COMO UNA PIEDRA QUE RUEDA

 

El camino polvoriento zigzaguea hasta perderse entre breñas y zarzas sin aparente destino, sólo un horizonte sucio por la calima le pone límite. Es la metáfora de su existencia desde que, acuciada por el asco y el hastío que le producía la casa familiar, decidió abandonarla. Con la garra de la tristeza rasgándole el pecho, esperando una nueva oleada del temblor incontrolable que le provoca el mono y con la saliva hecha pasta, tararea ensimismada la canciónque él le enseñara un día sin fecha en el calendario, la que le cantara desentonando en un inglés ininteligible.

Arebefilarebefildeanioronnodirexionjomlakecomplidon no lakerolinston.

Para la Mabel, guácharo caído del nido, ha sido la única forma con la que ha conseguido hacerlo con él: laminar el mal rollo que, desde su temprana adolescencia, le provoca el olor masculino del sexo, el de un sudor pegajoso y un jadeo añejo  cuya sombra nunca ha podido quitarse del paladar. Sólo a lomos de la heroína cabalgándole la sangre y con aquella canción que él le había dedicado.

Cuánto tiempo rodando, buscando sus alas perdidas, su sitio en alguna parte, para huir de la barbarie que albergan los recuerdos que la parasitan, mientras los días se le iban difuminando en un círculo sin principio ni fin.

Hasta que lo vio por primera vez en la puerta del Magic, mientras él acariciaba a un perro sarnoso de mirada triste; hasta que pudo dar salida a la historia tóxica que se le pudría en las entrañas, mientras compartían el sabor húmedo de un canuto─mi padrastro ,un respetable putero, un violador cargado de estrellas y condecoraciones y mi madre, una colgada de la doble moral, servil y sumisa─ le había comentado la Mabel con su blancura enfermiza, su pelo enredado y las inmensas ojeras que habían desterrado ya cualquier atisbo de expresividad en su mirada, siempre ausente.

Hasta que él la invitó a vagar juntos por las oquedades de un tiempo sin tiempo, a borrar el pasado, solícito siempre a mostrársele en forma de un aliento calentuzo en el cuello.

Algunas mañanas, con la boca seca y una sed violenta, la despertaba la resaca que le provocaba la abstinencia, la que la devolvía al dolor, a una lucidez angustiosa que intentaba amainar con la observación del muchacho dormido, desnudo y frágil. Visión que le traía, más que preguntas, certezas sin futuro que le humedecían la mirada, que la desnudaban dejándola a la intemperie.

Compartían la manduca después del trapicheo en el Magicy se agarraban a las cuestas de aquel empinado barrio de casas encaladas, donde el olor a pan madruga. La plazuela se les había convertido en el último apeadero de aquel trayecto trabajoso, testigo fiel de su rodar sin norte, de su amor suicida a la nada o al todo. Dónde está la diferencia. Sentados a horcajadas la una frente al otro, sin mediar palabra, compartían la soledad en el silencio envolvente de la noche. A la Mabel, entonces, le gustaba coger las manos del muchacho y colocarlas sobre sus tetas raquíticas y desnudas bajo el blusón de lino. Suave, amor, que la memoria es larga y dañina.

Era el ritual que, hasta entonces, sólo había podido soñar, mutilado siempre por el recuerdo del asco atorándole la garganta. Era en ese momento de callada claridad, en que la voz de la luna acunaba la cal de las casas, cuando la canción les brotaba espontánea con ese inglés macarrónico, pero que, por alguna razón que ella todavía no entendía, habían acabado haciendo suya.

Arebefilarebefildeanioronnodirexionjomlakecomplidon no lakerolinston─ le sugería el susurro lánguido del muchacho adherido a ella.

Caminar hasta que el cuerpo aguante. No hay miedo a morir cuando la muerte es tu aliada. Ella tan sólo siente vértigo a dejar de escuchar la canción que él le había dedicado la noche del primer encuentro, después de compartir sus historias, mimetizando de forma ridícula una guitarra entre sus manos. Un cantar sin letra o mejor, de palabras incomprensibles, hasta esta noche en que él se la había desvelado, justo antes de que los dos se durmieran con los ojos abiertos galopando la estepa que conduce al abismo, sintiendo que, una vez más, dejaban a su espalda el tiempo y la memoria que arrastra. Sólo que ella, por primera y última vez, ha despertado para cerrárselos justo cuando la madrugada agoniza y la voz del viejo Dylan entona el estribillo que ella ha convertido ya en un largo y sentido lamento.

¿Cómo se siente?

¿Cómo se siente estar sin un hogar?

Como una completa desconocida,

como una piedra que rueda.

Ahora, el eco de esa voz la acompaña mientras observa cómo el camino polvoriento zigzagea, hasta perderse entre breñas y zarzas sin aparente destino… La metáfora de su existencia…

Juan Jurado

Sobre JuanJ Jurado 81 artículos
Profesor de Lengua y Literatura española. Publicaciones en La prensa en el Aula. Octaedro. Cuaderno para la comprensión de textos. Octaedro. Ponente del Diseño curricular base para la enseñanza de la Lengua y la literatura española en la ESO, en Andalucía. He sido portavoz y concejal por el grupo municipal de IU en Úbeda. Actualmente no milito en ninguna organización política, pero si la calle me llama, voy.

Sé el primero en comentar

Deja un comentario