Cuando te gusta un autor, te gusta como no puede gustarte ninguna persona, porque te deja encerrado en sus palabras, a cal y canto. Todo el que probó ese vértigo de leer justo lo que querría haber escrito, de reconocerse en las líneas del otro como si los dos se mostraran las venas abiertas a ambos lados del papel, lo sabe. Cuando te gusta un escritor te enamoras por primera vez de las palabras cada vez. Y no hay mayor desengaño ni burla más cruel que leer a ese autor de nuevo y encontrarte con que repitió la fórmula que debía ser irrepetible. Que usó de los mismos personajes que eran seres vivos y los convirtió por arte de magia de la mala en simples títeres, en botellitas vacías. Cuando un autor deja de gustarte es una pena digna de borrachera eterna la que se te cuelga por dentro como un abrigo empapado. Y lo lloras igual que llorarías a un muerto de carne y hueso.
Texto: Patricia Esteban Erles
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