No sé vivir almacenando ira, su garra me oprime el pecho.
Quiero arrebujarme en la esperanza de que a todas nos habita otra cara,
quiero convencerme de que es más humana, más productiva la preposición «con«.
No, no quiero ser éste que, en estas horas frenéticas, se ha metido en una trinchera.
No, no quiero volver a ver esta imagen que me devuelve el espejo, la imagen de un yo irreconocible que amenaza con destruir el paisaje que tanto amo y por el que quiero seguir cooperando.
Pido perdón a las personas que haya podido dañar con mis palabras, escritas con ese colesterol malo que tapona nuestras arterias. Les prometo que no soy ése.
Así que, permítanme que, en agradecimiento a todo lo bueno que me ha otorgado la vida, les hable de ilusión y esperanza, de trabajo colectivo, de respeto por el que no vea, no quiera o no pueda ver las cosas, la realidad en su complejidad, como yo la veo.
No estoy en posesión de la verdad y, desde mis dudas y mi fragilidad, seguiré trabajando con humildad por lo que pienso que puede ser el bien común.
No hay más, mi nombre será el último de todos los nombres, el pronombre personal que me describe será también el último, no habrá siglas que me convoquen, pero allí donde exista un grupo de personas que respondan al apelativo de «nadie» y que admitan mi hombro. Allí estaré.
Juan Jurado.
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