Mi cuerpo pide salsa.

Había una vez una mujer feminista que vivía en una ciudad de provincias en la que se celebraban múltiples fiestas locales. Contaba también con tradiciones de las cuales la mujer feminista era objetora de conciencia con mucha conciencia. No participaba nunca en ferias, procesiones, peregrinaciones a vírgenes de santuarios polvorientos ni paseos a caballo agarrada de varón con atuendo apretado.
Siendo esto así, la mujer feminista decidió volverse algo más atrevida en sus costumbres y gustos y adentrarse en el ignoto mundo de los bailes de salón en un acto de osadía sin igual.
Toda mujer feminista suele tener otra amiga feminista que le dice vamos, tía, en un santiamén; así somos de buenas acompañantes en exploraciones vitales, por lo que las dos señoras se personaron en el lugar señalado y acordado para la inmersión tropical.
Al llegar notaron que el atuendo de ambas no era el más idóneo para el asunto así como les mostraron las otras veinte mujeres con tacones, minifaldas de altos vuelos y rectitud corporal propia de gobernanta de residencia juvenil.
Se miraron de arriba abajo entre ellas en un duelo estético en el que las chandaleras con coleta, zapatillas de deporte marca blanca, flojera muscular y brazos en jarras no salieron bien paradas, hasta que otra hermana de condición con falda pantalón ultra moderna, tatuajes en el antebrazo y cara de necesidad sorórica se les unió formando un trío fortaleza en la esquina de la sala, con todos los reaños de Angela Davis en un mal día de lucha.
Comenzaron las indicaciones por parte de un muchacho profesor con acento envolvente y meloso y directrices del calibre de:
– Miren, chicas, ellos son Fernando Alonso, ustedes el coche. Déjense conducir.
– Ellos llevan, ustedes tienen que «lucirse”.
– Nooo, así no, usted no es la que toma la iniciativa.
– Poor favooor, María, hágame caso.
Ante uno de los exhortos, la amiga de la señora feminista comentó que le parecía todo muy machista en voz alta y un grupo de unos doce hombres la miró sonriendo y gesticulando con el uff característico del hartazgo feminazi y el mundo panfletario.
Se inició la rueda y las tres mujeres sin tacones esperaron diligentes a ser elegidas, ya que es norma explícita que han de ser los señores los que se acerquen, debido a lo cual las feministas salseras se situaron en una esquina como pandilleras del Bronx moviendo el cuerpo y la cabeza en un intento de “vosotros no sabéis con quién vais a bailar, señoros”, que escondía el claro pavor a que nadie las eligiera, a tropezarse con los pies antes de empezar o a ser catalogadas como el caso más grave de descoordinación visto en Cuba, Sur de Andalucía y algún club salsero de Vladivostok.
Hombre uno.
Energía de no me como un plato de potaje desde hace quince años, pero acelgas todas las del mundo. Mano flácida. La señora feminista de rizos lo lleva a él. La regañan.
Hombre dos.
Tiene tanta fuerza que se pega a la señora feminista amiga de la de rizos como algodón de azúcar de feria al palo. La amiga intenta apartarse; no puede. Su cara transmite miedo a la salsa cubana en línea. (Tía, que este aprieta más que una braga faja, acierta a decir al pasar entre dientes).
Hombre tres.
Coge por la cintura a la amiga feminista agregada y le cuenta su vida mientras bailan. Su novia le ha dicho que se apunte, que es un torpe bailando y que él hace lo que puede pero que es que su novia es muy mandona y bla,bla. Le sudan las manos y a la amiga agregada también por lo que sacan cleneex y pierden la línea. La amiga agregada resopla.
Hombre cuatro.
Ve llegar a la señora feminista de rizos y dice: oh, no, tú no, otra vez tú, lo cual no resulta un mensaje alentador para esta mujer que tropieza, desordena los pasos y no le pilla la gracia al asunto pensando que semejante parafernalia y con tacones ha de ser una pesadilla gore.
Hombre cinco.
¿Te quieres dejar llevar, coño? Tú eres de carácter. Es que, es que llevo toda la vida no queriendo dejarme llevar y aprendiendo a ser autónoma y libre y…(consigna feminista aquí).
Hombre seis.
Mme enkannta lo bbaile de ssaloonnn, soy itttaliano y stoy aquí de Erassmu.
-Ah, genial- contesta la mujer feminista de rizos
– Podría ser tu madre, así que no me pises, no te drogues mucho estos meses y aprovecha la estancia. Ayy, y uno, dos, tres, cua…(resoplido y equivocación).
Llegado un momento de receso e hidratación las tres mujeres feministas se miran las caras acaloradas y expresan sin palabras el desconcierto poniendo esos ojos en blanco de madre agotada y de quién me manda a mí meterme en esto.
Una de ellas se atreve a levantar la voz y preguntar lo que las tres están deseando vociferar:
– Oye, Oswaldo, ¿bailes de salón más igualitarios no hay? Así como que nosotras podamos llevar, nos lleven, más horizontales y eso. Más rollo luchamos contra los roles de género y tal.
Y entonces llega el fatídico momento que toda feminista vive de un gran silencio dramático, esa pausa para tragar saliva en la que Oswaldo contesta y veinte personas miran:
– Qué dice, mi amor. Véngase y déjese llevar de una vez. Voy a pensar que son ustedes casos sin «solución«. Menudos líos tienen en la cabeza, ven machismo por todos lados.
Y escuchando la última frase, no por biográficamente repetida menos jocosa para las tres, las señoras salen del lugar, con sus poses sobradas de pandilleras del Bronx, sus botellitas de agua y sus igualitarios meneos de culo a comerse tres pasteles como tres soles y reírse de Fernando Alonso, Fannya All Star y todos los Lamborguini a la de una, dos, tres, cua…
Y todo así en la vida de una señora feminista.
Todo así. Azúcar, por favor.
María Sabroso.
Fotografía de la grande Celia Cruz.
Sobre María Sabroso 128 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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