Mientras este americano esperaba de todo un rey de España que se disculpara por la colonización, los ancianos españoles acomodados empezaron a cagar una pepita de oro. Brillante regalo entre sus deposiciones. Latinoamericanos todos, los cuidadores que limpiaban esos culos se guardaban clandestinamente la preciada cuenta una vez despojada de impurezas. Nunca quisieron indagar y menos proclamar la naturaleza de su portentosa riqueza. A la vez, el oro del Banco de España empezó a menguar. Las autoridades no podían explicarlo.
Gracias al hermetismo de los afortunados, nadie relacionó la merma de las reservas bancarias con milagro alguno. En su mayoría creyentes, los inmigrantes desechaban explicaciones como la venganza de Moctezuma. Guardaron su secreto y fantasearon: un dios justiciero les devolvía lo expoliado a sus antepasados.
Hay superávit de víctimas y déficit de perdones en los relatos de allá o de acá. En esta historia, el tiempo pasó, añadiendo capítulos. El vil metal llegado aquí en galeones, regresó, mágico, en pequeñas píldoras, a sus orígenes. Se le llamó Oro Español, de ley. Según los entendidos, «más cotizado que otros debido a su extraño aroma, como a entraña».
Respecto al episodio del perdón —con lo poco que hubiera costado—, y, aunque nadie ya lo recuerde, el rey y sus súbditos mandaron a aquel americano a la mierda. Temieron que reclamara recompensas dinerarias. «Mardito sea el dinero que con él se compra tó», cantaba en los 40 un último artista perseguido acá y acogido allá.
Heridas sin restañar, canciones, mierda y oro.
«Los web. Inconformistas o solo locos»
https://www.amazon.es/dp/1983028819
Jesús R. Delgado
Deja un comentario