Si me preguntaras por qué estoy con esta persona, me resultaría bastante difícil decir la verdad.
Tengo instalado dentro un mecanismo de respuesta automática, un cuento inventado, una historia que a fuerza de repetirla incluso he acabado creyendo.
Lo que me ocurre es que de un tiempo a esta parte, cada vez que me oigo la cantinela de supuesto bienestar que me impongo narrarme y que vendo, ya pongo la cara de un niño al que con doce años pretenden hacerle partícipe aún de la existencia de los Reyes Magos.
Ese gesto preciso de descreimiento y hartazgo; ese pongo al escucharme.
¿Sabes por qué?
Porque escucharme decir en voz alta que estoy en esta pareja y la mantengo por todo esto es demasiado doloroso, lacerante.
¿Qué es lo que no quieres atender?
-No quiero estar solo/a.
-Me da miedo perder el contacto con mis hijxs si me separo.
-Temo cargarme la idea de familia al uso que he mantenido de por vida.
-¿Quién se va a interesar por mí ahora?
-El «mercado» afectivo está fatal. ¿Dónde voy con la edad que tengo y los kilos de más?
– A su manera, me quiere.
-Me siento mayor, cansada, inadecuada, sin fuerzas, asustada, sin esperanza, poco hábil, desactualizada como amante.
Y lo peor es que creo que él se siente igual, exactamente con el mismo miedo.
Así que nos sentamos juntos, miramos en direcciones opuestas rumiando un «cómo sería» sin miedo.
Y ocupamos el hueco.
María Sabroso.
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