Llevo muchos años de mi trayectoria nombrando lo que en mi cuerpo se ha vivido como agresiones machistas, devaluaciones misóginas, como el sitio social periférico. Llevo décadas nombrando porque lo que no se nombra pasa a formar parte del éter.
Y nombrar, con toda la potencia que tiene, tan solo me ha servido para obtener de vuelta la reacción del interlocutor y un contrario más hostilizado, más agresión o devaluación.
Ahora en mi madurez no explico tanto; nombro comportamientos cada vez menos, dejo la pedagogía inútil, señalo el dedo hacia mi fuerza interna y actúo mucho más, miro de frente, me planto siempre que puedo desde mi coño poderoso para decir no, así no, esto no.
O simplemente observo hechos, describo y mis pies me ayudan a marcharme.
Me voy, pongo una mano al frente o incluso en un acto de valentía para la parte hipereducada voy pudiendo mandar a la mierda con suavidad contundente si procede, con menos temor y sin que mis tripas se vuelvan algodón, mi voz se agudice y viaje hasta los seis años o comience a llorar.
Ahora intento no hablar tanto, coloco a un lado el gritar flojito y desvitalizado de otros momentos, ese alarido sin fuerza.
Ahora miro firme, paso de largo, no entro al trapo ajeno si no me conviene.
Si no me conviene es la mayor frase de persona interesada, sí, interesada en no dañarse de más.
Ahora mi coño poderoso también puede recibir un no, esto no lo has hecho bien o reconocerlo sin arrugarse o sentir vergüenza de sí.
Todo el conocimiento, los libros, artículos, cursos, el posible saber adquirido, no me hace perfecta o soberbia, me coloca en un escalón algo más protector.
Y esto no lo cuento para sacar a la luz mi importancia personal como me espetó en mi muro un día un terapeuta serio, muy serio, con gesto de soy difícil y especial.
Esto lo digo por mí y todo mi linaje transgeneracional de mujeres en subordinación, iluminando a otros apagando su luz y calladas pero quejosas.
Por mí y por mis compañeras, pero por mí primera.
Ya no me quejo tanto y actúo un poco más desde mi coño poderoso.
Sí, poderoso.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
Obra de Adele Leyris.
Deja un comentario