El hombre nuevo

Durante los dos últimos siglos la filosofía feminista ha ido desmenuzando en sus teorías los métodos opresivos a los que han sido sometidas las mujeres a lo largo de la historia. Para el feminismo radical, a partir de la segunda ola, el problema iba más allá del sexismo institucionalizado expresado de forma directa en el ámbito legislativo, comprendía todo un mecanismo estructurado capaz de impregnar todas las capas de la vida.

Por ello, más allá de las respuestas legales exigidas por las feministas de la primera ola, comenzó a tomar valor el análisis de las relaciones de poder, el trato informal, el estudio de las desventajas de las mujeres respecto al hombre y el sistema sexo/género fuertemente enraizado en las sociedades patriarcales. La teoría feminista tomará el concepto “género” como eje fundamental para poder llegar a la raíz de la desigualdad sexual existente entre hombres y mujeres. El género parte de la idea de que lo “femenino” y lo “masculino” no son hechos pertenecientes a la naturaleza humana biológica, sino construcciones sociales y culturales vividas empíricamente y divididas simbólicamente que actúan de manera jerárquica provocando que las diferencias anatómicas formen la desemejanza sexual a través de lo que Seyla Benhabib denomina sistema género – sexo como reseña del ensayo sobre género de Rosa Cobo.

 

También en la idea central de Poulain de la Barre podemos leer que la desigualdad social entre hombres y mujeres no es consecuencia de la desigualdad natural, sino que es “la propia desigualdad social y política la que produce teorías que postulan la inferioridad de la naturaleza femenina.”

Las teorías desarrolladas respecto al género de Simone De Beauvoir determinan que «ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino. Únicamente la mediación de otro puede constituir a un individuo como un Otro.»

Simone De Beauvoir está afirmando que la posición social que ocupa la mujer como sujeto político es determinado por la asimetría producida en el reparto hegemónico de los roles de género hacia el constructo de lo «masculino», «se trata de saber lo que la humanidad ha hecho con la hembra humana». La mujeres llevan intentando desligarse de los estereotipos de género durante décadas, empiezan a ser conscientes de que los valores atribuidos al concepto de lo » femenino» sitúa la condición de hembra humana en seria desventaja con el hombre socializado a través del constructo de lo » masculino» propiciando de esta manera sociedades androcéntricas.

El hombre constituye el sujeto de referencia y las mujeres quedan invisibilizadas o excluidas, por lo que no es difícil entender el rechazo hacia aquellos varones cuyos comportamientos masculinizados consolidan el sistema género – sexo en su propio beneficio debido a los privilegios que supone. Alexandra Kolontai definía a la “mujer nueva” como un sujeto liberado no solo a través del trabajo, sino a través de su propia revolución. La revolución que necesitaban las mujeres era la revolución de la vida cotidiana, de las costumbres y, sobre todo, de las relaciones entre los sexos. Pero ¿Qué hay del hombre nuevo?

Es necesaria la participación activa de hombres que cuestionen los cambios de las masculinidades actuales y venideras, la sociedad contemporánea ya no admite comportamientos aceptados hace treinta años como masculinos, por lo que encontramos implícita una demanda transformadora que permita la adaptación total. Muchos hombres profeministas llevan años re-construyendo su propia masculinidad, rechazando la normativa impuesta alejándose así del rol establecido socialmente. A lo largo de la historia se ha ido plasmando el papel del hombre y la mujer a través del arte; desde la escultura, la pintura, la literatura hasta el cine.

El arte, como componente de la cultura, refleja en su concepción las bases económicas y sociales, y la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo, por lo que a través de ellas podemos hacer una lectura clara del comportamiento entre sexos en el transcurso de la temporalidad humana.

El “hombre nuevo” tendrá que adaptarse a los tiempos, le tocará mirarse frente a su propio espejo y hacerse consciente de las desventajas y la pérdida de privilegios que supone el replanteamiento de su propio status quo establecido y aceptado por confortabilidad. Por poner solo uno ejemplo y hacer referencia a un campo artístico donde el papel de la masculinidad y la feminidad lo encontramos bastante definido, ese sería el cine. El otro día, sin pretenderlo, y sin que el argumento de la película tuviera que ver con esta temática, pude comprobar este aspecto acerca de la masculinidad de forma muy latente, pudiendo pasar fácilmente desapercibido si no estamos atentos.

En el mediometraje de “El violín y la apisonadora” dirigido por el cineasta soviético Andréi Tarkovski en 1961, Sasha es un niño de nueve años acosado y rechazado por el resto de niños que forman pandilla en el patio de su vivienda. Sasha reúne todas las características de varón no normativo en lo referente a su masculinidad. El cineasta ruso nos lo presenta como un niño de clase media – alta que acude diariamente a sus clases de violín. Cuando el pequeño baja las escaleras de su bloque de vivienda, varios niños de su misma edad lo esperan para poderlo increpar. Lo cierto es que Sasha no es acosado por tocar el violín, sino que el violín es una representación metafórica de la sensibilidad. Al presentarse como un varón no agresivo, hipersensible, no normativo, sumiso y timorato, suscita la irascibilidad del resto del grupo que, en un alarde de superioridad masculina, aprovechan para ejercer poder sobre un sujeto en una situación de vulnerabilidad.

En realidad, esta conducta asociada a lo «masculino» no pertenece a una naturaleza biológica, sino a una norma social establecida para que lo » masculino» se imponga sobre lo » femenino»; es decir, sobre la mujer. Más tarde, el pequeño es protegido por un obrero de la construcción encargado de operar y conducir una apisonadora (símbolo de masculinidad) sin embargo, ambos terminan creando un lazo común más allá de la lectura de la figura paterna que pueda hacerse. Hombre y niño representan los valores de nuevas masculinidades ya, que, bajo la fachada del trabajador y, pese a tener entre sus manos una herramienta poderosa como es la apisonadora, sería incapaz de » apisonar» la identidad del pequeño Sasha porque él también la lleva dentro. De hecho, hay una secuencia durante el mediometraje en la que el niño toca una pieza a escondidas recibida de manera muy emocional por el adulto que sólo puede escucharla en la soledad con Sasha, el único que no le juzgaría jamás. Dentro de la identidad oculta de cada varón se esconde una necesidad de crecimiento que rompa con la coraza que limita la expresión de las emociones. El camino para crear nuevas formas de ser y manifestarse como hombre pasa  necesariamente por reaprender el mundo emocional y de la escucha.

Otras de las claves estaría en la socialización de los sentimientos que es el más determinante de todos los agentes socializadores, es el grupo de iguales influido de forma circular por su entorno el que refuerza cualquier homogeneidad y castiga severamente al que rompe la norma del modelo masculino tradicional y patriarcal. El modelo de » hombre nuevo» pasa  también por la transformación de los sentimientos asociados al género marcado.

La fortaleza, la ira, la rabia, y la competitividad se impone ante la sensibilidad, la fragilidad, el miedo, el llanto y cualquier manifestación emocional que haga referencia a aspectos representativos en el comportamiento femenino a través del sistema género-sexo.

Otro estadio por el que tiene que pasar el » hombre nuevo» se encuentra en el cuestionamiento de su propia sexualidad. Si bien es cierto que nos separan realidades biológicamente distintas, éstas no deberían utilizarse como justificación a los comportamientos de índole machista.

En «El cerebro masculino» de Louann Brizendine, se especifican realidades relacionadas desde los procesos hormonales durante la infancia y la pubertad masculina, hasta otras dudosas afirmaciones, como que las niña comparten veinte veces más un juguete que un niño varón, o que las niñas son más dóciles debido a su naturaleza. Estas dos últimas tienen mayor relación con las construcciones de género; la primera, como el aumento de la testosterona, sería producto de la biología.

Por poner un ejemplo fácil de entender en cuanto al condicionamiento entre los sexos y la socialización, una niña puede ser educada bajo la idea de que la depilación es un concepto patriarcal relacionado con los estereotipos; sin embargo, la influencia externa, ya provenga de un círculo cercano, familiares, escuela, publicidad y/o el lenguaje, obligará a que una niña de nueve años sienta la necesidad de depilarse para no ser rechazada. Por eso tenemos que tener en cuenta los factores económicos y sociales en el que nos movemos. Anthony Giddens en «La transformación de la intimidad» subraya que en los hombres, tradicionalmente, siempre se ha considerado que necesitaban experiencias sexuales para su salud física.

«Generalmente, siempre se ha aceptado que los hombres tengan relaciones sexuales múltiples antes del matrimonio, y la doble moral, también después del matrimonio, ha sido un fenómeno real.» Para Giddens subyace una problemática más compleja en lo relativo a las pulsiones masculinas que tienen que ver con la represión y la hipersexualización en la edad temprana. El carácter compulsivo hacia una sexualidad episódica se hace mayor en la medida en que las mujeres detectan y rechazan su complicidad con la dependencia emocional oculta.

Una de las razones que condicionan el comportamiento sexual masculino tiene que ver con la educación. El hombre se ha socializado en la idea de que a mayor apetito sexual mejor masculinidad, mientras que a las mujeres se les educa más en el terreno emocional como puente hacia el aumento de deseo. La pornografía está principalmente orientada a la satisfacción masculina, pudiéndose consumir desde edades muy tempranas lo que influye en la intensidad y la frecuencia del deseo masculino creando un imaginario ficticio a la hora de mantener relaciones sexuales. La mujer actual rechaza este modelo por considerarlo tóxico en una búsqueda de nueva sexualidad más equilibrada, equitativa, íntima y complementaria. Para Giddens » los cambios que afectan ahora a la sexualidad son revolucionarios, no en la superficie sino en profundidad».

Cuando el feminismo radical se posiciona contrario al género es porque cree en su abolición, para que de esta manera no exista un sexo predominante en su jerarquización a través de las distintas forma de socializarnos. Margaret Mead publicó en 1935 “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas” en donde describe los roles sociales y características del comportamiento de varones y mujeres en tres sociedades de Nueva Guinea.

El trabajo de Mead sugirió que no existía correspondencia natural estricta entre sexo y temperamento, por lo que se alejaba a la tradición antropológica de la época que la daba por cierta; luego, la contribución de Mead al concepto “género” se encuentra en la idea de que el comportamiento de un individuo y sus diferencias en cuanto al sexo de pertenencia puede variar en función de ciertas circunstancias específicas o la propia cultura.

Por tanto, el modelo de “ hombre nuevo” estaría basado en la ruptura del comportamiento social adquirido a través del género respecto a su sexo, haciéndose consciente de lo que supone esa posición de poder actualmente luchando contra el mandato social que nos aleja,propicia y perpetúa la desigualdad.

*Este artículo está dedicado al hombre que ha sido capaz de hacer sonar los violines en pleno proceso revolucionario.

Aliza Díez

 

Sobre Aliza Díaz 11 artículos
Educadora social Presidenta de la Asociación Feminista FemNosotras

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