He tenido suerte en la vida. Sí, aunque esté mal decirlo, en tiempos de crisis, he tenido suerte. Nací en una familia bien estructurada, con vida decorosa donde no faltó de nada. Me educaron las monjas, que hoy se las critica pero bien que lo hicieron. Cierto es que no nos enseñaron demasiada cultura,al pasar al instituto pude darme cuenta de las carencias, aunque si digo la verdad, no sentí el deseo de ahondar en más, total para qué. Mi meta, la mía y la que me inculcaron, fue siempre, ser buena madre, esposa modelo, mujer integrada en esta sociedad. Y para eso, las monjitas me educaron perfectamente. Labores, respeto, educación, cultura general, buenas formas e higiene.
Mis mesas navideñas quedan impolutas, sé perfectamente colocar a los invitados, el protocolo no tiene secretos para mí. Mis formas sociales son envidiadas por las advenedizas; todo eso se lo debo a las monjitas y a mi madre que siempre fue una señora bien, de su casa, respetando la autoridad patriarcal del marido. Como debe ser. Claro ejemplo que copié , sin las modernidades que nos sacaron del buen camino.
Mi juventud fue tranquila, sin devaneos aventurados, seguí con la suerte de cara y escogí bien. Un marido guapo, con posibles, que cumplió mis expectativas con creces. Viaja mucho, es cierto, apenas me hace caso, estresado como está a toda hora. Llega de noche, tarde, muy tarde, jamás cena con nosotros. Él tiene sus compromisos, aunque leguas de doble filo, a veces, me insinúen… No hago caso. Es un hombre modélico, no puedo quejarme de nada.
No ve apenas a los niños. Se ha perdido los trofeos de tenis del pequeño, las copas del mayor, y la puesta de largo de la nena, pero da igual. Trabaja para nosotros, para que no falte de nada en casa. No puedo quejarme.
Nuestra casa es envidiada por amigos, las vacaciones son motivo de expectación en el club, hacemos escapaditas a Viena, a Paris, Londres, Praga . Cierto que apenas me habla, que me mira con ojos ciegos, como si no me viera, como si fuera de cristal.
Y me esfuerzo ¡Cuánto me esfuerzo! En el gimnasio dejo la vida. Todos los días le dedico al menos tres horas, entre el paddle, el TRX, el zumba, Pilates, Hipolates (ya sabemos que nos acecha la vejera, hay que solventar el suelo pélvico) No pasa semana sin visitar el centro de belleza, peluquería, manicura. Tres veces al año acudo a mis dosis de vitaminas, botox, hialúronico…Retoques varios en el cuerpo, que está cincelado aunque en los últimos tiempos se me dispersa un poco.
No lo confieso ni muerta, pero la menopausia acecha como ave carroñera. Sobrevuela encima de mi cabeza con sus desarreglos, los cambios de humor, el ensanchamiento de la cintura desbordando costuras que hasta ayer se ajustaba con holgura. Yo peleo. Peleo firme contra la desbandada general de este cuerpo que no parece mío.
Será por eso, por lo que él no me mira. Hace tiempo, me puse tetas, dos tallas del tirón, además de subir la ptosis que dislocaba mi delantera, por si con eso se motivaba, en vano, la verdad. Hice ya dos liposucciones. Por mal que lo paso con ellas, son inevitables. Sin embargo, él me sigue percibiendo trasparente.
No puedo quejarme, porque como digo, he tenido suerte. Me ocupo de los niños, los llevo a todas las actividades que tienen. Es mi tarea y obligación: dedicarme a ellos. La casa reluce como un cincel, pero tengo ayuda. Una fija que se ocupa de limpiar y tener todo a punto. La cocina la llevamos entre las dos. Tener servicio es un privilegio en estos tiempos, intento ocultarlo porque provoco envidia, como toda mi vida. Luego las lenguas de doble filo sacan tonterías de contexto. Sobre él, que como mira a las otras; sobre su secretaria, que los ven por ahí, que viajan juntos. Nada, maledicencia envidiosa.
Claro que añoro algo de compañía, hablar de mis sentimientos, alguna caricia, pero lo suple con las joyas, los perfumes y las flores, que llegan puntualmente cada cumpleaños, aniversario, y fechas señaladas. Me gustaría que fueran elegidas por él, no por la secretaria, pero lo entiendo, está tan ocupado… Sí, ella le ayuda mucho, tiene buen gusto. Tan joven, tan guapa, con la piel tersa y lucida como solo se tiene a los veinte años. Cuando la miro, no puedo menos que recordarme a su edad. Claro que yo no tenía esa mirada de poder.
Mis hijos me reprochan, a veces, que no hago nada útil, que no soy nada, que me proyecto en ellos y en él. Que sabrán de mí; soy una mujer feliz, afortunada. Tengo una buena casa, joyas, pieles, no puedo quejarme .
Lo que no entiendo es como siendo tan afortunada me siento triste, y de tan cansada, a veces, me apetecería desaparecer, fundirme como una nube y lloverme en otro tiempo, en otro lugar.
Cosas de la menopausia, imagino, porque soy lo que se dice una mujer con suerte. Y libre, muy libre.
#MariaToca
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