No debemos pasar por alto la celebración cada 20 de Noviembre del Día de la Memoria Trans, conmemoración en honor a las víctimas de la transfobia, a quienes la historia ha ido dejando caer entre silenciosas y avergonzadas sin una razón real para ello, en una franja temporal que arranca a la vez que todo y finaliza hace unos segundos, momento en que en algún lugar de este planeta alguna persona transexual ha sido agredida, bien de manera violenta o bien de la misma manera no agresiva con las que la trata (tratamos) la sociedad: desde las miradas de desprecio a la risa sarcástica y ofensiva, siempre apoyándose en el odio. El mismo desprecio que mostró recientemente un supuesto profesional de la medicina que preguntó a una mujer transexual si se masturbaba con prendas de ropa del sexo “opuesto” cuando esta mujer trans armada por fin de valor, acudió a él buscando ayuda en una de esas UIGs (Unidades de Identidad de Género) renombradas así a partir de su nombre inicial, UTIGs, y que incluía una “T” detrás de la “U” que representaba nada menos que a la palabra trastorno: Unidad del Trastorno de la Identidad de Género.
Unas unidades estas, hablo de las UIGs, creadas por la burocracia para montarle un chiringuito al endocrino de turno, amiguete de la/el presidente autonómico de turno, y también para multiplicarse a si misma y con la intención última de echar mas piedras en el camino de la persona trans que, por imposición, acude a ellas buscando una luz que ilumine su tránsito pero que termina enfocándole la cara y el alma con la intensidad de un ofensivo foco de un campo de fútbol de primera división en un partido nocturno.
Una luz que en lugar de ayudarle a enfocar una vida, hasta ese momento, confusa lo que hace es iluminar las caras de la transfobia. Las caras de esta nuestra sociedad occidental, porque la oriental al menos no disimula: es tránsfoba “por la gracia de Dios y las tradiciones”, pero este carrusel occidental descarrilado en el que vivimos y que dice ofrecernos una vida rebosante de luz, color y sonido, disimula el odio y lo verbaliza con una educación y cortesía tan exageradas como falsas. Basta con que recordemos a tantas y tantos transexuales asesinados socialmente, a quienes en su certificado de defunción se les disfrazó ese asesinato social, de suicido. De suicidio fruto de una depresión que no salió de sus adentros sino que llegó desde fuera de su persona. De su persona, sí. Sin más. Sin apellidos ni adjetivos. Una persona. Como usted y como yo. Exactamente igual.
Basta de transfobia. Basta de hipocresía. De la hipocresía de aprobar una ley que no servirá de nada si no se aplica como no la aplica el gobierno autonómico madrileño o como hacen sus hermanos mayores del gobierno central demorando la promulgación de una Ley Trans estatal con un “ya va, ya va” que comienza a ser ofensivo para las víctimas de esa ley nunca llegada y siempre a punto de hacerlo.
Y esas víctimas son las personas transexuales y sus allegados, y en último término la gente que empatiza con la ellas y/ o tiene un mínimo de conciencia social y no voy a añadir “y de clase” porque esa es una variable que merece artículo , más que artículo, libro o tesis propia.
Necesitamos ya, ahora, ipso-facto, como sociedad que no quiere ser acusada de sociedad enferma, la despatologización de las personas trans por ser esa patologización algo irreal, ideológico y moralista: ninguna enfermedad supuestamente mental se cura exclusiva o principalmente con un tratamiento físico. Esto último es algo tan lógico que, en su línea de desprecio a las mentes plebeyas, obviaron los ideólogos del género idiota (curas y “señores bien” casi siempre) que estas mentes plebeyas razonarían una vez recibieran la información suficiente.
Como decía, necesitamos, para que la memoria trans sea cada año el recuerdo de una pesadilla cada vez más lejana, ese reconocimiento y esa reparación a través de una ley trans estatal ya,
Y ya es ya.
Mario Erre (activista LGTBI y director de Planeta Diverso Radio)
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