Me he enfrentado a la obra de Sergio Pascual, al principio con cierta pereza no exenta de prevención por lo que intuía me iba a encontrar pero al paso de las primeras páginas me atrapó su lectura como si de novela negra se tratara. Cierto que he podido establecer ciertas similitudes con lo escuchado en cercanías, incluso por lo vivido como espectadora lejana pero curiosa y en momentos, perpleja. También he podido encontrar explicación, ante las magnificas descripciones y determinados diálogos, a sucesos que me eran un tanto incomprensibles.
Durante los primeros capítulos se asiste a la búsqueda de salida a un tiempo duro, a momentos sociales donde más parecía que nos enfrentáramos a un fin de ciclo -ciclo horrendo- durante los años del primer gobierno de Rajoy, con la crisis galopando a lomos de las políticas neoliberales que nos estrangulaban hasta dejarnos sin oxigeno extorsionando a parte de la sociedad con caídas en picado en la marginalidad y en la zona oscura de la sociedad.
He de resaltar que me ha parecido muy atractiva la parte del libro en la que Pascual cuenta la búsqueda de respuestas y las diversas etapas transcurridas por América Latina. Me han fascinado las deducciones y experiencias vividas en el continente hermano, es más, le pediría, que abierta la espita literaria, nos contara con detalle sus incursiones en los diversos gobiernos de los líderes de los países en los que colaboró. Ampliación y detalles de sus impresiones sobre esa Venezuela que consiguió amar y nos atisba con nostalgia pero que nos gustaría conocer con más detalle. También Ecuador con el personaje del anterior presidente, Correa , y sobre todo Bolivia pues nos intriga por las diferencias y las similitudes (penosas similitudes) con el panorama patrio. Esa América Latina con la que nos une tanto como lo que nos separa.
Su historia entrelaza, en parte, con la herencia hispana así como la larga bota yanqui que pisa y somete con periodos que oscilan entre el abrazo de oso o la cruel puñalada por la espalda. Más, nos gustaría conocer, mucho más de su experiencia en los diversos países que ha conocido así como en la experiencia política que auguramos profunda. Apreciaríamos mucho conocer con detalle la conciencia que asume Pascual en esas sociedades intranacionales que caminan en paralelo sin tocarse. En los barrios de las ciudades latinas donde se considera fraude los votos del adversario…porque se ignora totalmente qué quiere, quién es y qué espera el adversario. Es sintomático el apunte de la cantidad de ciudadanos que jamás han pisado el metro, que nunca visitan depende qué zonas. Poco conozco de la realidad latina pero suficiente para constatar la veracidad de ese elitismo y el divorcio social de muchos países, tanto que nos tememos, desemboque en crisis profundas si no en matanzas puntuales.
Siguiendo la lectura, tomamos conciencia de que estamos ante un libro de historia. Una historia que hemos vivido las aquí presentes con entusiasmo inicial, tan ingenuo como impulsivo para asistir, un tanto desoladas, a un aquelarre o desfalcos emocionales difíciles de perdonar. Este libro es histórico. Lo ocurrido en la formación y puesta en marcha de un movimiento procedente del 15 M, que dio origen a un partido (casi me resulta molesto llamar así al primer Podemos) que realizó un carrerón inmenso entre su nacimiento el 14 de enero de 2014 y su, no menos fulgurante, convalecencia presente.
Pocas veces será testigo la historia de un suceso de tanta importancia ocurrido de forma tan fulgurante. Pocas veces ha registrado la historia un cruce de personas tan valiosas a nivel intelectual con una implicación personal total, casi heroica. Y no lo digo solo por lo leído en este libro, sino por lo escuchado en esa militancia que corría de sus trabajos o de sus casas a ensobar propaganda, a realizar llamadas, a fotocopiar, a tanto trabajo como ilusionante utopía. Todo ese entusiasmo, esa labor sincronizada fue triturada por esa misma historia gloriosa. O por quienes la encabezaron, entre los que se encuentra Sergio Pascual, autor del libro, al que no idultamos, ni se indulta del descalabro porque si algo digno tiene ese libro es que no pretende justificar sino solo analizar la historia de aquellos años prodigiosos. Podemos fue una creación singular, que de la nada, o de lo poco, llega a 69 diputados y al levantamiento de la moral de un pueblo machacado y escéptico, como a la caída y la subsiguiente frustración decepcionante que nos aqueja en la actualidad.
Sin haberlo vivido directamente, por falta de tiempo físico, pero presente en todo momento en ese vendaval que nos sacudió, ratifico los estados de animo por los que he y hemos pasado la militancia o los simpatizantes de Podemos, tanto en cuanto al levantamiento de esperanza en un movimiento donde los viejos conceptos de izquierda/derecha, los creímos superados para formar otros de más significación social, como arriba/abajo. Un movimiento que barría viejos conceptos e instauraba nuevas formas sociales y formas de relacionarnos con la política. Era un cambio cultural a la vez que social. Un viento que atropellaba a la vieja política y reinventaba la forma de relacionarnos con los círculos, las discusiones eternas, la democracia directa y libertaria y una sensación de que ¡al fin! la individualidad de los/as de abajo sería tomada en cuenta por el stablisment del poder.
Puedo asegurar que viviendo y luego leyendo en las páginas de un Cadáver en el Congreso, he revivido el prodigio, la emoción y la esperanza que franqueó unos años, duros y envueltos en un duelo personal, que fueron desde el 2014 hasta el 2016 en donde la esperanza y las ilusiones se nos fueron diluyendo por el desagüe de las utopías rotas. Una más. Y una muy dolorosa.
Reconozco que me sorprende y mucho, lo pronto que, vivido desde dentro, se fisuró la utopía del organigrama Podemos. Yo la situaba en Vistalegre I, donde se rompió el encanto libertario y comunitario del movimiento donde la horizontalidad primaba, donde las bases mandaban y donde los círculos -germen de un posible municipalismo, o federalismo autogestionario- se ganaban la primogenitura del liderazgo salido de las bases sociales que lo conformaron.
La gente del aparato de Podemos, entre los que estaba Pascual, vivieran en los mismos albores de la creación, en eso que Sergio llama, “Trauma de Ávila” o “Despedida de soltera” el resto de la sociedad, no y por eso me sorprende que algo tan hermoso tuviera tan poco recorrido entre las mentes dirigentes para pretender canalizarlo hacia el mismo desagüe que iban el resto de partidos políticos. Poca o nula visión mostraron los genios de la política, si me permiten constatarlo y apuntarlo.
Me produce desasosiego esa bronca, los exabruptos de un Iglesias que seguía estando en estado de gracia de cara al exterior para mostrar unos modos que nos recuerdan los peores sintagmas del carácter olvidable de los liderazgos de antaño de una izquierda condenable. Y más enfrentando a Jorge Bustunduy, al que tuve ocasión de conocer y entrevistar mostrándome un carácter afable, el amplio conocimiento de la política internacional y la implicación a la honorable a la causa. Leyendo el comportamiento de ese Pablo Iglesias inquisitorial y estaliniano interpelando a Bustunduy mientras el resto asistían sobrecogidos a la arenga, como si el tiempo hubiera retrocedido y presenciáramos las primeras escaramuzas Stalin/Trostky. Triste desafío pergeñaba el futuro con las formas contaminadas por la posibilidad de los vicios, detestables vicios, de organización comunista de vieja escuela.
Observo, por cierto, el enfrentamiento de ambas corrientes. Una de cierto libertarismo (dejadme que la denomine así, aunque no sea ni de lejos) errejoniano con el tufo jacobino de Pablo y sus afines. Luego quisiera saber ¿Qué importancia concede Sergio a esta apreciación? ¿Ha sido el resabio comunista/jacobino el detonante de los malos modos…? ¿Fueron los personajes llegados del viejo PCE, los causantes del mimetismo con el pasado? Aquí, en Cantabria, conocemos bien a Jesús Montero…y sus modos, por eso quizá me surge la duda…
Desde ahí, el despeñamiento va en aumento, casi produce vértigo contemplar en la lectura que nos relata Pascual, que como testigo descalabrada asistimos al desenlace previsto. No podemos construir democracia sin practicarla. No podemos construir algo nuevo con lo viejo arraigado hasta el tuétano. No podemos pretender llevar al pueblo a las instituciones con liderazgos mesiánicos, indestructibles e incontestables.
El comienzo del fin llega después de Vistalegre I, cuando constatamos que fue un sueño. Cuanto lamento he escuchado de mis compas cántabras/os que salieron hacia Madrid, con el alma encendida de entusiasmo y volvieron con las ilusiones rotas y enterradas después de aquél Vistalegre I que, como digo, rompió el idilio de la nueva política enterrando las ilusiones y la utopía bruñida durante meses en que creímos que era posible reinventar La Comuna parisina.
Solo que leyendo a Pascual, comprobamos que el drama se fraguó mucho antes y me sigo preguntando ¿es imprescindible la forma estratificada y solida de un partido que pretendía mover los cimientos del sistema? ¿Es imprescindible tener liderazgos omniscientes para consolidar la voz popular? Y sobre todo, como fue posible que se hablara de sonrisa, de amor, de simpatía en los mensajes publicitarios mientras en los adentros del movimiento se practicara la bronca patriarcal y las riñas de padre autócrata.
Reconozco que ese “golpear a uno para educar a ciento” originario de Mao, que se le sugiere a Bustunduy contemplando las arengas de Iglesias, me resuena como un largo rebencazo en las posaderas y duele más de lo debido, porque quien lo practica es el tipo al que he votado, a quien me he creído (confieso que con reservas, con muchas reservas) y cuya ideología bien pudiera ser la mía (con más reservas, con muchas más reservas)
Que dolor produce comprobar que el triunfo conduce de forma inexorable al fin de la utopía. Un partido cuyo origen fue el ecologismo, el feminismo, la conciencia de clase con la particular visión de una horizontalidad novedosa, la participación mayestática de las bases, verlo, después del logro inverosímil de los 69 diputados, convertirse en lo detestado, que desprende el apestoso tufo a casta política adueñándose de los despachos y de los discursos de uso interno. Ese juego de tronos o de ajedrez cutre de tahúres que les hace salir a escena con el teatrillo del reparto de ministerios, con el macho alfa a la cabeza y el coro de palmeros asintiendo. Nos encontramos -en la historia que cuenta Pascual, lo confirmamos- al personal en el que confiábamos más enrabietado con el reto de descalabrar al Psoe y no de salvarnos de un Rajoy en franca decadencia, al que con un ligero soplo se le pudo tumbar. Que oportunidad perdida que el pueblo entendió como juego malsano de casta política dejando en el desastre el millón de votos que se perdieron para siempre jamás. Que mal jugado por parte de los cerebros de la Complutense, y que bien jugado por ese Pedro Sánchez que renunció para no enmierdarse con la renovación de Rajoy. Un Pedro Sánchez menos, mucho menos brillante que ellos pero más pragmatico y quizá (oh, gran lección) dispuesto a sufrir el anatema antes que descerrajarse un tiro en el pie.
Al final, la partida quedó así: Podemos:0. PSOE:1.
Varias preguntas me surgen. ¿No es posible llevar la discusión política de forma brava, pero sincera y hermanada buscando un fin que conduzca a aunar ideologías y formas diversas de encarar y contrastar los diversos puntos de vista? ¿Es absolutamente imprescindible ese juego malvado de poderes en donde se juega por detrás y no se enfrenta de cara la sinceridad, aunque sea errónea, del ideario o del matiz político?
Desde la constatación del Drama de Ávila, o de la bronca maoísta a Bustunduy, se me produjo una cierta relación con algo más reciente: los exabruptos inesperados hacia Yolanda Díez, que ella, por cierto, ha soslayado mostrando un desprecio indiferente…¿Ha aprendido algo de las lecciones que le ha dado la historia reciente y los sucesivos descalabros podemitas, Pablo Iglesias?
Y hablo de él, con el protagonismo que se da a sí mismo, no porque yo le sitúe en la parte alta de la historia en estos momentos. Reconociendo su enorme talento político, su olfato, su intuición y su capacidad estratégica, creo que es un personaje que resta, más que suma, en el panorama político y social español. Tal como él lo confirmó al abandonar la política, pero, volvemos a la vieja política, con los mismos tics que otros ex presidentes. El de sobrevolar el partido como oráculo. O como molesto jarrón chino. Si es cierto que nadie ha sufrido las campañas de descredito e infamia que han dedicado tanto a él, como a su familia y al partido, creo que es despeñe interno ha tenido la misma monumentalidad. Y sin autocritica. Y sin limpiar el piso. Y sin revisar el código nefasto de conducta que hizo perder a Podemos la gente y las mentes más valiosas del panorama político español de los últimos años.
A partir de entonces asistimos al juego que nos produce desazón. Observo, de forma personal sin ningún estudio sociológico, tal como mera espectadora que hay demasiada emotividad en la infraestructura del partido. Emocionalidad nefasta, no de la buena. Demasiado cultivo de relaciones personales cerradas. Bien confirma Sergio de que se vivía en la burbuja, a ejemplo de IU, y su engranaje de mandos.
Vivir en la burbuja, relacionarse entre los iguales conlleva alejarse del pueblo que se dice representar y del que se procede. He visto ese problema en los viejos partidos. La pertenencia a las Juventudes de las formaciones para luego ascender hacia cotas de poder es una forma execrable de acción política. Se crece dentro del partido, se medra profesionalmente dentro del aparato, y no existe nada fuera…¿Cómo van a entenderse los problemas sociales dentro de una burbuja que protege y aísla? Las relaciones de interdependencia, que eran potenciadas por las alturas, los lazos amistosos, amorosos incluso, producen aislamiento y distancia de la problemática social común al resto de la sociedad.
Por último, me cansa un poco asistir a análisis pormenorizados de la situación presente, pasada o futura. Y me van a perdonar el reproche que hago extensivo a la clase política, a los profesionales periodísticos y hasta los filósofos y sociólogos ¡Qué bien analizáis los problemas, los errores, las fallas del sistema! pero ¡que pocas soluciones o aportaciones a la salida de los mismos, aportáis!
El fallo es sistémico. Del propio fondo de la democracia y del sistema electoral español que se explica bien en el libro. Nuestro sistema electoral es de locos y poco o nada representativo.
Que rabia y dolor me produce constatar que nuestro voto, que mi voto, solo sirve para que la gente a la que he confiado ante la que he delegado mi voz, solo responda ante el dedo del jefe de grupo parlamentario. Lo que apunta Sergio sobre la priorización de la vida capitalina en vez de la apertura de servicios de información ciudadana de los/as diputados/as dice todo en cuanto a la representación popular parlamentaria. Estoy convencida -el libro de Pascual confirma mi diagnostico- que el jacobinismo ahoga a la democracia interna, que dan igual las primarias, las votaciones (genuinas y ridículas como las que se propiciaron después de la compra del chalet) no hacen más que encenagar la dicotomía social.
¿Democracia? o un mero simulacro de la voluntad partidista que no obedece al interés común sino a otros ocultos, espurios y que poco tienen que ver con la representación popular que dice ser. Siento insistir pero como es posible que defiendan y practiquen democracia quienes no creen en ella y no la practican de puertas adentro.
No quiero terminar esta critica con aportes negativos porque creo, estoy convencida, que es posible mejorar el sistema de partidos, la democracia interna y que es necesario expurgar de sincios* inquisidores.
Me entristece que habiendo tareas tan prioritarias por hacer (la ley electoral, ciertas reformas constitucionales, reforma de la justicia, derogación de la Ley Mordaza, derogación de la última ley Laboral de Rajoy) se siga atacando con la furibunda costumbre de pegarse tiros en el pie, estando como están tan escasa la munición y tan fuerte el adversario.
María Toca Cañedo©
Sincio: cantabrismo que significa, ansia, gusto, necesidad.
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