El día 12 de febrero de 1888 nacía en Madrid Clara Campoamor Rodríguez. Lo hacía en el seno de una modesta familia formada por un empleado administrativo de un periódico madrileño y una modista, quienes por entonces no sospechaban que su hija estaba llamada a ser pionera en muchas de las actividades sociales y políticas que durante el siguiente siglo se desarrollarían en España, protagonizando algunos polémicos episodios de la vida pública.
Y, precisamente, consecuencia de este mismo protagonismo serían también los sinsabores y desgracias que sobre ella se cernieron en una parte importante de su existencia y también del discurrir de la Historia de España.
Su carrera laboral, debido fundamentalmente a la muerte prematura de su padre, comenzó muy joven como dependienta de una tienda, preparándose –sin ni siquiera tener el título de bachiller- para unas oposiciones como auxiliar en el Cuerpo Nacional de Correos y Telégrafos, obteniendo la plaza y siendo destinada a San Sebastián con 21 años de edad.
Su espíritu de superación (carácter que le acompañó a lo largo de toda su existencia) la llevó a hacer oposiciones para profesora de adultos en el Ministerio de Instrucción Pública, pero solamente puede enseñar taquigrafía y mecanografía (disciplinas que dominaba por su oposición anterior) al no contar con ninguna titulación.
Con 32 años se matricula en la Facultad de Derecho, en un tiempo en que la presencia de la mujer en la Universidad era mirada con recelo, tanto por el alumnado como por gran parte del profesorado. Finaliza la carrera en solamente dos años, convirtiéndose a partir de 1925 en una de las primeras mujeres abogadas ejercientes en España.
Se aproximó a la política y cuando se produce el advenimiento de la Segunda República entra en el Partido Radical, saliendo elegida en las Cortes Constituyentes de junio de 1931 por la Coalición Republicano-Socialista: es una de las tres mujeres que ocuparán escaño en este primer periodo legislativo. A partir de este momento comienza su lucha denodada por conseguir el reconocimiento de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, reflejada en la Constitución Española cuyo articulado se está debatiendo en las Cortes.
Sus esfuerzos se centran, principalmente, en romper el muro que se establece contra la obtención del derecho al sufragio por parte de la mujer en igualdad de condiciones que el hombre. Una lucha que le habrá de enfrentar con gran parte de los componentes del Congreso, entre los cuales se encuentran sus propios compañeros de partido, e incluso con la diputada radical-socialista y también abogada Victoria Kent, reticente en lo que se refería a conceder de forma inmediata el voto femenino. Clara Campoamor sabe que si en el proceso de redacción de la Constitución no queda patente este derecho, después nunca se conseguirá.
Finalmente se producirá la victoria de los partidarios, obtenida por el margen reducido de cuatro votos. El derecho al voto femenino se establece en España, una de las naciones pioneras en la consagración de este derecho, y Clara consigue una gran popularidad con lo que en adelante, según denominación personal de ella misma, se convertiría en su “pecado mortal”. La ley de reconocimiento de la paternidad ilegítima también es otra de sus obras.
También queda reflejado en el articulado de la Constitución el derecho al divorcio para la sociedad española, en contra de la derecha política, social y religiosa, y ya en 1932 Clara Campoamor se convierte desde su despacho profesional en adalid de esta consecución, tramitando los primeros que se conceden en el país, algunos tan importantes como el de la escritora católica santanderina Concha Espina, que llevaba más de veinte años separada de facto de su marido, o el de la actriz Josefina Blanco, casada con Ramón María del Valle-Inclán: casualmente, sus respectivos esposos fallecerán en el entorno de la guerra civil española, con lo cual ellas evitarían las secuelas represivas del franquismo en su situación de divorciadas.
Sus propios compañeros y compañeras republicanos nunca le perdonaron este enfrentamiento y por ello su porvenir político estuvo sujeto a los avatares sectarios, máxime cuando después de las elecciones de noviembre de 1933, en las que no salió elegida, se acusó del desastre sufrido por las izquierdas al mal uso del voto femenino. Algo que ella siempre trató de refutar y que con el paso del tiempo se ha visto corroborada su posición.
Volvió al bufete y a la colaboración periodística que no cejó hasta que durante la guerra civil hubo de salir hacia el exilio, ganándose la vida enS París, Buenos Aires y Suiza escribiendo libros y artículos, dando conferencias y finalmente estableciendo su bufete. Falleció en 1972 sin haber podido regresar a España, donde la fue denegada la entrada por su actitud combativa durante la República y su adscripción a la logia masónica Reivindicación.
En la actualidad, numerosas asociaciones profesionales y feministas ostentan su nombre en España, y existe gran cantidad de calles que también llevan su denominación, entre otras en Santander, Torrelavega y Santoña.
Pero existe una razón, hasta no hace mucho pasada por alto, que vincula a Clara Campoamor con Cantabria, además de su estrecha relación con las escritoras Concha Espina y Consuelo Berges. Gracias a los esfuerzos del cronista trasmerano Luis de Escallada González sabemos que tenía orígenes cántabros, concretamente santoñeses. En efecto, su padre Manuel Campoamor Martínez nació en Santoña en el año 1855, mientras que su abuela paterna Nicolasa Martínez de Rozas había nacido en Argoños en el año 1815. Su genealogía cántabra se refuerza con el antecedente de que su bisabuelo paterno Miguel Martínez Sainz procedía del pueblo de Marrón y se casó en 1810 en Argoños con María de Rozas Vega, vecina de dicha villa.
Obra publicada:
El voto femenino y yo. Mi pecado mortal (1936).
El derecho de la mujer (1936).
La revolution espagnole vue par una républicaine (1937).
Texto: J. R. Saiz Viadero
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