Me llueve en la ventana que acompaña los escritos. Esa que suele iluminar el día o que flamea la oscuridad con las lucecitas que se prenden en cuanto anochece en las casas de otras vidas, de otras historias como la mía. Hoy llueve y el silencio se tronza a veces con algún trueno que se recibe con el sobresalto de milenios en donde la tormenta se vivía con la congoja que da la incertidumbre y el miedo a lo imprevisto.
Hoy presento otra novela. La tercera, quizá la que me explica como escritora (a ver si dejo de sentir pudor al nombrarme escritora) porque después de tres y de un poemario, varios relatos incluidos en libros corales y una buena riestra de premios (perdonen la redundancia, me lo cuento para creérmelo porque ando arrastrando por años el síndrome, ese, que nos hace desconfiar de nuestras aptitudes) creo que ya puedo decirme con propiedad: María, cumpliste el sueño, aunque solo un poquito. El sueño que concebías de niña envuelta en sábanas solitarias de una fría habitación invernal. Eres escritora, aunque no te llamen las alharacas culturales y te escamoteen los popes de la “inteligencia oficial” Eres escritora porque cuentas cosas que, a veces, emocionan, enfadan, y alguna persona siente que hablas de ella, que sientes como ella, que cuentas su historia.
A mí la vida no me ha tratado bien . Hija del desarrollismo español de los sesenta, de un padre bueno pero sin voluntad ni criterio y de una madre enferma de odios malsanos, sin hermanos y sin mucha (o ninguna) familia que arropara los escalones que se van coronando a base de cumplir años. En cambio, recibí el don de la palabra. Y lo digo sin ningún orgullo porque no es merito personal. Como el ebanista virtuoso hace muebles que sirven y acogen vestidos. Como el albañil o la costurera, o la carnicera que trocea la carne con primor. Son dones que nos llegan de serie y los desarrollamos. Yo tengo el don de contar, de hacer fluir palabras a los sentimientos y las vivencias, propias (las menos) y ajenas (las más). En mi cabeza se ordenan las ideas no tanto para asimilarse como para ser contadas en un folio que llega al exterior y gusta o no, esa no es la cuestión. Ese es mi don. Les aseguro que ese regalo de la naturaleza me compensa de los variados golpes que he ido sorteando a lo largo de mi vida. Golpes y sobresaltos que ya les digo, parecen fantasía por reincidentes.
Durante gran parte de mi vida he buscado con desesperada insistencia tiempo y lugar para desarrollarlo, el don, digo. He estado muy ocupada viviendo, pariendo dos hijos, trabajando mucho, sobreviviendo las más de las veces a unos proyectos vitales que se torcían y se complicaban. Sin poder escribir pero dejando poso en mi memoria y en mi alma de lo vivido, de lo escuchado, de lo experimentado, de lo intuido…Porque la capacidad de embridarme en otras carnes para sentir y palpar sus emociones me es fácil. Pero no tenía tiempo de escribir. Había que vivir y sobrevivir. Además el don hay que encauzarlo, aprender el oficio. Se pueden tener manos de ebanista pero como no te enseñen a pulir y cincelar la madera, el don es inservible.
Hasta que hace unos años me dije: “ya, llegó el momento. Para, siéntate y cuenta”. Durante un tiempo aprendí el oficio a base de estudio y practica. Como todo lo hice en mi vida, ganando a los puntos, jamás de k.o.
Años después marchó al infinito el ser más amado, el hijo de mi vida que acompañó tiempo, tristezas, decepciones y alegrías. Marchó cuando yo no había editado aún nada. Marchó cuando yo era solo un proyecto de escritora. Cuantos poemas se construyeron en las tardes silenciosas de hospital, cuando él descansaba de sus tormentas y yo, al pie de su cama auscultaba su respiración, acariciaba su amada mano y palpaba la desesperación de perderle mientras volcaba en unos poemas, malísimos por cierto, mis angustias.
Y le perdí. O le perdí un poco porque ahí anda, cercano siempre. La primera presentación que realicé en mi vida, en aquél maravilloso recinto de La Casa del Marqués, en Medio Cudeyo, fue justamente en el sitio que eligió para vivir y crear su familia. Cosas de la vida. Hoy, presento mi tercera novela y mañana se cumple el aniversario de su vuelo al infinito. Ese 19 de enero de 2014 que clavó mi vida anterior y labró las empalizadas de la nueva persona que salió indemne de aquella borrasca. Indemne pero distinta. Asolada, desmembrada por dentro por no tenerle. Luego descubrí (me ayudaron, me ayudaron mucho) que nadie se va de veras, solo es que, limitadas como somos, no lo vemos en apariencia carnal pero sigue su vuelo cercano.
Hoy presento mi tercera novela y mañana mi memoria se nublará un poco al comprobar que no pude celebrar con una parrillada de pescado contemplando la luna o el grito de la tormenta en el comedor de Las Olas, en La Maruca, con él, o con él y buenos amigos/as. Se me nublará un poco el día, no lo dudo, pero solo un poco porque para eso tengo este don. Contaré (cuento) y destilaré en algún poema la amarga sensación de vacío que dejó su vuelo al infinito.
Si yo les contara la cantidad de milagros, de pequeños milagritos que anteceden mis pasos en esta vida, ustedes me dirían loca. Loca porque sé que nadie que ama, abandona. Porque me consta que la muerte solo es un paso, doloroso paso, para brillar en el infinito y convertirse en piel que protege a lo amado.
Por eso, esta tarde, cuando presente mi libro, mi tercera novela…yo sé que él andará cerca. Y por eso se lo cuento a ustedes, porque me consuela pensar que mi don sirve no solo de desahogo sino de complemento vital.
Gracias a las personas que anduvieron cercanas a mis pasos. Mamen, Carmen, Lurdes, Gema, Alberto, José Luis, Maite, Desiré, Beth, mi hijo Carlos y tantas más que mi memoria almacena.
Gracias a las personas que me asientan sobre mis incertidumbres cuando leen mis palabras y me riñen cuando dudo. Gracias Olga, Txema, Santos nunca sabréis lo que vuestra lectura y las palabras de aliento suponen para mí…
Gracias a mis maestros, a los que debo todo y más. Galdós, Grandes, Delibes, Muñoz Molina, Martín Gaite, Zapata, de la Torre, Chaves Nogales, Moncada, García Márquez, Vargas Llosa (sí, cuando era Varguitas) al maestro Ramón Saiz Viadero, Rulfo, Cortazar, Fortún…
El abrazo infinito de una escritora sin mayor mérito que el trabajo porque los dones se regalan.
Este libro no se difunde en los grandes espacios a menos que ustedes, queridas/os lectoras, lo encarguen en sus librerías de confianza. La cultura sencilla, la que no está patrocinada por grandes editoriales y por los popes que envasan lo que sea y lo venden al por mayor, es difícil de difundir.
A mí me gustaría vender miles, cientos de miles de libros. Por supuesto, que para eso escribimos, para ser leídas (al menos yo…) pero en el fondo me da un poquito lo mismo, porque aún deseando ser leída y agradeciendo mucho, mucho, su lectura, lo mejor, se lo juro, lo mismo mejor ha sido contarles las historias. Contar historias, componer la partitura de esta música que construye mi tercera novela y las que seguirán porque hay bastantes. Esa que quiere llegar a muchos sitios pero sobre todo anidar en el corazón de cada lectora/or.
Busquen la novela. Busquen las novelas de escritoras desconocidas, que no sean las de siempre. Las/os del relumbrón, a veces, esconden una gran mediocridad y la discreción de nuestras pobres distribuciones, esconden dones y cierto talento que merecen conocer. No lo digo solo por mí, aunque también, sino por tantas novelas que se pierden en almacenes ocultas porque nadie habla de ellas.
María Toca Cañedo©
enhorabuena por la presentacion de su novela!Imagine como estara de contento su hijo,que,como le dijeron,sigue a su lado!un abrazo Ana castellano
mil gracias, Ana…sí, estará feliz. Y yo tan orgullosa de su corta vida