Para poder hablar sobre la relación entre capitalismo y amor es determinante que hablemos de crisis sexual. Dilatar más en el tiempo esta problemática sería contraproducente y respondería a una muestra de irresponsabilidad civil y política. Las sociedades han ido creciendo, pasando por etapas fundamentales para su desarrollo a lo largo de los periodos históricos más importantes entre los que podemos situar el fin del feudalismo y el desarrollo del capitalismo durante la Edad Moderna, dando paso a sociedades consumistas en su periodización hasta la contemporaneidad. Esta situación de crisis sexual no es nueva, pero si no le ponemos remedio lo antes posible puede convertirse en un mal de naturaleza crónica de manera estructural que nos llevará a la completa deshumanización.
La forma de relacionarnos ha ido variando a lo largo del tiempo, al igual que el contexto social y económico, pero el dominio y la supremacía masculina ha estado siempre presente imperando dominantemente sobre el sexo femenino, aunque hombres y mujeres sufren las adversidades del impacto económico. El pensamiento neoliberal defiende la idea de que el individuo es el único legislador de su voluntad, mientras que el socialismo entiende que la solución de los problemas sexuales sólo podrá hallarse en el establecimiento de un orden social y económico nuevo que nos lleve a una transformación fundamental de nuestra sociedad actual. Pero, bajo el capitalismo, los principios triunfantes pasan por el individualismo convirtiendo todo lo que pasa a su lado en producto. El amor se ha convertido en un medio donde los consumidores buscan obtener la mayor satisfacción y utilidad posible al adquirir el producto dada la carencia de normas éticas que constituyan la implantación de modelos liberadores, a esto se le suma cierta precariedad a la hora del manejo de lo puramente emocional.
En el amor no es tan diferente, el trabajador está obligado a permanecer en su puesto de trabajo las horas suficientes como para no atender a los asuntos relacionados con el amor. Amor es compartir; comunicarse, mirarse, escuchar, entender y cuidarse, pero requiere de tiempo y dinero. La desesperación acerca de este drama social sobre las relaciones entre hombres y mujeres es tan desesperanzadora que hemos llegado a olvidar los hilos conductores principales para el desarrollo que impulsen la tendencia al cambio desechando, así, valores fundamentales relacionados con la camaradería, el compañerismo y la objetividad.
Son comunes los cantos de sirenas que emergen desde las capas más bajas haciéndonos perder la cabeza de forma ilusoria pensando en un futuro que no parece posible. Este mundo imbuido por la doble moral y la proliferación capitalista es tremendamente contradictorio e infructuoso siendo conducto vehicular hacia el aislamiento emocional y espiritual. La soledad sitúa a la sociedad ante un escenario que no parece interesar, cuyas necesidades no pueden ser sustituidas por hijos, amigos y familiares. Hombres y mujeres busca la avidez del momento, el aquí y el ahora, en un mundo donde todo lo tenemos a golpe de ratón. La soledad interna, esa que desgarra y desata las más infernales patologías del ser humano que busca encontrarse con el otro sexo para poder mitigar la ansiedad producida por la explotación laboral.
La misión es reducir el hastío y la rutina del día a día que haga olvidar la imposibilidad de comprar un deseo carnal y material que suplante la profunda soledad; una soledad que obliga a la renuncia de la química y del amor. La soledad de saberse no amado y la soledad ante la duda de no saber amar. A las empresas no les importa si estás enamorado, si estás sufriendo, si necesitas descansar o pasar un duelo. La sociedad se ha conformado hasta el punto de buscar mecanismos psicológicos que impiden sentir, emocionarnos y empatizar. La falta de tiempo, las preocupaciones por llegar a fin de mes, la intranquilidad por no saber si podrás mantener a los hijos, el egoísmo, la presión publicitaria, las redes sociales, la búsqueda de poder y la riqueza material subyuga a los amantes a un amor comprado y anhelado utópicamente irreal.
La psicoanalista española Carmen Gallano, habla de una ética del amor que subvierte los imperativos capitalistas tanto como antes había subvertido la moral dictada por los Ideales de la religión. Es una ética de valentía, de coraje, en afrontar lo real sin eludirlo, desde la fragilidad de un sujeto en relación con su verdad. El lazo amoroso de sujeto a sujeto es subversivo en el capitalismo, pues extrae al sujeto de la lazada en la que lo atrapa el objeto de goce del mercado y del empuje a la realización del fantasma como posesión del objeto del deseo, que engañosamente promueve. El amor viene a cobrar la nueva función de suplencia a la precariedad del vínculo social, afronta a ese real que hoy sólo funda las comunidades hipermodernas en el mercado de los goces y condena a los individuos a una creciente soledad.
Estamos ante una una civilización más necesitada de amor que nunca pero, paradójicamente, cuando la dureza exterior hace más imprescindible la búsqueda de cobijo, es cuando menos amor damos y recibimos. Vivimos en ciudades sin amor, hacemos revoluciones de usar y tirar, convivimos en una sociedad de mercancía , de anhelo por el libre albedrío y del deseo compulsivamente adictivo que nos arrastra oficialmente al paroxismo. Es la respuesta idiosincrática a la caja llena de palomas hambrientas deseosas de ser alimentadas ante el primer estímulo. Tenemos de todo menos amor.
Aliza Díez
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