Después de más de un lustro fuera del aula, el docente que siempre he creído llevar dentro deambula por aquellas habitaciones de la memoria que cada vez se pisan menos, podríamos decir que por una especie de trastero donde el polvo y el abandono está permitido, es legal. La primera consecuencia es que esa pátina necesaria hace que el color de lo vivido sea mucho más tenue, muerda menos.
En realidad, he de confesar que no sólo las vivencias, también algunas de las convicciones que más arraigo tuvieron en mí. Tanto que, en momentos muy concretos, fueron el motor que me movió, el sueño que me hizo luchar por la educación, porque ésta se aproximara a la utopía que me mantenía vivo como docente. Hoy esas convicciones se ven adormiladas por el escepticismo defensivo que los años han ido alimentando.
Hasta que alguien o algo abre una de las ventanas del trastero permitiendo que la luz y el viento deshagan esa pátina temporal. Es lo que me ha ocurrido al ver esta película que les aconsejo sobre todo a aquellas personas relacionadas de una manera o de otra con la educación. Una película que propone muchas preguntas y que, además, insinúa una respuesta: la escuela será siempre un instrumento potente cuando rompa con las reglas establecidas, cuando las transgreda.
A finales del siglo pasado, un pedagogo español, don José Jimeno Sacristán, escribió que la escuela como institución no es más que un subsistema social, que cada sociedad crea su modelo de escuela para perpetuarse, que el sistema esta pensado para que sólo unos pocos escalen la pirámide social, serán ellos los que sigan perpetuando ese sistema que los encumbró. Esto lo añado yo: el resto vivirá una ensoñación de libertad, una especie de «mundo feliz» en el que los papeles ya están dados de antemano, y será la escuela la que los otorgue.
De esto va la película de Eugenio Derbez, bueno de esto y de algunas cosas más, como el determinismo social, sobre las posibilidades reales que la escuela tiene de vencerlo, de romperlo. El contexto, trágicamente real, donde se desarrolla la historia no puede ser más extremo, tanto, como la necesidad de transgredirlo si se quiere seguir soñando en un mundo mejor. No se la pierdan.
Juan Jurado.
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