en todopoderoso cuando se debiera estar jugando al balón.
Como una enorme y mortífera mancha de aceite se fue ennegreciendo la sociedad, los barrios pobres de pronto se convirtieron en lumpen.
Los señores del narcotráfico que residen en opulentas casas blindadas al polvo de la calle y aprovisionan a las élites de EEUU y de Europa de la materia placentera, no tienen en cuenta el engranaje de sangre que alimentan. Como a Miguel Antonio y su pequeña familia formada por cuatro hijos y una esposa. Tres chicos y una chica, hermosa, de diecisiete años, de la que un marero se encapricha con furia y la secuestra. Cuando esto ocurre, Miguel Antonio está de vuelta de una marcha titánica comenzada un año antes cuyo fin es llegar a USA. Llegó, una vez allí, la migra lo detiene y lo devuelve a casa. No dice a nadie que le han derrotado, se esconde hasta que la madre le avisa de la desaparición de su chica. Tiene que negociar, que transigir, que hipotecar sus pertenencias para sacarla de las garras del verdugo. Lo consigue pero sabe que es cuestión de tiempo recibir otro golpe. Justo donde más duele: en sus hijos.
Ha visto morir a mucha gente, me cuenta. Ha visto palpitar cuerpos entre vísceras calientes, gemidos y sangre.
–Ese olor no se olvida, sabe- me cuenta- El olor acre y dulzón de la sangre caliente que brota de un cuerpo que se niega a morir. No se olvida, pero a los muertos uno se acostumbra y ve morir a uno, a dos…a muchos y ya no te impresionan. Y eso es lo trágico, que uno se acostumbra a vivir como un salvaje, eludiendo a los muertos-.
Tuvo una vez un fusil en el rostro mientras la bota poderosa del esbirro le pisaba la cara. El motivo era nimio, apenas si lo recuerda: alguna negativa, confusión o simplemente que estaba en el sitio poco indicado en un mal momento. Se preparó a morir:
-Recé alguna oración, pedí bendiciones para mis hijos y me dije, aquí te acabas Miguel-
Pero no, no tocaba, el tipo levantó la bota y le dejó ir. Nunca olvidará esos diez minutos (supone que fueron diez, no puede precisarlo) Sueña con ese cañón de fusil apoyado en su cara. Marchó del lugar y no pudo volver a su casa; vagó durante la noche por lugares con gente, para hablar de cosas nimias, nos dice. Para olvidar el miedo.
Los muertos brotan en las calles de los barrios como arbolitos en primavera. Los encostalados, metidos en sacos como fardos, dejados en cualquier sitio. Los ensabanados, cubiertos por una sábana como sudario, o los demembrados, cuyos cuerpos hay que recoger a trozos por cualquier ciudad. Torturados, recortados y maltratados hasta la muerte en una orgía de sangre y sadismo que no se entiende en humanos.
–Es cotidiano y uno se acostumbra, a no andar por la calle a determinadas horas, o a hacer las contraseñas que ellos piden en los barrios, a caminar y vivir con la cautela del animal al que le acecha el peligro constante. Uno se acostumbra a bendecir a los chicos cuando salen para el colegio o la Universidad, porque se piensa que es posible que no vuelvan vivos. Uno se acostumbra al miedo, sabe, hasta que no se puede más y no apetece vivir. La opción es marchar. A donde sea, pero marchar-
Miguel Antonio marchó a EEUU, como contamos, pero no hubo suerte. Refiriendo ese viaje se desarma. Se le quiebra la voz, los ojos se cubren de agua, imagino que velan tempestades de dolores antiguos. Muy duro, me dice. Fue muy duro. No sirvió de nada porque le retornan. Luego decide vender todas las pertenencias por lo que le quieran pagar y venir a España.
Emprende la lucha por obtener estatuto de refugiado político, pero aquí no se entiende la violencia de los barrios de Tegucigalpa o de San Pedro Sula. No se conoce el riego de sangre que azota sus calles y no le dan el preciado estatuto. De hacerlo hace dos años, quizá, hubieran salvado la vida de su chico. Tenía diecisiete años cuando mataron a Frederic David Molina García. Miguel Antonio no sabe cómo fue, pero sí quien fue. Nadie se atreve a contarle por teléfono la verdad por miedo, porque las maras intervienen teléfonos, ordenadores. Las maras tienen ojos y oídos en todos los rincones y la familia sigue en Tegucigalpa.
En la actualidad las maras son un estado porque funcionan a las órdenes del narcotráfico y este ha comprado al poder. El gobierno, la policía, cualquier estamento de ese estado nacional está en sus manos. Hasta los mandos altos del ejército -es el estamento que Miguel Antonio salva un poco de su acusación- pero verifica que el generalato está corrompido. El narcotráfico ha comprado todo Centroamérica, ejerce de dueño absoluto de vidas y haciendas. Para ellos, el pueblo solo son peones de un ajedrez de poder y dinero infinito. Nadie se atreve con ellos. Son intocables, porque su producción es vital para la supervivencia de la miseria humana. Miguel Antonio, su chica tan guapa, tan buena estudiante que está a punto de acabar una ingeniería, y su chico que enterraron sin él poder abrazarlo, no son nada. Meras piezas de un puzzle evitable e invisible.
Este hombre que una tarde cualquiera se sentó ante mí, le caen unas lágrimas que maceran su rostro curtido. El dolor le quiebra aunque se repone y me insiste que su sueño es traerlos a todos. Porque aquí, me dice, podemos olvidar el miedo
–Los primeros días al llegar a Santander, paseaba y paseaba por las calles, incluso llamé a mi mamá para contarle que aquí las chicas caminan solas, mirando el móvil, sin preocupación. Y de noche ¡Sabe lo que era para mí ver eso! No tener miedo, andar por la calle sin vigilar esquinas ni al que viene de frente o te sigue. Mi mamá no me creía, sabe-
Miguel Antonio, quisiera contar tanto, quisiera gritar que esta sociedad engendra desechos que matan y esbirros que a su vez son víctimas mientras los culpables, viven en mansiones blindadas y llevan guardaespaldas. Pocas son las palabras que se pueden decir a un hombre que ha perdido a un hijo, a un país. Un hombre que ni tan siquiera sabe que pasó el día que mataron a su chico. Pocas palabras tenemos para describir la furia de una sociedad que no es capaz de proteger al pueblo de unos esbirros que son víctimas también y toda su furia es fruto del miedo y de un poder que se ejerce desde lejos. Sin piedad.
Dejo a Miguel Antonio con el calor de un abrazo, sigue su camino cargado con un hatillo de recuerdos muy duros. Y pesado, porque los muertos, aunque se acostumbre uno a verlos, siempre pesan mucho.
María Toca.
Dedicado a la memoria de Frederic David Molina García. Te amaron tanto como te recuerdan y luchan porque tu muerte no fuera vana.
*Policía estadounidense de inmigración.
**Encargados de pasar a los inmigrantes.
***Pago de la extorsión.
Soy la madre de ese bello niño Frederick David Molina Garcia el era un bello joven que no merecía lo que me le hicieron ya que era discapacitado. Y hasta ese grado estamos aquí que no respetan ni las personas especiales ..mi bby..fue mi lucha constante de sobrevivencia ..😭😭😭😭
No sé que decirle Mercedes…Quizá abrazarla en su dolor e intentar que la realidad de su país se conozca en Europa por si algún alma poderosa puede y debe hacer algo. Nadie merece sufrir como ustedes, nadie merece morir.Poco más, querida Mercedes, poco más. Reciba un abrazo muy fuerte desde la distancia pero desde la comprensión. Y gracias por su lectura y sus palabras.
Gran documento, Maria … Estoy impresionada.
Es un drama y lo desconocemos. Gracias Rosa María por su apreciación.