Trasmeranos en USA. Cadenas familiares migratorias.

 

Desde tiempo inmemorial los españoles salían de estampida de la patria buscando mejorar la vida, o simplemente, huyendo del hambre o de guerras infames porque la patria ha sido siempre muy de  peleas, no tanto como nos dicen, producidas por nuestro arriscado carácter sino por mandatos irregulares. Mírense, si dudan, las Carlistas y vean la que liaron los Borbones durante todo el siglo XIX,  si me apuran también parte del XX (o casi todo) .

Las Indias fueron promesa y sueño para gran número de personas desde su descubrimiento y colonización posterior. Primero fueron los navegantes/soldado que salían  hacia lo desconocido con la promesa de volver cubiertos del oro que crecía en los árboles o bramaba por ríos inmensos  de aquellas  Indias soñadas. La mayoría fueron tragados por el mar que suele andar hambriento de desarrapados que huyen de miserias ajenas. Los que quedaron, volvieron muchos de ellos, con las manos tan vacías como al marchar solo que más callosas y desgastadas. Las riquezas indianas eran digeridas por las sucesivas coronas y los aristócratas que remoloneaban alrededor de palacio, poco dados al trabajo productivo y mucho a molicie y agasajos propios. España, o más bien los españoles,  aun cuando en sus dominios no se ponía el sol, fue pobre siempre. Mal gobierno, podría decirse. Monarquías corruptas, también.

En los albores del siglo XX, perdido el imperio, con la vuelta de muchos de aquellos indianos que hicieron soñar durante generaciones -algunos ricos y esplendidos, otros menos afortunados- Cuba, por razones lógicas, dejó de ser el señuelo de la marcha, para ser sustituida por otros lugares. Los indianos afortunados construían casas hermosas, plantaban sus palmeras para arriar la morriña producida por la vuelta y se dedicaban a sestear o pasaban el tiempo haciendo beneficencias variadas, lo que espoleaba la envidia de vecinos precarizados por el sueño americano.

Los inicios del siglo XX, eran como en el XIX, tristes para la patria, que no salía del ínfimo vagón de cola de la carrera de países por medrar. Nos intrigaba mucho conocer el por qué de la emigración trasmerana a Nueva York, Nueva Jersey o a  Tampa, hasta que descubrimos que el talento de los canteros de Liérganes, La Cavada y pueblos aledaños fue el detonante de la inmigración. Las canteras trasmeranas habían absorbido la fuerza laboral de los sufridos hombres de la zona. Llegaron noticias desde las metrópolis americanas de que allí se necesitaban manos y se pagaba bien el trabajo. El secreto era que las canteras de USA eran muy duras, desprendían polvo tóxico que mataba y enfermaba  por lo que  los avispados (o menos pobres, o menos ignorantes) trabajadores yanquis huían de esa labor. Apretados por centurias de hambre, embarcando en infames vapores que les relegaban a la clase tercera, en la bodega del barco, durmiendo en literas pegadas, con mareos constantes debido a la escoración del barco, la escasa comida y las apreturas, los sufridos trasmeranos llegaba a la isla de Ellis depauperados pero con la suficiente desesperación para aceptar cualquier trabajo.

Se trataba en su mayoría de emigrantes golondrina. Llamados así porque pasaban temporadas en la zona para volver cada cierto tiempo al lugar de origen, hasta quedarse del todo. Famosa es la emigración vasca que realizaban pastores durante ocho meses que duraba la labor pastoril, para regresar a la tierra madre al finalizar la tarea.

El caso es que el “efecto llamada”  tan denostado por los que parecen estrenar cada poco la historia, hizo de las suyas entre los peculiares habitantes de esta comarca cántabra. Tuvimos noticia de que María,  la compañera de Pin el Cariñoso, y madre de Josefina Lavín, salvó la vida debido a su nacimiento en EEUU durante la estancia de los padres, trasmeranos, y como ello fue el detonante de su liberación después de los terribles diez años pasados en las cárceles franquistas por el “delito” de ser esposa del guerrillero cántabro y haber concebido a su hija.

https://www.lapajareramagazine.com/la-semilla-del-carinoso-del-miera

La familia de María, compañera de Pin, se estableció en Tampa, antes de volver a la tierra maldita que asesinó a su madre y a ella la condenó a golpes y cárceles diversas.  Tornó la recién liberada a EEUU con su desconocida hija, Josefina, que no tuvo tiempo de despedirse de su amada abuela Teresa ni volver a verla nunca. Vivieron en la ciudad de Florida. Josefina, aún sigue en ella, sin mezclarse demasiado con el resto de la población anglosajona.

Otra cosa en común en las inmigraciones españolas , es que no suelen mezclarse con la población local porque su idea no es quedarse,  sino que mantiene el sueño de volver al terruño de procedencia. Comen, hablan, cantan, celebran, se unen siempre a todo lo que tenga que ver con su patria chica, apenas hablan el nuevo idioma integrándose poco o nada, tan  solo lo hacen quienes saben o desean quedarse para siempre en el país de origen. María, la madre de Josefina, no quería quedarse, no le gustaba  EEUU, solo que un pequeño tirano y su corte de sádicos  le impidieron volver a su patria. Nota curiosa ofrece la observación de que la integración se da mejor entre mujeres que entre la población masculina que soñaba con volver. Tiene explicación, las nuevas sociedades solían ser más liberales que la española, permiten a la mujer trabajar y no andar supeditada a las ordenes maritales o patriarcales, por lo que las mujeres inmigrantes no tenían  gana de volver al duro redil español.

Nos preguntamos el porqué de las colonias masivas de gente procedentes del mismo lugar;  la explicación es sencilla. Se agrupan para protegerse entre los suyos, de alguna manera al permanecer en los mismos barrios se intenta  mantener el calor del propio origen. Hay barrios latinos, italianos, eslavos, chinos…y españoles como el de Nueva York, Little Spain, que está en la calle Catorce, entre la Séptima y Octava. Aún queda, como mudo testigo de lo que fue, la pensión La Valenciana en dicho barrio. En esta zona, en 1868,  el hermano de Zenobia Camprubí, José Camprubí, adquirió un edificio formando la Asociación Benéfica Española,  donde se realizaban acciones culturales, había un restaurante español y se drenaba la morriña reuniéndose los inmigrados en torno a tortillas de patatas y canciones de su zona.https://www.entretantomagazine.com/2014/12/20/little-spain-primera-pelicula-sobre-el-barrio-espanol-de-manhattan/

Emilio Núñez, español que fue el primer juez hispano de Nueva York era de Bilbao. También eran españoles, Prudencio Uname y su mujer Carolina Casals, ambos fundaron en el primer decenio del siglo XX, Goya Foods que sigue siendo la mayor empresa de comestibles de EEUU. Vicente Martínez Ybor, es una de las grandes fortunas  de Florida, tanto que hay una calle con su nombre. Todos ellos exitosos inmigrantes que tienen en común haber escapado de una España depauperada y arrasada por nefastos gobiernos, una monarquía abrasadora, corrupciones varias y como no podía faltar, guerras fratricidas e inútiles.

O no tanto. Las guerras suelen blandir banderas, honores, ardores patrióticos, pero la verdad de todas ellas es algo menos rimbombante porque son los intereses económicos de las clases dominantes quienes las provocan. No hay que ser una lumbrera para saberlo. De entre todas ellas, las que mantienen espurios intereses de forma más descarada son las guerras coloniales. ¿Qué se les pierde a los patriotas en lejanos lugares a conquistar para luego mantener la conquista a fuerza de sangre y vidas? Naturalmente el interés de reyes, aristócratas y clases dominantes que jamás van a esas guerras, sino que envían al pueblo depauperado, que para eso está -se dicen los privilegiados- mientras arengan y blanden banderas patrias porque ya sabemos que el patriotismo bien usado genera mucha muerte y buenos dividendos para los que saben utilizarlo.

En 1898,  España pierde Cuba, después de variadas vicisitudes, y con ella, los grandes latifundistas y empresarios españoles que mantenían consorcios azucareros y de otra índole, deben repatriarse. España padece una terrible reconversión al perder el privilegiado comercio con América y la llegada de azúcar además de  productos de todo tipo libres de aranceles. Las grandes fortunas se resienten de forma violenta. El pueblo también, pero menos, ya que siempre estuvo en recesión. Ninguna riqueza proveniente de las Indias llegó a la gente común de  todo lo arramblado durante el imperio sino que  quedaron enredadas en las manos de los que no pisaban los barcos más que de visita ni se ensuciaban las manos con el trabajo duro o las sangrientas reyertas. Reyes y prebostes malversaron a gusto con el imperialismo, por lo que al acabarse debían intentar algo productivo con el fin de seguir el dispendio.

El reparto del territorio de lo que sería reino alauita, en el que a España le correspondieron los montes del Rif en un extraño protectorado que no tenía mucho sentido, salvo que miremos debajo de las tupidas alfombras de la historia. Las riquezas de los minerales rifeños engolosinaron al conde de Romanones y de forma indirecta a las largas y garrapañosas manos de la Borbonada. Los intereses de Alfonso XIII y de don Álvaro de Figueroa y Flores, conde de Romanones, eran afines. Los rifeños, tribus enriscadas en su territorio montañoso, defendían a ultranza  su libertad, les pusieron las cosas difíciles a los españoles, por lo que pronto dan comienzo  las guerras coloniales  que habían sido precedidas por las de Cuba y Filipinas.

https://www.lapajareramagazine.com/centenario-del-desastre-de-annual-y-del-colonialismo-espanol

Como decimos, las guerras coloniales no eran luchadas por quienes se lucraban sin piedad de las mismas, para ello se había instituido un proceder que eximia a los ricos de ir a la terrible picadora de carne que eran los dichosos combates del Rif.

Se institucionalizaron las Quintas, que  consistían en el pago que se debía efectuar para eludir la guerra. Por poner un ejemplo, a principios del siglo XX solo quien tenía de 1500 a 2000 pesetas de la época evitaba la contienda. La cifra era exorbitante por lo que solo las familias pudientes podían pagarla, convirtiendo al glorioso ejército español en un conjunto de desarrapados que habían sido expropiados a sus familias  procedentes de pueblos remotos, muchos (casi todos) de ellos, analfabetos y pobres de solemnidad que no sabían situar en el mapa la cabecera de su comarca, mucho menos el norte de África.

Y allí marchaban los quintos, con sus esparteñas, pan y cebolla en el morral, a matar  rifeños que nada les habían hecho y que solo defendían su territorio del colonialismo español…Eso sí, con una ferocidad y salvajismo extremo, que pronto aprendieron y copiaron los gloriosos africanistas para conformar con ello un ejército sádico y poco dado a piedad e indultos, como aprendimos durante la guerra civil y sobre todo en la postguerra.

Nuestro protagonista de hoy, José María Ortiz, había nacido enfrente de la pequeña ciudad de Santander, en una pequeña aldea, Orejo. Le separaba de la villa una bellísima bahía que jamás había cruzado, cuando le tocó salir a Quintas, marchando con el corazón encogido hacía el sofocante norte de África. Poco contó el joven José María, cuando herido en un ojo, perdiendo parte de la vista, es ingresado en un hospital, tornando, poco después,  al hogar, feliz, porque esperaba que su contribución a la patria hubiera  finiquitado al ser licenciado por la invalidez que le produjo la falta de visión…Mientras se reponía de las heridas recibidas, José María, escuchó las terribles noticias del Desastre de Annual, que aún con la infame censura impuesta por el gobierno títere de la época, la prensa conseguía filtrar parte de las acciones espantosas sufridas por el ejército español, que hacen que el chico de la Trasmiera cántabra, se juramente para no volver al frente. Para el gobierno y el estado español no fue bastante el tiempo de combate, la herida y posterior pérdida de visión. Faltan hombres, hay que defender el territorio que enriquece a Romanones y al Borbón por lo que José María es llamado a  reincorporarse de nuevo.

De ninguna manera, se dice el bueno de José María, va a volver a pelear contra los rifeños porque ya conoce el hambre que  acucia a las tropas,  la sed, además de la terrible precariedad de medios con que cuentan (estando a cincuenta grados de temperatura se les daba de comer arenques…el agua llegaba a lomos de burros a los que los rifeños disparaban sin recato porque de esa forma ahorraban munición…matando a los burros que hacían el trasporte los españoles morían de sed no tanto de guerra) Por lo que idea su huida de la patria .

Algo común a todo ser humano. Algo común del instinto de supervivencia que toda persona tiene, debiera ser el derecho a huir de la guerra, huir del hambre, de la miseria y de la represión. Algo que millones de personas hacen todos los años cruzando el Mediterráneo, o países latinos, europeos, asiáticos, africanos…por zonas inhóspitas, exponiéndose a mil peligros para llegar a un sitio seguro donde suelen ser depreciados, vilipendiados y expulsados. A principios del siglo XX, incluso mucho antes, lo hacían españoles. Ahora se ha olvidado y nos convertimos en los que expulsan y apedrean a quien huye, pero fuimos no hace tanto, los desarrapados, los ilegales que impulsados por el hambre corrían hacia otros mundos.

Como fuere, José María, precisamente el día que se celebra  de San Lucas,  el diecinueve de octubre de 1921,  fiesta muy celebrada en la zona de la Trasmiera, embarcó hacia Cuba de forma clandestina, puesto que estaba movilizado,  en el barco llamado Rosellón,  procedente de Le Habré, que hacía escala en Santander marchando a buscar fortuna,  huyendo de la absurda guerra. Durante ocho meses se dedicó en la isla carbeña a cortar yuca, consecuencia de ello fue el nombre que le quedó para siempre, heredado por los descendientes. A partir de entonces fue el Yuca,  sus hijos, nietos y lo que siga, son los de Yuca…

También trabajó un tiempo en una locería, pero nadie se atrevió a llamarle locero…

No le debió de convencer la isla, porque pasados ocho meses entra de polizón en un barco  cuyo destino es  Nueva York. Allí encontró su sitio, el Yuca,  junto a paisanos que andaban asentados en Nueva Jersey que fue  donde recaló nuestro aventurero. Forjó su vida gustosamente en la ciudad, además brotarle   una gran afición al boxeo que le duró hasta su muerte allá en su Orejo natal, pero no corramos porque la vida de este hombre que seguía sin conocer Santander más que de lejos o de refilón desde el puerto donde embarcó,  se desarrolla en Nueva Jersey donde se integra con el resto de los trasmeranos, también con asturianos, gallegos y en menor medida vascos (quizá el idioma les distanciase) Afirmaba el hombre, que  a los del norte les hermana la comida, las palabras y el gusto por ambientes húmedos y lluviosos. Claro que, una vez que es admitido como emigrante legal, y por la ciudadanía al cabo de cuatro años,  torna de vacaciones a Orejo donde conoce a la que sería su compañera de vida, Antonia Mier, con la que en sucesivos viajes conformará una familia que no marchó con él, pero sí tiró lo suficiente para que el treinta y uno de mayo de 1936, José María Ortizel Yuca, regresara a su país y tierra de origen.

No podemos evitar, mirando la fecha, pensar que no estuvo bien atinado el buen hombre volviendo en esos momentos. Le volvió  a tocar luchar en el bando republicano, porque su zona fue fiel por trece meses al gobierno legal. José María no mostraba mayor implicación ideológica, nos confirma su nieto Héctor, es posible que el silencio impuesto como losa por una dictadura férrea impidiera manifestar mayores creencias. Sea como fuere, tornó al fusil y a la bandera en La Lora, que fue donde se le destinó.  Al acabar la contienda en el Frente Norte, tornó a su casa de Orejo, donde vivió hasta el final de sus días, sin perder nunca el idioma inglés ni  las ganas de boxear que mostraba a poco que le incitaran los críos, amigos de Héctor, que pululaban por el pueblo.

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José María se llevó con él, pensamos, muchas historias. Le imaginamos con largas y angostas pesadillas mientras curaba las heridas africanas, jurando no volver a esa guerra infame. Le imaginamos sudando ríos de agua salada como la bahía santanderina mientras cortaba la yuca que le dio nombre; escondido del capitán del barco en que se infiltró y perplejo ante la enorme luciérnaga de luz que contemplaría ensimismado al llegar a la metrópoli americana;  añorando los verdores de los pastos de la Trasmiera, a su Antonia y a sus hijos que dejaba trasteando por las brañas del puebluco mientras él volvía  a las USA para ganarse un sustento que su tierra le negó.

Imaginamos a José María, más tarde asentado en Orejo,  añorando las amplias avenidas y las noches de luna cuando la metrópoli yanqui se dibujaba como un enorme monstruo de luz y sombras.

Imaginamos a José María cada vez que nos encontramos con las imágenes de seres humanos saltando la valla,  anclando en una patera o subiéndose a un tren o un avión cuyo destino desconocen porque les da igual. El caso es salir del infierno. El caso es jamás no volver al blocao del Rif o a Siria, o a Gaza

El caso es vivir.

Hay que recordar para que no se nos olvide, que España desde el siglo XVI fue país de inmigración masiva. Exportamos mano de obra por el mundo. Sirvan estas cifras. Desde el año 1912 hasta 1921, hubo 42.083 cántabros emigrados a América. Desde finales del siglo XIX hasta el XX,  5.700.000   españoles emigraron a América, de los cuales regresaron 3.000.000 , de los que 200.000 eran de Cantabria. Estamos solo hablando de emigración a América y de una fecha precisa. Queda pendiente contarles lo ocurrida durante los años cuarenta, cincuenta, sesenta  hasta que se frenó en los setenta del siglo XX  la emigración, cuyo destino eran también diversos países americanos y europeos.

Hoy como entonces, cuando éramos nosotros los huidos, el derecho a vivir y a emigrar se impone sobre cualquier patrioterismo absurdo. No olvidemos que las guerras se llenan de banderas y honor, mientras quienes las producen, llenan sus bolsillos con sangre del pueblo.

Gloria a los que supieron vivir. No debiéramos perder de vista a nuestros abuelos que tuvieron que huir, como hoy lo hacen gentes de otros lugares. Olvidar es pecado social que obliga a repetir la historia.

María Toca Cañedo©

Gracias infinitas a Héctor Ortiz, que me trasmitió la historia del abuelo José María,  me inundó con las fotos de varias vidas de una familia llamada país. Gracias por el rato magnífico que me dedicasteis, tú y Paco…Cuida ese legado de fotos y seguiremos contando.

 

Bibliografía: La forja de un rebelde. Arturo Barea

  La emigración de Cantabria a América. Consuelo Soldevila Oria

 

 

 

Sobre Maria Toca 1701 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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