Hace años nos obligaron en el bingo donde trabajaba por entonces para ganarme el pan a hacer un curso de psicología. Me ponía de muy mala leche aquello, porque teníamos que madrugar, pegarnos de 9 a 14 encerrados en una consulta y pagarnos la comida fuera de casa para llegar a trabajar a tiempo. Dormida acudía a clase antes de ir al curro preguntándome qué hacía yo allí, si total toda la psicología para tratar con ludópatas ya la conocía: convenía apartarse a tiempo de la mesa cuando empezaban a insultarte si hacía un rato que no cantaban y les daba por pensar que tú eras la gafe; era importante andarse con mil ojos porque casi ninguno te avisaba si te dejabas el billete sobre la mesa y devolvías los cambios. Yo sabía bien que para los jefes de sala las vendedoras éramos peones intercambiables. Las chicas íbamos y veníamos, con contratos de mierda, nos pasábamos la vida aspirando el humo de aquellos antros, el perfume caro de las joyeras y viudas ricas de la ciudad, llevándonos puesto el terrible olor a paraguas cerrado y ambientador que aún me persigue en sueños.
Pero la profesora, Encarna se llamaba, era buena psicóloga, desde luego. La última mañana del curso nos dijo s cada uno cómo nos veía. A mí me soltó que le daba pena que no hiciera algo más con mi vida. Que estaba segura de que cambiaría pronto aquello y me dedicaría a lo que me gustaba de verdad fuera lo que fuera.
Salí de aquel curso con la idea rondando mi mente. Ya no me abandonó. No volví a entrar en el trabajo como en el sitio que me iba a estar esperando siempre. Empecé a despedirme de todo lo que era mi rutina desde ese día. Aquella extraña pronunció palabras mágicas,quizás sin saberlo. Ese otoño volví a estudiar y poco a poco se ha terminado cumpliendo su profecía.
Trabajo en lo que me gusta y escribo cada segundo del día,con papel o sin él. A veces sé qué chavales de la clase necesitan justo que alguien repare en ellos por primera vez y les anime a hacer algo que valga la pena con su talento, sea este el que sea.
Nunca desdeñes decir palabra amable a quien lo necesita. Obra milagros.
Texto: Patricia Esteban Erles
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