La Pick Up que llevaba detrás, pareció hacer el intento de seguirme durante unos segundos. Sin duda su potente motor diesel, no podía imprimir la misma aceleración, pero no me gustó el que al menos lo intentara. A veces los conductores de los vehículos que precedemos, toman el nuestro como referencia, y al acelerar nosotros, lo hacen con el suyo de manera tan inconsciente como natural.
Hacia algunos minutos ya, que los del coche blanco habían dejado de ser ni siquiera un punto en el horizonte. Levante un poco el pie del acelerador y normalicé mi velocidad, para pasar por uno de los radares con que la autovía contaba. No me había gustado nada la sensación de que hubieran intentado seguirme, al menos durante los primeros ocho o diez segundos de mi aceleración. Fue en un instante que es como se toman las decisiones de lo innato que acababa de incorporar una nueva medida de seguridad: Tomé la salida 55 en dirección a la Autovía del camino de Santiago, y en la primera estación de servicio esperaría unos minutos hasta ver si ocurría algo sospechoso. ¿Ocurrió? Parece que sí.
Gasolinera de Repsol, estación de Los Chopos. Todo tranquilo. Un tractor Ebro con remolque y una furgoneta de instalaciones de calefacción de Osorno, un pueblo cercano. Una chica rubia teñida tras el cristal atendiendo la caja. Todo quizás demasiado tranquilo. Saqué de la guantera mi pistola y la acomodé bajo mi brazo izquierdo, en su funda de piel y oculta por una cazadora vaquera. El silencio apenas roto por el paso esporádico de algún coche a lo lejos y, un zumbido que no sabría decir de dónde venía, o sí. Abandoné el techado de la gasolinera, y sobre éste, encontré suspendido un dron blanco, de buen tamaño y con una cámara que, o volvía a esconderme bajo techo, o me grabaría.
Volví sobre mis pasos hasta el Opel Astra, arranqué y enfilé la salida, buscando desandar los kilómetros anteriores del desvío. Las mayores autonomías en drones de última generación, estaban en torno a una hora, y su velocidad máxima sobre los 100 km por hora. A poco que volviera a acelerar, desde su altura máxima, unos 200 metros, no tardaría mucho en salir de su cámara. A la altura de Palencia tomé una determinación. Si el dron y la Pick Up formaban parte de un operativo para interceptarme en algún punto, lo siguiente que tenía que hacer era cambiar de vehículo. La oficina de Hertz más cercana, según pude ver en el móvil, estaba en Valladolid, de modo que hacia allí me dirigí a toda velocidad: Calle Italia Nº 10. Estaban esperándome hasta las 23 h.
Con un Volvo XC 90 de color negro pasé por Salamanca primero y por Cáceres después, para cerca de las 1,45 de la madrugada, llegar hasta las inmediaciones de Mérida, pero en vez de seguir en esa dirección, tomé la contraria hacia Madrid, con idea de parar a descansar en Don Benito. A la entrada del pueblo, una gasolinera desierta me ofreció la posibilidad de repostar, de comprar una botella de agua y un sándwich de atún y otro de jamón y queso, y de visitar el wc. Eran cerca de las 2,15. y un mensaje de Diana entro en mi WhatsApp. “¿Cómo estás?”.
Saber que Diana estaba en línea me animó a llamarla de inmediato.
-Hola Di.
-Hola polizonte. ¿Por dónde andas?
-Aquí me tienes en Don Benito. Acabo de echar combustible y voy camino de Sevilla. ¿Si me preparas un café?… Me lo debes.
-¿A qué hora llegarás? Para tenerlo recién hecho.
Aquello sonó amistoso. Mi intención era bajar hasta La Haba, Zalamea de Serena, Azuaga, y Guadalcanal, y de ahí hasta Cazalla, El Pedroso, Cantillana y Sevilla por fin, con la seguridad de que nadie me seguiría por esas carreteras poco transitadas, y de que en todo caso, entraría en la ciudad por donde nadie se lo esperaría, y con destino a una dirección tampoco conocida.
–Sobre las siete de la mañana. Creo que daré una cabezada por el camino.
–Muy bien, a las siete tendrá el señor su café y algo más.
Víctor Gonzalez
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