Sospecho que resulta imprescindible revisarnos como especie. Podríamos decir que en el último siglo, las últimas décadas o quién sabe, los últimos días, el ser humano se ha vuelto loco y se dirige de forma consciente hacia el abismo de la autodestrucción.
La realidad es que a pocos datos que tomemos de la historia, resulta innegable el ascenso y la caída de civilizaciones que parecían consistentes e inviolables. El reemplazo cultural y social desde que la historia se convirtió en Historia a través de la palabra escrita, se ha visto repetida una y otra vez, bien por el asalto de enemigos poderosos que surgían en la periferia de las civilizaciones establecidas, bien por la propia desidia surgida de la comodidad que acompaña a la sensación de poder o, en otros casos, por el descontento de los estamentos más bajos de las poblaciones que veían cómo todo el fruto de su trabajo, iba a engordar arcas ajenas mientras ellas padecían hambre y
penurias. Es posible también que una mezcla de todo propiciara hechos que ahora resultan difíciles de analizar pero que daba como resultado el remplazo de unas jerarquías por otras, y no necesariamente más humanizadas.
La virulencia de estos intercambios se puede analizar en el palimpsesto de las evidencias históricas, en función de la velocidad del cambio, dado que los testimonios escritos, al igual que hoy, solamente eran elementos de propaganda de la que pocas certezas se puede extraer, por haber sido escrito a mayor gloria de los vencedores, y la realidad es que con el paso del tiempo y los avances tecnológicos aplicados al negocio de la guerra (la guerra siempre fue un negocio en sí, para conquistar tierras, robar recursos, o aumentar el ámbito de influencia y con él, la cantidad de súbditos sobre los que se podía ejercer el poder y, por ende, extraer de ellos más riqueza), esta velocidad fue creciendo, aumentando sensiblemente la frecuencia del cambio. Eso parece haber sido una constante a lo largo de los procesos históricos desde el establecimiento de las primeras ciudades, es decir, desde el nacimiento de la “civilización”. Naturalmente, estamos haciendo un repaso somero y simplista de lo acontecido, –el problema es complicado y la vida breve –pero en cualquier caso, apunta a que la “civilización” puso un germen de deshumanización en la especie
humana que, incluso a la vista de los estragos contemplados en los cambios, no pudo ser erradicada, trayéndonos, (para abreviar el camino) desde el creciente fértil, a través de las civilizaciones clásicas, la edad media, el renacimiento, etc., en el que la nobleza forma parte de las clases privilegiadas y hace uso (y abuso) de sus privilegios sin ningún pudor, para obtener de siervos y esclavos, cuanta riqueza pudieran, hasta la última de las revoluciones que aún persisten: la revolución burguesa que, en su afán de reemplazar a los viejos privilegiados y a pesar de sus inicios liberales y sus infructuoso intento de desligarse de la nobleza y su inaceptable trato para con los débiles, se convierte en una fuerza destructora de proporciones hasta entonces desconocidas.
El impulso de las sucesivas revoluciones industriales que trajo riquezas inimaginables a los burgueses que hasta hacía nada, eran pequeños comerciantes sometidos al poder de la nobleza en las etapas sucesivas de la historia, les convirtió en el nuevo agente social imperante, manteniendo por un lado, las desigualdades sociales y accionando mecanismos de cambio que afectarían en un futuro ni muy lejano, no solo a los seres vivos sino, posiblemente al planeta mismo.
Los diversos intentos de ruptura con la burguesía, convertida con el tiempo en el gran capital y creadora de doctrinas que fluctúan constantemente para que nada cambie (principio de Lampedusa) y sostenida por teorías que involucionan hacia prácticas cada vez más inhumanas dentro del marco del capitalismo, han sido varios pero, desgraciadamente, infructuosos.
Analizar aquí, la teoría (aparentemente sublime y ejemplar) del socialismo llevaría más páginas de las que recomienda la prudencia, pero en los ejemplos vividos, y salvo alguna excepción condenada al fracaso, precisamente por tratar de realizar un reemplazo pacífico y negociado, por vías violentas, han devenido en un dejà vú, en el que se remplazan clases dirigentes mientras las clases trabajadoras han de seguir, como viene siendo costumbre, de forma indubitable a quien ha llegado para ocupar el puesto de los viejos zares.
Las pequeñas utopías anarquistas, sin duda podrían haber ofrecido una oportunidad más deseable, pero, también desgraciadamente, solo son viables en tanto que el tamaño de la utopía se mantiene en dimensiones que el capitalismo puede manejar.
En cualquier caso, lo que me ocupa y me preocupa, es la forma en que la obtención y concentración de riquezas que exige un beneficio infinito en un planeta con recursos finitos, está poniendo en peligro, la existencia misma de la vida. A pesar de que los estudiosos mantienen que el Antropoceno no está en condiciones de considerarse una era geológica por cuestiones, que, de todo punto de vista considero acertadas, no podemos dejar de reconocer que la acción directa del hombre sobre el medioambiente, en busca de recursos a cualquier precio, es una de las principales causas, entre otras que pueden argüirse (como los ciclos naturales v.g.), de la degradación sistemática del entorno
natural, la velocidad de cambio climatológico (no confundir, por favor, con el tiempo), y a la vista de los acontecimiento recientes, la exposición de la vida del planeta a un riesgo de colapso más que imaginario.
Y en este punto, he llegado de vuelta al principio del escrito, porque, (desde el punto de vista poco científico pero de sentido común) si no nos revisamos como especie, es posible que la acción de contaminación iniciada con la primera revolución industrial resulte imparable por más agendas que establezcamos. Si no detenemos a quien prioriza beneficios por encima de la vida, estaremos en la cadena trófica, muy por encima de las bestias y en la cadena ética muy por debajo de las alimañas.
La tragedia que ha azotado estos días el litoral mediterráneo y, más concretamente, Valencia, con una cifra inaudita de fallecidos, no viene causada solamente por la acción desenfrenada del clima (causa inicial) sino que habría que añadir el desprecio al criterio de los entendidos que con tiempo suficiente, fueron informando (si bien es cierto que con un alto grado de incertidumbre) de lo que podía avecinarse (causa inicial derivada) y habría que sumar a la ecuación, la voluntad política de eliminar servicios fundamentales por considerar que son gastos innecesarios, para poder destinar parte del presupuesto que se iba en unas emergencias que parecían no ocurrir nunca, a subvencionar la fiesta nacional (causa secundaria principal).
Hay algo enfermo en la naturaleza humana, siento decirlo, cuando ante las catástrofes han de responder siempre los que no tienen nada, mientras los causantes gastan su tiempo en buscar excusas para justificar la catástrofe que se paga con vidas ajenas.
Hay algo enfermo en el ser humano si, mientras la gente lucha por su vida hay quien se dedica al saqueo de comercios solo por puro beneficio.
Hay algo enfermo en la naturaleza humana, digo, cuando, saliendo de nuestras fronteras, la Europa de las “libertades” mira hacia otro lado mientras se cometen genocidios en tiempo real contra Palestina o el Sahara, y contra muchos otros pueblos del mundo, solo para poder mantener en funcionamiento y debidamente engrasada, la maquinaria del negocio de la guerra.
Y mientras tanto, morimos ahogados porque es más importante que un repartidor no pare a que fallezca cumpliendo su misión a mayor gloria y beneficio del Sr. Roig.
F. Gutiérrez Gómez
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