Nunca podremos agradecer bastante a la gente, que como una hormiguita diligente, trabajaron durante años, años de incomprensión, años en los que el silencio pesaba como losa en nuestra historia, como digo, gente que trabajó en silencio y sin pausa por recuperar la historia. Rosa Toran era una de estas.
Nacida en Terrassa en 1947, en plena posguerra cuando el manto de plomo franquista se auguraba largo. Quizá su familia mantuviera la ilusión de que la reciente victoria aliada condujera a nuestro país hacia un amanecer democrático. Si fue así pronto se les pasó la esperanza porque cuando Rosa aún era muy niña se vio claro que la cosa seguiría de forma infinita porque a las democracias Occidentales, la península ibérica estaba asegurada con fronteras de plomo ante el nuevo enemigo. El bloque soviético. Y a ese peligro supeditaron e hicieron la vista gorda de lo que ocurría aquí.
En casa de Rosa se conocía bien lo que fue la lucha republicana, la guerra se había cobrado víctimas algunas de ellas ni sabían donde estaban y si podían volver. No volvieron porque las fauces de Mauthausen devoraron a sus tíos. Desconozco si fue ese el motivo para que la joven Rosa Toran se inclinara a estudiar historia, pero podría asegurar que algo tuvo que ver. Las familias españolas de los años cincuenta, sesenta, setenta…hasta ahora mismo, no tenían historia. Se entiende que hablo de los que perdieron la guerra, porque en el otro bando, no había más que asomarse a la calle, visitar una iglesia, colegio o centro publico para encontrar monolitos, nombres y recuerdos que glorificaban los muertos. Sus muertos. No los más de trescientos mil que yacían y yacen en cunetas sin nombre. No los miles de exiliados que vagaron su nostalgia por el mundo. No los cuatro mil que fueron asesinados en el campo donde condujeron a los españoles, Mauthausen, entre otros. No los que cayeron en las trincheras de la Resistencia, o del ejercito regular que a las ordenes de De Gaulle vencieron a los nazis. Sobre esos muertos se extendió un silencio opresivo, terrible que nos hurtó a todos su historia.
Imaginamos a Rosa Toran husmeando en los libros de la Facultad de Historia esperando encontrar las huellas de esos familiares suyos, de vecinos, de amigos, de tantos catalanes y españoles que desaparecieron bajado el telón de la guerra civil. Sin rastro ni huella. Como si al acabar el drama de la guerra civil la tierra se hubiera tragado tantas historias, tantos nombres.
Es posible que ahí se le despertara la rabia por el olvido. El afán investigador que la movió toda su vida buscando las huellas de los desaparecidos sin nombre ni gloria.
Estudió Historia, como no podía ser de otra manera, fue profesora de varios institutos y a medida que pasaba el tiempo entendió que la tarea de reconstrucción histórica debía partir de gente como ella. Gente normal que conocía de forma somera lo ocurrido en su familia contrastando lo que pasaba en otras familias con relatos similares. Hasta que entendió que habían sido miles, cientos de miles los desaparecidos sin nombre, que era necesario, imprescindible, recuperarlos, poner nombre a las víctimas del Holocausto español para recuperar la dignidad y dar sitio a los desaparecidos. Porque un país sin historia, peor aún, con una historia mentirosa y obscena, pierde lo más importante que tiene, la dignidad y la cultura propia. Por eso Rosa Toran se entregó a la investigación y a la lucha por recuperar nombres, historias para poder contar un relato real y que los muertos tuvieran su sitio en la historia.
Toran, investigó la deportación y la vida en los campos nazis, con la publicación de los libros ‘Vida y muerte de los republicanos en los campos nazis’, ‘Mauthausen: crónica gráfica de un campo de concentración’ y ‘Los campos de concentración nazis: palabras contra el olvido’.
En 1988 obtuvo la Bolsa de Estudios Agustí Duran i Sanpere, en el marco de los Premios Ciutat de Barcelona. En 2003 ganó el primer Premio Leonor Serrano y Pablo, de historia de la educación, por el libro ‘Dolors Piera, maestra, política y exiliada’, con Celia Cañellas Julià. En 2015 ganó el premio Bages de Cultura por su trayectoria profesional y por sus trabajos sobre los republicanos que lucharon contra el nazismo en Francia. En los últimos años publicó varios libros de historia de El Masnou. que ha sido su residencia hasta su muerte, acaecida el dos de Julio de 2023.
En 2021, con Celia Cañellas, publicó la obra ‘Hilda Agostini. Las armas de la razón de una maestra republicana, protestante y albañil’, que recibió el Premio Buenas Letras de Ensayo Humanístico, concedido por Grup 62 y la Academia de las Buenas Letras de Barcelona.
Presidió durante años la asociación Amical Mauthausen y otros campos, donde desarrolló una ingente labor divulgativa y de investigación junto con el resto de los socios, para que el mundo conociera la realidad de la terrible complicidad del gobierno franquista con los nazis, confinando a miles de españoles/as en los campos de exterminio nazi.
En los últimos años se implicó políticamente militando en ICV y, posteriormente, en Comú Podem, partido del que era coordinadora local.
Este año, justo el que yo visité el campo de Mauthausen, se la echó en falta en los actos conmemorativos de la liberación. Rosa, estaba enferma, y no pudo asistir. Hoy la despedimos con el agradecimiento de saberla insustituible como son las personas que han ayudado a devolvernos los nombres, la historia y el orgullo de saber que somos muchas las que buscamos la verdad y reivindicar el nombre de nuestra gente. La que fue asesinada por defender la libertad, la democracia, la igualdad. Valores que Rosa Toran representaba de largo.
Descansa en paz, Rosa, y gracias por tu legado. Sabremos seguir tu senda.
María Toca Cañedo©
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