HASTA SIEMPRE ROSA REGÀS  

 

 

Y murió Rosa Regàs Pagés. No podía ser de otro modo tal es la vida de empecinada en acabar la función siempre del mismo modo. Eso sí, una vida generosa la suya que la ha despedido con noventa largos, apasionados, movidos, comprometidos y fructíferos años. 

Rosa Regàs Pagés, la mujer a la que le horrorizaba el paso del tiempo. Un tiempo que llenó intensamente de principio a fin tal vez para no dejar al tiempo que se obsesionara con el paso del tiempo aún sabiendo que el tiempo siempre termina ganando la batalla. 

La mujer que la primera parte de su vida la dedicó a vivir y la segunda a escribir. Léanla si no lo han hecho aún. Retomen alguno de sus libros de tanto en tanto si ya la conocen. No defrauda. 

Sé que soy pelirroja y mido un metro setenta, que tengo los ojos claros y la piel de lagartija, que jamás llevo anillos ni etiquetas, que me encantan los sombreros. Sé que me gusta beber y bailar y que mi expectación no tiene límites. Tampoco mi irritabilidad, tan intensa a veces como el temblor ante lo que amo”, afirmó una vez. 

Comparto con ustedes una entrevista que le realicé hace casi veinticuatro años. Mucho tiempo pueden pensar. Puede que tengan razón sí. Depende para qué. Para algunas cosas verán que el tiempo, caprichoso, parece no tener excesiva prisa.   

Hasta siempre, Rosa Regàs. Excelente persona. Escritora magnífica. 

 

 

 

 

 

ROSA REGÀS 

LA REBELDÍA DE UNA ESCRITORA INSTALADA EN LA CRÍTICA PERMANENTE 

Pilar Lebeña Manzanal 

Rosa Regàs Pagés. Pronunciarlo todo de corrido deja tras de sí una sólida estela de fuerza y carácter. Se dice de las mujeres llamadas Rosa que son de apariencia frágil y algo frías, portadoras en su interior de una gran fuerza espiritual. Reservadas aunque muy soñadoras poseen una gran imaginación. Delicadas y sutiles son detallistas y muy buenas observadoras. Independientes en su profesión. Tiernas y apasionadas en el amor. 

Recordaba haberlo leído por casualidad hacía poco tiempo mientras buscaba un libro entre las estanterías de mi librería de cabecera y me preguntaba si tales generalizaciones podrían tener una mota de credibilidad. Ese pensamiento me entretenía camino de mi cita una tarde fría de febrero sureño cuando se me cruzó como una ráfaga unas palabras suyas recientes en una revista: “No comparto la postura de las madres abnegadas. La abnegación lleva únicamente a frustraciones irreversibles”.  

Iba a su encuentro con la intención de mantener una charla distendida con la Rosa Regàs persona que a la escritora se llega generosamente a través de sus libros. Apenas nos hubimos sentado tras un afectuoso saludo, le recordé aquellas palabras y le pregunté si creía que existía mucha diferencia entre ser madre en los años cincuenta como lo fue ella y ahora. 

No lo sé. Mis hijos ya son mayores. Antes sí que te exigían abnegación, ahora no te exigen nada. Aunque pertenecía a una clase social media alta, la vida era dura en ciertos sentidos. Existían unas normas que eran muy difíciles de saltar. Recuerdo, por ejemplo, que cuando dejé el colegio para casarme con diecisiete años tuve que ponerme zapatos de tacón. Una mujer casada no podía ir sin zapatos de tacón. Eran zapatos de aguja espantosos y ya empecé a negarme ahí.  

Las mujeres de clase media no podían trabajar. Trabajaban las trabajadoras, las de toda la vida, las que siguen trabajando en todas partes, aquí y en el tercer mundo, pero el trabajo como realización personal y como trabajo no se entendía. Era el hombre el que tenía que llevar el dinero a casa mientras la mujer estaba sometida. Claro que para algunos hombres también resultaba muy duro. Los muy machistas estaban encantados, normalmente tienen un coeficiente intelectual muy bajo y esto a ellos les hace sentir que les encumbra cuando lo que pasa es que son tontos y no se dan cuenta de que siendo gallo se pierden lo mejor de la vida que es la complicidad, el cariño, la igualdad con la persona que aman. 

En todo caso, Rosa, pudiste ser rompedora porque pertenecías a una clase social y un poder adquisitivo que te lo permitieron 

-Sí, claro, evidentemente. Y era muy consciente de eso y lo aproveché porque era muy difícil. Las mujeres humildes lo tienen mucho peor, desde luego. Me casé con una persona relativamente bien acomodada y también lo aproveché. 

¿Fueron muchas las rupturas que llevaste a cabo? 

-Primero hice muchas pequeñas como la que te conté de los zapatos de tacón, que dejé de usar. Dejé también de ir a misa que me horrorizaba. Pero la primera ruptura importante que hice fue entrar en la universidad en 1955 cuando ya tenía dos hijos. Veintidós años y dos hijos. Luego llegarían tres más. 

Entonces no había mujeres casadas en la universidad y esto me provocó la primera sensación de romper una norma. Bueno, antes de eso me había presentado a los campeonatos de gimnasia de España donde quedé la cuarta, pero me cayó una bronca y ya no me atreví a continuar. Acabé Filosofía y Letras y empecé a trabajar en la editorial Seix Barral solo por las mañanas porque con los niños no podía más. Primero en el servicio de prensa y después de unos años comencé a ocuparme de la producción literaria. 

Ahí comienza una carrera de fondo que aún hoy no ha abandonado. Trabaja en la editorial de Carlos Barral hasta 1970. Crea la suya propia, La Gaya Ciencia, especializada en literatura, política, economía, filosofía, poesía y arquitectura. Funda dos revistas, Arquitectura Vis y Cuadernos de la Gaya Ciencia. En 1983 entra a trabajar para las Naciones Unidas como traductora lo que la lleva a viajar por el mundo durante once años. Entre 1994 y 1998 es directora del Ateneo Americano de la Casa de América de Madrid. Ha formado parte de distintos jurados literarios. Y, por fin, con cincuenta y ocho años, publica su primera novela.  

Siempre quise ser escritora, pero la vida que llevaba no me lo permitió.  Cuando comencé a escribir me quedé muy sorprendida pues, aunque hacía muchos años que deseaba hacerlo, no sabía qué decir. Solo escribiendo descubro lo que quiero contar. Yo en literatura no creo en las edades, ni en los sexos, ni en las generaciones. La única categoría de la que me fío es la del talento -contesta rotunda mientas se pasa la mano a modo de tic por una media melena pelirroja asentada en el tiempo, adornando un rostro firme y maduro carente de artificios cosméticos. 

Escribía Kavafis que lo importante es hacer el camino, no el hecho de llegar a Ítaca. Sin embargo, parecemos vivir en una sociedad donde lo que se pretende es llegar YA a una meta donde el símbolo del éxito con forma de dinero nos espera cómodamente sentado en un sofá de seda de morera frente a una televisión adornada de mediocridad y tetas de silicona 

-Sí, estoy de acuerdo. Yo digo que lo que hay que intentar mantener a toda costa es la energía y la mente libre para seguir caminando. No puedes detenerte, si lo haces estás muerto. Y pensar que alguien llega es una tontería. La prueba es que nadie se detiene, ni el más rico. Continúa porque quiere más. Lo que sí es cierto es que esta sociedad no nos empuja a buscar la calidad, a buscar dentro de nosotros mismos, sino a ser famosos. Y ésta es la gran trampa en la que muchos escritores jóvenes caen. Creen que por haber alcanzado una cierta fama, un cierto éxito, ya han alcanzado la calidad cuando la verdad es que la calidad y el éxito no tienen nada que ver. 

De la mediocridad actual en los medios no me hables que me pongo enferma. Los gobiernos de esta democracia nuestra han creído que cuanto más tonto sea el personal menos problemas les iban a dar y por eso han fomentado la tontería desde todos los frentes hasta que ellos mismos se han vuelto también tontos. De verdad que a veces pienso en aquello tan bonito que cantaba Raimon, “yo no soy de este mundo”. Mira que intento comprometerme, pero a veces me entra un desánimo brutal. 

Enciendo la televisión y veo tanta mierda y abro un periódico y veo tanta mierda, y veo tantos hombres matando a sus mujeres que no les pasa nada o ven rebajada su pena. Cuando veo la justicia de este país que en algunos casos está podrida. Cuando me doy cuenta de que se vierten miles de toneladas de cianuro en un río y no pasa nada porque se trata de una multinacional poderosísima. Cuando me doy cuenta de que Telefónica ha cobrado miles de millones por no hacer nada más que aprovecharse de un monopolio. 

Todo está en manos de los mismos, unos indeseables, unos cretinos, unos incultos. Pero también pienso que si todos pensáramos así esta misma gente terminaría por esclavizarnos. 

Hay temas que se nota le tocan la fibra. Su apariencia aparentemente tranquila va dejando paso a una mujer con temperamento templado, comprometida con el tiempo que le ha tocado vivir. Afirma vivir en un desencanto permanente porque la vida le ha puesto delante tentaciones lo suficientemente atrayentes como para hacerle caer en él. 

Cuando empecé a tener uso de razón estábamos en plena guerra mundial, nací en 1933, mis padres habían perdido una guerra y en España la gente iba a favor de los nazis. Por favor, ¿cómo no voy a estar desencantada? Y he vivido el franquismo. En fin. No tengo otra opción. 

Mira, a mí me desencanta menos cuatro desgraciados corruptos que el hecho de que un país se quede babeando delante de la televisión viendo unas tetas. Y ver que apenas se lee, la verdad. 

Le pregunto si ha cambiado mucho el mundo editorial y me contesta rápido que sí. Que antes era una cosa más vocacional que para hacer negocio. Una época en la que la literatura se vivía más como literatura, se conocían las tendencias de todo el mundo. 

En una conversación literaria se hablaba de literatura, de arquitectura, de pintura. Ahora solo se habla de dinero, famosos, programas de televisión. El dinero deslumbra y ya no se habla de nada más. Se pierde el hábito no sólo de hablar de literatura, sino de disfrutar de literatura. Ya no se fomenta el disfrute del público. 

Rosa, tengo la impresión de que vives instalada en la crítica y el inconformismo ¿Qué valor les das? 

Un valor total. Hay que criticar por principio. Solo que uno de nosotros bajemos la cabeza estamos perdidos. Cuando la crítica no se utiliza, el nivel baja. Esto se ve mucho en los países nacionalistas y parto de la base de que yo nunca lo he sido. Tienen tanto amor a lo propio que no saben aceptar o reconocer una cosa que les sea ajena. 

No nos han enseñado a hacer crítica sobre las cosas y si no hacemos crítica no tenemos criterio. Con criterio nunca serás un esclavo ni en literatura, ni en política, ni en religión, ni en nada. 

 ¿Sabes? Echo de menos en los planes de estudios la educación del criterio y el criterio se hace trabajando, desarrollando la memoria, la fantasía, el poder de comparación, desarrollando la inteligencia… Todo. 

Regresamos de nuevo al tema de la familia, la suya, la que nunca tuvo cerca. Su padre, Xavier Regás i Castells, abogado, periodista y dramaturgo. Su madre, Mariona Pagés, trabajó en la Fundació Bernat Metge, dedicada a la difusión de los clásicos latinos en catalán, hablaba cinco idiomas y, al igual que su marido, era republicana. La guerra civil española los llevó al exilio, a él a un campo de concentración, a su esposa a París mientras los niños estuvieron repartidos por Europa. Nunca volvió a vivir con unos padres que sufrieron la humillación de los vencedores y la de un abuelo paterno afín al franquismo, muy en boga entre la burguesía catalana al finalizar la guerra, que hizo lo posible y lo imposible para que esos padres, estigmatizados y regresados a Barcelona en 1948, y sus cuatro hijos reiniciaran lo que la guerra fagocitó. 

Viví una infancia sin padres. No sé lo que es vivir con mis padres. No sé lo que es una vida de familia, de ahí mi obsesión por crear una propia. A mis dos hermanos varones mi abuelo los metió en dos orfanatos catalanes y a mi hermana Georgina y a mí en un internado de monjas dominicas. 

La relación que tú estableces con tus padres en la infancia, esa especie de soporte que te acompaña, eso no lo hemos tenido ni mis hermanos ni yo. Me reencontré con ellos ya de mayor, pero la infancia perdida es irrecuperable. Al no tener recuerdo de mis padres los tengo mitificados. Ésta es la historia de mi último libro Luna Lunera. 

Su verborrea y su mirada parecen perder fuerza, invadidas por una cierta tristeza, por lo que viramos el rumbo de la conversación. Su tercera novela narra la historia de una familia burguesa barcelonesa en los duros años de la posguerra, con un abuelo autoritario y represor bajo cuya custodia viven sus nietos que son los que van contando la historia. 

Rosa, has ganado el premio Ciudad de Barcelona precisamente por Luna Lunera. Imagino que te ha dado felicidad recibir un premio de tu ciudad  

Sí, me gusta mucho. Barcelona es mi ciudad aunque haga años que no vivo allí. Mi libro se desarrolla allí y es muy duro con una clase social como es la burguesía catalana. 

Tengo la impresión de que no permaneces mucho tiempo en los sitios y en las cosas 

Yo siempre necesito alejarme y volver, y volver a alejarme y volver. Cuando mis hijos eran pequeños, por ejemplo, en verano los dejaba en una colonia francesa y yo seguía hasta Inglaterra donde me pasaba un mes en una habitación de unas ancianas en Oxford. 

No es tanto la necesidad de conocer otros mundos como la de alejarme del mío propio y volver a él. Cuando era joven siempre llevaba el pasaporte en el bolso. Me aterrorizaba el no tenerlo y una vez que la policía me lo retiró, crucé la frontera a pie hasta Montpellier donde me dijeron había un cónsul muy buena persona para hacerme otro. 

Necesito ir y venir de las cosas para saber exactamente cómo son. De todo: marido, hijos, amigos, amantes… Me agobia el sentirme anclada. Estoy hecha para vivir sola, soy feliz así aunque luego en verano me coja a mis once nietos más los nietos de mis hermanos y me los lleve a una casa que tengo en el Ampurdán. 

También creo que no he encontrado al hombre que me trate en plan de igualdad. Siempre hay un momento en el que te dice: “¿No se cena en esta casa?” ¡Si encontrara a un hombre que me tratara de tú a tú! 

Y el futuro, Rosa ¿Es algo inmediato o lo miras a largo plazo? 

No, yo vivo al día. Como mucho planifico de aquí a tres meses. A mí la cosa que más me hace sufrir es el paso del tiempo. No porque me vea vieja, no. Veo fotografías de mis hijos y me echo a llorar. Veo fotografías de mis nietos y lo mismo. El paso del tiempo me horroriza. Ver toda la gente que ha muerto, que esto y aquello ha desaparecido, que todo va a desaparecer… 

¿No será que en realidad a lo que tienes miedo es a la muerte? 

No, no. No es miedo a la muerte, sino al deterioro, ¿sabes? El paso del tiempo me produce una tremenda zozobra. Recuerdo una vez visitando un museo en Siria ¿Has leído mi libro Viaje a la luz del Cham? Bueno pues me acompañó el director en la visita y al despedirnos, era un tipo encantador, me dijo: “Adiós y que le vaya bien en su trabajo. El trabajo es un regalo de los dioses para que no nos enloquezca el paso del tiempo”. 

Ese mismo paso del tiempo ha devorado el tiempo de la entrevista. La espera una conferencia que ha de dar en apenas diez minutos. Nos despedimos con dos besos sinceros, un intercambio de buenos deseos, y una confesión rápida. A mi al igual que a ti también me aterroriza el paso del tiempo, Rosa. Pues a trabajar, trabajar siempre para no enloquecer, me contesta con un guiño cómplice mientras se dirige a la puerta de salida. 

 

  

Pilar Lebeña Manzanal 

 

 

 

 

Sobre Pilar Lebeña Manzanal 12 artículos
Periodista en diversos medios de prensa y audiovisuales. Profesora de inglés y español. Escritora. Lebaniega y sevillana a partes iguales...

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