Viene el invierno llorando,
igual que llora el presente
para jóvenes y viejos.
Solo fue bueno el pasado,
cuando corriendo ligeros,
siempre casi sin pensarlo,
íbamos entre risas y gritos de verdadera alegría,
jugando a pisar los charcos,
antes que se evaporasen,
por las calles de un bonito mercado abarrotado de tentadoras promesas ,
al igual que la pequeñita Maryuma va,
sin ceremonial alguno y con repentina prisa
a coger ese globo luminoso
en forma de flotante estrella
que ha descubierto de pronto,
en medio de un mercadillo
antes que desaparezca.
Sueño de bebe impensado y libre
pleno de luz y felicidad,
que provoca ruidosos lloros,
de lucha y enfrentamiento, contra aquellos que queremos ayudarle a que reforme el desenlace del cuento,
para evitarle el peligro
que vea la oscuridad
cuando se deshaga el aura
que siempre envuelve en los cuentos
a los globos de colores
con apariencia de estrella.
Por ello reivindico ahora,
con nostalgia melancólica,
esa edad de la ignorancia
en la que inconscientes del valor
de nuestros actos
volábamos hacía una tierra de cuento plagada de luminosas estrellas
plenas de luz y felicidad
chapoteando en los charcos,
cuando para nada sabíamos
que éramos los herederos,
ya que nadie nos lo dijo,
de la sanguinaria tribu de los hijos de Caín
que olvida los derechos humanos cuando un negocio se avista
para engrosar la cartera,
queriendo seguir durmiendo
sin que el reloj me despierte
a fin de no tener que ver caer
esas hojas sin tiempo
teñidas de sangre inocente,
que me distanciarían de concluir complacido
el sueño inocente que tuve,
pensando que los juguetes que nuestros padres pusieron,
justo junto a unos zapatos viejos
lustrados a golpe de fe y esperanza,
nos los pusieron los tres Reyes Magos
que venían del Oriente.
Enrique Ibáñez Villegas
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