Erase una vez que se era una princesa…
Así solían empezar los cuentos infantiles que leíamos y que nos llevaban a creer que los malos eran muy feos, los guapos muy buenos, los ricos, un dechado de delicadeza bienoliente, bondadosa, y los pobres quedaban descritos como brutos malolientes, violentos e infames…
Está demostrado que aquellos cuentos infantiles, eran eso cuentos y pura fantasía en la medida que resultó incierto de todas, todas, porque en nuestra realidad parte de los personajes de hoy día. Bien vestidos, bien hablados, se nos han convertido en ogros o monstruos con babas pegajosas y hediondas donde una mayoría de ellas y ellos podrían haberse transformado por arte de magia y cuento, en los malos.
Hoy serían los protagonistas de cuentos para mayores con títulos diferentes: Alí Babá y los cuarenta políticos –es un decir porque pueden ser incalculable- el Banquero saltarín, Pulgarcito el vendido, el Abogado y los siete “enanitos”, la Hipoteca de los tres cerditos y un largo etcétera . El cuento en que Geppeto, el carpintero que fabricó al muñeco Pinocho y que se le dio vida con la condicionante de que le crecería la naricilla si mentía, si sucediera en nuestra realidad, descubriríamos a algunos de estos “respetables y estéticos personajes” porque se les alargaría la nariz desmesuradamente.
Menos mal que son unos pocos ¿o no? ¡ay Dios! Prefiero creer que un árbol puede crecer en un muro…
Los cuentos de nuestra más tierna infancia han deformado nuestra percepción de la realidad, incluso, al valorarnos a nosotros mismos…, porque, ahora los de a pie, los que pagamos eternos impuestos y elegimos democráticamente a nuestros representantes en la política, ¿seremos los buenos o los malos?, ¿nos habremos convertidos en los ogros que protestan…? porque es lo único podemos hacer, ¡protestar!
Pues protestemos en aras de la tan traída y desgastada libertad de expresión sin necesidad de mediar insultos -porque estoy convencida de que pensar, pensamos aunque seamos cómodos- puesto que ellos mismos, radicales, fanáticos y manipuladores en la misma condición de la libertad de expresión, se califican por ellos mismos tan solo con exponer en público sus opiniones y nosotros podríamos elegir a nuestros interlocutores y, o, representantes políticos para no votar sus políticas denigradas…
A esta misma conclusión llegaron mis bisabuelos así que, desde aquel tiempo y desde que el hombre cavernícola decide vivir en comunidad, las circunstancias y caraduras apenas han cambiado.
¡Ah, la vida, es toda cuento!
Texto y fotografía ©Ángeles Sánchez Gandarillas. Paseo de la Barquera hacia la Barra, el Rompeolas.
Deja un comentario