Después de más de cien libros nunca gané un premio literario. Quizás porque nunca me presenté a ninguno. Probablemente me abstuve para no ponerme hecho un beleguín como cuando me dejaba una novia, que fue muchas veces. De mi madre aprendí a leer, y a escribir. Y a que no vale la pena ponerse como un beleguín.
La experiencia y los sabios me enseñaron que en los premios literarios el bueno siempre es el segundo que se basta y se sobra por sí mismo. En la música no hay truco: quien lo probó sabe que lo mejor nunca pasa a ser olvido, y que contra la solera no hay matarife. Hablo de Javier Batanero y de Begoña Larrañaga, dos que nos ofrecen la dosis necesaria de felicidad contra los eclipses o las tormentas personales, ahora que el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.
A estas alturas crepusculares (la palabra es suya y suena muy bien) todo el mundo sabe que Javier Batanero fue nominado a los Goya en el 2000 como actor revelación, año en el que recibió un Ondas como mejor actor. También recibió en 2006 el premio Biznaga de plata al mejor actor en cortometrajes. Su nombre en el cine está ligado a Borau, Itziar Bollaín, Martín Patino y otros generadores de sueños, historias dentro de la Historia. Es músico, actor, miembro fundador del grupo Académica Palanca ( tan necesario entonces y quizás ahora), compositor para Hilario Camacho y Joaquín Sabina. Cientos de horas de escenario, 2 Lps de vinilo, 6 Cds, y durante varias temporadas colaborador en radio y televisión.
Ahora lleva un tramo del camino unido a Begoña Larrañaga, acordeonista, pianista, compositora y cantante. Begoña ha sido música de artistas como Joaquín Sabina, M-Clan, La Cabra Mecánica, Cristina Ronssenvinge, Los Secretos, y fundadora del grupo Los Problemas junto a Enrique Urquijo. Y ha participado en diversos musicales con giras por África y Europa incluidos los países del Este.
Estamos ante dos artistas con biografía, talento y sensibilidades que siembran el verano de ese calor mágico que sólo puede suceder fuera de la rutina musical y en las noches tan parecidas a la eternidad. Esa eternidad de sus conciertos anda por Madrid, Jaca, y las carreteras que les van saliendo al encuentro. Varado en el tiempo y en el espacio temporero donde estuvo mi niñez, no puedo seguirles el paso. Así que estoy como un beleguín.
Valentín Martín.
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