¿Qué es sexy?

Una noche, acostada con un pijama cuyas costuras se encajaban en los rincones más extraños de mi cuerpo, soñé en medio de la incomodidad con una mujer madura de pelo corto y cano, vestida con algo parecido a un sari hindú y una sonrisa ligera.
No llevaba ninguna bolsa, no tenía pesos que cargar y su entrecejo no se constreñía como las líneas de una autopista angosta.
La imagen quedó grabada como símbolo de la mujer de mi futuro y zigzagueó en mi mente hasta salir de casa.
Caminé todo ese día con mis botas de tacón, el bolso cargado de pesos accesorios oprimiendo el cuello, el jersey negro de hombro al aire intentando ser sujetado cada vez que me movía, el rímel de los ojos arrasados de cansancio y un pantalón que no resistía un trozo de pan de más.
Al llegar a casa me dolían los pies, me dolía el vientre hinchado, me dolía el cuello, me escocían los ojos y al quitarme el sujetador push up, me dolía el alma.
Me acordé de mi onírica amiga y pensé lo liberador que sería poder vivir una madurez tan terrena, gustosa y sobre todo a mi favor.
Y lo que parecía un futurible, algo por llegar al rozar el mundo septuagenario, fue cobrando forma dentro de una mujer preocupada por gustar a los hombres, a los hombres que no le gustaban, a las mujeres, a los gatos, los perros e incluso los caracoles antes de comérselos.
Y de repente, así como quien no quiere la cosa, esa mujer empezó a desapretarse, a andar más al ras de suelo, lo que le permitía pisar con una firmeza inusitada, a usar sujetadores oxigenantes, a comer sin temor de ahogo, a ponerse colorete de muñeca juguetona si ese era el espíritu del día, a dejar de jugar a morritos seductores y la pierna levantada como pin-up en las fotos y a dejar de actuar con un letrero:
Ohhh, seeehhh, baby.
Abandonar la necesidad de la deseabilidad social masculina, dejar a un lado la estética hegemónica, es un respiro, aire fresco.
Y por supuesto que nos agrada gustar, pero sobre todo me parece importante plantearnos:
¿Cuántas cosas has hecho a lo largo de tu existencia, subrepticiamente obligada, sin ser consciente de que lo eras, tan solo para agradar y gustar a los hombres?
Y no sólo desde la autopresión estética.
¿Cuántas cosas que con una mirada sesgada y sin perspectiva hubieran sido catalogadas como «si a ella le gusta, los demás no tenemos nada que decir»?
Ay, prima.
Cuando las costuras de la mente aflojan y se cuestionan, la vida es más vida.
Más amplia, más tú.
Buen día, otro día de autogobierno.
María Sabroso
Sobre María Sabroso 146 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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