Decía Dante que aquel que sabe de dolor todo lo sabe.
El dolor es un suelo sagrado por el cual pisa y pasa la poesía.
La depresión subyacente a todo poeta es demostrada en muchos estudios sobre el tema.
No concibo la poesía como un lujo floral de cánticos al cual no se ha llegado tras experimentar el nudo en la garganta.
No concibo la poesía que no besa la sangre misma del exterminio del hombre, para hacerse poeta.
Y sustituyó ahora la palabra » concebir» por la palabra » sentir»
No siento nada frente a un poema en el cual no intuyo la herida del poeta, en el cual no intuyo la bala que lo acribilló y esa identificación con la mía propia.
No siento nada cuando un poema no me invita a sanar mi alma, cuando se limita a soslayarla desde lo circundado de la hemorragia. Y a menudo me pregunto si los poetas podemos ser espectadores de la vida desde los balcones de la perfecta alegría y hacer una buena obra.
En casi todos pululan al 75 % las sombras y un 25% como mucho de luces.
Esto, en cierto modo es preocupante.Pero yo no concibo otro modo de verlo…de hacerlo posible.
Me encantaría poder sentir el latido sin sombras, pero no lo siento.
Tenía yo siempre una especie de pequeña diatriba con un cercano poeta que me instaba a escribir algo alegre, sin mancha, por y desde la alegría.
Mira el mar — decía; escribe sobre sus bondades.
Escribí un poema titulado » Océanos » que pasó a ser uno de mis mejores poemas -para mi gusto- en el cual no sólo comprobé que me sería difícil tal hazaña, sino que vivamente intentaba algo que no podría conseguir quizás nunca – al menos en esta vida- pues desde la segunda estrofa el subconsciente me arrastraba, y pasaba de ser caballito de mar a tiburón en un segundo.
Para la próxima – si se nos da oportunidad- me pido ser arroyo, o colibrí.
Alguien sin raciocinio pues solo desde ese estado es completa la alegría y dura hasta la última estrofa y ellos son los mejores poetas.
Texto: Maria Pilar Gorricho del Castillo
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