Tomar partido

 

Tomar partido por la vía independentista catalana no significa necesariamente tomar partido por ninguno de los actores/empresarios políticos que pescan en el río revuelto de la represión y la injerencia democraticida del Estado español en Catalunya. Significa hoy simplemente situarse del lado del oprimido: doce líderes sociales y políticos encarcelados, siete en el exilio, más de 250 funcionarios cesados, la voz de más de dos millones de personas intervenida, amordazada, manipulada, despreciada.
Tomar partido por la vía independentista catalana no significa obligadamente apostar en pleno siglo XXI por una aventura de repliegue identitario etno-culturalista (como pretende pintar una mayoría de españolistas confesos o inconfesos sobre el contexto catalán), sino apoyar precisamente la posibilidad más rotunda, contundente, sostenida y factible que se ha dado en este país desde el 39, de dejar atrás (simbólica y efectivamente) lo más rancio del nacionalismo español (que tuvo un origen libertario, por cierto) y salir de Hispanistán, de sus instituciones atrabiliarias, de sus oscuros complejos y patologías, de su fascismo intrínseco e impenitente. Se equivocan quienes desde la izquierda afirman que se trataría esta de una salida insolidaria, onanista, típicamente burguesa. Confunden estos la solidaridad del que tiende la mano al que se ahoga con la estupidez suicidaria de quien, conociendo perfectamente la fatalidad del desenlace, se sacrifica con los ahogados por el puro gesto de morir juntos. Juntos y uno, como nunca habíamos vivido realmente, atomizados, vital y vitaliciamente separados tanto por el trabajo del neoliberalismo, liquidador de las solidaridades, como por el del neofranquismo centrípeto, liquidador de toda vida propia afuera del Estado castellano. La falacia de la unidad cultural, política e histórica se les escapa a unionistas de derechas e izquierdas; les resulta insoportable quebrar ese relato mitológico conformador y no soportan la sola existencia de otro que se le yuxtaponga o que siquiera respire en las inmediaciones.
No entienden estos defensores conscientes o inconscientes de la inmutabilidad histórica de un Estado atrabiliario como el español, que para construir un proyecto común entre dos seres o entidades, la conditio sine qua non es el mutuo reconocimiento de la plena e igual subjetividad de esas partes. Y ni el españolismo institucional ni el sociológico de Hispanistán, tan heridos desde el 98 y tan nostálgicos de colonias, se permitirán jamás a sí mismos hablarles de tú a tú, de igual a igual a sus periferias centrífugas. La salida confederal (el único óptimo democrático y de suma positiva pensable en esta historia) está absolutamente cegada en el presente, pero también en el futuro, con la muy probable consagración de Cs al mando del futuro Estado español; un recambio del PP, en ascenso y que propugna un recentralismo anti-histórico e impuesto manu militari, si fuere necesario. Todo en el Estado (español), todo por y para el Estado, nada contra el Estado...El neofascismo lifteado de Cs, para quien Rajoy es prácticamente un socialista federalizante, es, a defecto de cualquier signo de vida por parte de una izquierda estatal mínimamente digna y con proyecto, lo que nos aguarda en Hispanistán por las décadas que siguen.
Tomar partido por la vía independentista catalana no significa, finalmente, en modo alguno apostar por el Estado como falsa solución al Estado. Es simplemente trabajar sobre la realidad (no aceptarla como fatum) de un orden internacional en el que los Estados siguen siendo los custodios del Derecho y por lo tanto del clavijero capitalista. Son grotescas aquellas críticas vertidas desde un internacionalismo de lo etéreo que le niegan al pueblo catalán su derecho a la autodeterminación (o que lo supeditan a decisiones y ritmos heterónomos, impuestos siempre desde Madrid, me da igual) pero que reivindican al mismo tiempo, de boquilla y sin asomo de pudor ni de conciencia de la propia aporía intelectual, un Estado para palestinxs, kurdxs, saharahuis…Es lacerante cómo se puede, desde tan conspicua y desvergonzada desfachatez, no seguir entendiendo que en el propio vocablo «internacionalismo» existe la NACIÓN, pero no entendida como sujeto principal (como lo plantearon los románticos, los futuristas, los nazis, los fascistas o los franquistas) sino como simple condición de posibilidad para que surja el principal sujeto: el INTER. No, la superación del Estado (que defendemos quienes defendemos opciones libertarias) jamás vendrá desde un movimiento que niegue la realidad de las soberanías de asiento estatal, sino de su implosión desde el corazón de Estados realmente tomados por los Comunes (y no por los representantes usurpadores del Común). La verdadera, viable superación del Estado se hará sólo sobre la base de la construcción de sujeto popular organizado, autónomo, policéfalo, y sobre la aplicación de instituciones jurídicas que existen, pero como una pura mitología: el derecho a la autodeterminación (fin y a la vez medio de toda filosofía y de toda política de la emancipación), en el marco más amplio de los derechos humanos.

Yon Peris

Politólogo. Analista territorial.

1 comentario

  1. Gracias por intentar que empezemos a vislumbrar que los Estados los crea el poder y las naciones los individuos que asi lo sienten y asi lo quieren.

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