Dicen que recordar es pasar a través del corazón.
-¿Qué ocurrió?
-Una vez te lo comenté sin detenerme mucho; era muy doloroso para mí y la urgencia estaba en otras cuestiones, ya sabes.
Pues lo que pasó es que tuve un ictus, un accidente cerebro-vascular, un ataque de algo, un jamacuco o como se quiera llamar.
-Ya; qué tremendo que eso ocurra a los 38 años, C.
– Lo más duro fue que me ha dejado en silla de ruedas y sin poder hablar bien ni mover más que medio cuerpo, ya me ves.
Pero quiero contarte algo; no lo refiero mucho porque me provoca pudor.
Estuve 48 horas tirado en el suelo cuando sobrevino; sólo en mi domicilio hasta que me echaron de menos y avisaron a la policía.
Entraron en casa y yo, que había perdido completamente la noción del tiempo, pude decir apenas dos palabras.
¿Y sabes qué fue lo que me salvó de morir, de dejarme ir en el sopor que me adormecía a cada rato?
Que en esas horas interminables fui reviviendo los buenos momentos, todos y cada uno de ellos desde que era pequeño. Las trastadas, los juegos con mi hermana, el colegio, las comidas en casa de mi abuela, su olor.
Fui haciendo un recorrido por mi vida hacia atrás en sentido inverso y vivencié de nuevo, paso a paso y con todo el tiempo que ofrece la nada, lo feliz que había podido ser en ella.
Me propuse saltar, como si de pértiga dispusiera, por encima de lo malo o doloroso o verlo de lado para concentrarme en aquello que me calmaba el miedo que tenía mi cuerpo de piedra.
En el suelo, sin poderme mover y con mi conciencia casi plena, me acordé de la primera vez que hice el amor, de las bromas con mis colegas del fútbol, de una novia muy guapa que tuve con la que salía de bares, de los viajes, de mis fotos en París sonriente, de los sabores de la comida que adoraba y de mi trabajo con niños, lo mejor de mi vida.
Todo esos hechos tan plenos me propuse poder volverlos a disfrutar como fuera, pero hacerlo. Y otras tantas cosas nuevas que iba mentalmente anotando.
Hasta que oí que alguien empujaba con fuerza la puerta de entrada de mi casa gritando mi nombre y yo respondía susurrando:
– Estoy aquí, estoy aquí. Por fin.
Eso fue lo que pasó, María, que obligarme a rememorar lo bueno me salvó.
Hoy acerco mi memoria a C. y tengo la sensación de que para estos tiempos inciertos en los que lo imprevisible se convierte en sábana desde por la mañana y nos tapa y hemos de ejercitar la supervivencia, recordar y usar como anclaje aquello bueno de nuestro camino, sirve.
Gracias C, recordar para sobrevivir.
Qué dos grandes verbos me enseñaste.
María Sabroso.
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