Está indecentemente borracho. Entra en el bar haciendo eses y con los ojos vidriosos. Pregunta si puede sentarse en la silla de al lado, pese a que hay diez vacías situadas a una distancia prudencial. Se sienta, aun así. Pregunta qué tal y le contesto secamente que estamos manteniendo una conversación privada. Parece haberlo entendido pero dos segundos después vuelve a la carga. ¿Qué día es hoy?
Nos levantamos para irnos. Me mira como si fuera un novio abandonado y me pide que le perdone, que está pasando un mal momento. No lo conozco de nada y pienso que en ese instante alguien que nos vea puede creer más en su historia que en la mía. El tipo obscenamente bebido un miércoles por la tarde podría hacer pensar a un observador imparcial que acabo de dejarle para siempre. Me da la sensación de que él mismo lo cree, o de que me confunde con alguien que lo ha abandonado y me habla como si yo fuera ella.
Pagamos, salimos. Vemos cómo el camarero se acerca y le echa la bronca en voz baja al pasar por delante de él.
Nos metemos en otro bar. Con los dedos cruzados para que ese novio falso y hecho unos zorros no me haya seguido hasta aquí, para que no me alcance con esa historia tan trágica y atormentada que solo le ha pasado a él.
Texto: Patricia Esteban Erles
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