Para la gente normal, entre las que me cuento, es difícil, muy difícil entender a los/as malvados. Esa gente que destila crueldad en frío, que parece normal pero guarda en sus adentros monstruosas intenciones. Podemos entender la violencia en caliente, incluso sabemos que es posible que en un momento de calentamiento pudiéramos hacer algo reprobable. Si vemos que atacan a un ser querido, incluso a alguien desconocido pero en desvalimiento la agresividad se puede descontrolar de forma inusitada. Hasta es posible que seamos capaces de matar, de golpear, de hacer daño ante un ataque, cuando el miedo nos viste de bestias. Pero ¿en frío? ¿Cómo entender los golpes, las incitaciones que los kapos de campos hacían a los perros para que enrabietados mordieran a las víctimas del nazismo que bajaban de los trenes de la muerte, sucios, hambrientos, desvalidos? ¿Cómo entender la ira fría que ataca al débil, a quien no puede defenderse, ni lo intenta? Resulta perturbadora esa furia ciega no provocada; la colera en frío, la que se produce como forma laboral, porque el sistema lo solicita y paga bien.

Explicaba Primo Levi que mejor que no entendiéramos el horror, de hacerlo empatizaríamos con quien lo produce y seríamos capaces de repetirlo. Mejor no entender…
Durante años estas páginas han intentado acercarles personajes honorables, que por causas diversas fueron ninguneadas, marginadas o asesinadas. Tenemos una amplia galería de víctimas del patriarcado, de la injusticia y del fascismo. Y está bien, seguiremos con ello.

Ocurre que he creído necesario poner el foco en los victimarios. Encender la luz que nos mostrase la cara, el nombre y las vivencias de los monstruos. De los/as verdugos que usurparon la tarea del odio para destrozar vidas, sociedades, reputaciones sin más fin que el cumplimiento de un deber que le imponía el fanatismo, el odio o las represiones personales. Un deber que es muy posible que ejercieran con gusto.
Les traigo un personaje en el que confluyen las características de la monstruosidad. Una mujer que tenía buen gusto, educación exquisita, era apreciada no solo por su familia sino por amigos y conocidos. Durante su jubilación cocinaba exquisitos macarrones para sus sobrinos nietos que la querían mucho y a los que mimaba con afecto.

Hay que volver al manido concepto de la banalidad del mal, recordando la cantidad de nazis criminales que desollaron vivos a cientos de miles de inocentes para luego convertirse en adorables ancianos preocupados por su jardín cuidando con esmero a sus nietecitos además de pasear amorosamente a sus mascotas.

Les reconozco la pulsión que me aqueja: me parece fascinante la mente humana que es capaz de concebir tales extremos. No hablo del padre amante que de noche se convierte en fiera depredadora y viola para satisfacer una pulsión insalvable. No, eso se entiende. Es un monstruo con una pulsión malvada. Me refiero a los personajes que sirvieron con celo a las aberraciones ideológicas hasta desnaturalizar su condición de humanas. Que fueron el brazo ejecutor de vilezas absolutas y al momento de salir del trabajo caminaban hacia la iglesia para rezar a un dios del amor.
Me refiero a las monstruas que cocinaban macarrones y jugaban con sus sobrinos mientras poco antes habían destrozado la vida de mujeres, habían permitido la muerte de miles de bebés, habían golpeado y habían quebrado almas para siempre.

¿De qué materia se forja el corazón de los verdugos que coparon el Patronato de Protección y de la mujer y la que les traigo enseguida? ¿De qué materia se formó el corazón de los torturadores, delatores, explotadores que condenaban a gente inocente? Recuerdo que leyendo las firmas de la sentencia de muerte de mi tío abuelo, de como se describía el tiro de gracia, pensaba perpleja ¿cómo es una persona que condena en frio a muerte a un chaval inocente?

La familia Topete, no tenía fortuna, pero sí arraigo en la aristocracia cercana a la realeza. El padre, Topete, era un abogado no excesivamente exitoso que le costaba mantener a la familia numerosa que había formado. Su mujer tenía una hermana mejor casada. Los cuñados de Topete veraneaban en San Sebastián muy cerca de la regente María Cristina y las dulces infantas que visitaban la Quinta Satrustegui muchas tardes veraniegas. Las hermanas Topete, primas de las privilegiadas Satrustegui compartían meriendas y muchas veces dormían en el palacete tratadas por los tíos como unas hijas. Con frecuencia heredaban los bonitos vestidos de sus primas sin apenas deterioro. También compartían juegos y merienditas con las infantas en las tardes al pie del Igueldo.

María Topete, observó una de aquellas tardes el voluptuoso vestido de la regente María Cristina ascendiendo por la escalinata de la Quinta Satrustegui con la vaporosa falda bailando con el viento mientras sus pies apenas tocaban el suelo. María Cristina parecía volar, pensó la pequeña María acrecentando su admiración por la realeza. Las infantas eran bonitas, con caritas redondas de niñas bien alimentadas cubiertas de lazos y guipures tal que una tarta de cumpleaños.
En ese mundo se crio la pequeña Topete. Un mundo que era una bonita burbuja de lujo, juguetes caros, decoro, piano tocado por manos femeninas y señorones que cocinaban sus negocios en sala aparte ahumados por buenos habanos que calcinaban el ambiente alejando de la suavidad de las damas que trasteaban en otra habitación, conversaciones frívolas.

Claro que de lejos María Topete y sus hermanas divisaban otro mundo. Un mundo diferente en donde había niños desarrapados, sucios, con las uñas vestidas de negro y grandes churretones por la cara y mocos pegados. También había mujeres que gritaban sin ton ni son y malas formas entre ellas. Eran la chusma, pensaban las doradas nenas de la Quinta Satrustegui. Los pobres. La gente menor que servía en sus casas con sumisión y solo así era aceptada o que vendía en los mercados que las fámulas visitaban de mañana.
Un día María escuchó una conversación que la llenó de rabia. Mientras cambiaba su bañador en una caseta de la Concha, una maledicente comentó que las Topete se daban mucho pisto, pero al fin y al cabo no tenían donde caerse muertas. Vivían a expensas de los Satrustegui, decía la malvada. María recordó los vestidos usados, la casa de veraneo que era un piso decente, pero nada que ver con el lujo de la Quinta, los sofocos de su madre cuando la tía le llevaba provisiones a la casa de Madrid. María Topete escuchó también que la maledicente afirmaba que con tanta hija (eran cinco) mal se verían esos padres para casarlas con una dote digna…

María debió de salir de aquella caseta con una semilla en el alma que luego germinó. Se dio cuenta de que era la pobre entre los ricos, la damnificada entre poderosos, ella que tenía el orgullo de una reina, los comentarios escuchados no fueron agradables.
Tiempo después se enamoró de un joven en uno de los veraneos de San Sebastián que la cortejó durante años. Se dice que tuvieron un escarceo algo subido de tono dentro de un armario, pero no es seguro. Lo cierto es que el joven se cansó de su frialdad, de la lejanía que un concepto religioso fanático imponía…y también de que su falta de dote y posibles la convertían en pieza desechable para un casorio opulento. No la debió amar demasiado porque, por las novelas románticas sabemos, que el amor lo puede todo y que los principescos efebos saltan sobre las clases sociales y desposan con chicas pobres pero honradas. No fue el caso. El joven Aznar (sí, menudo apellido) hijo de un naviero importante que disputaba al marqués de Comillas la primogenitura en el mar, se buscó otra joven para esposa y allá quedó María Topete con veintisiete años para vestir santos. Convertida en solterona, a pesar de unos ojos azules que parecían hielo del polo, una estatura más alta de lo conveniente y un porte aristocrático que la hacía caminar envarada tal que las reinas de sus sueños, esas que se casaban con príncipes.

Durante los años de la guerra, María fue encarcelada en el Convento de las Descalzas de la calle Conde de Toreno unos meses. Debió de pasarlo mal, incluso las arengó Dolores Ibarruri, que retiró la prohibición de rezos de rosario y de muestras religiosas, porque, afirmó Pasionaria, creía en la libertad aunque mejor harían en aprender cosas útiles. Tan bien habló a las presas que algunas de ellas, derechistas y católicas recalcitrantes, aplaudieron con ganas, lo que afrentó a María Topete porque ¿cómo era posible que una piojosa del pueblo se ganara el aplauso de las señoritas?
Su orgullo debió resentirse durante los meses de presidio y también en el tiempo en que se abolieron los privilegios de clase, tiempos en que cualquier desarrapado de los que antaño corría por el mercado de San Sebastián con las uñas negras y cascarones de restos de heridas viejas, tenía poder y mandaba más que las señoritas y los señores de puro y bombín.

El mundo se había volteado y a María Topete eso le debió de sentar fatal.
Como sea la etapa popular pasó y el uno de abril del Primer Año Triunfal, cautivo y desarmado el ejército republicano… La guerra había terminado y como no podía ser de otra manera, habían ganado los de siempre. La lógica se impuso ordenándose el mundo de María Topete de forma natural.

Ya no se prescribía una boda porque María andaba pasada por la treintena. Los hijos, por tanto, quedaban fuera de su futuro. María no debió de echar de menos el matrimonio porque le gustaba mandar. Observaba a los hombres en sus reuniones con los puracos y risotadas y le parecía que se divertían más que las mujeres con sus labores de caridad, tocando el piano o criando a la camada. El catolicismo acérrimo familiar, que condujo a tres de sus hermanas al convento, a ella, en cambio, la llevó hasta el departamento de Prisiones. En ese tiempo faltaba de todo. Las maestras, las funcionarias y el resto de los trabajadores del estado, habían sido fusilados o languidecían en cárceles o campos de concentración. El nuevo gobierno salido de la guerra necesitaba gente afín que cubriera los puestos estratégicos porque la criba había sido salvaje. María Topete, con sus antecedentes familiares no le costó nada vestirse de uniforme y pasar a dirigir la Maternidad de las Ventas.

La cárcel de Ventas fue creada por Victoria Kent con el fin de reinsertar a las mujeres que caían en delito. Sus salas limpias, con talleres donde ofrecer formación para reinsertarlas en una sociedad justa y equitativa ejemplo de lo que la República buscaba, se habían convertido en una cloaca donde las mujeres de noche se repartían los baldosines para dormir. La población penal de Ventas se había multiplicado por diez. La parte dedicada a las madres con bebés era una cloaca infame donde campaban el tifus, la sarna, la tuberculosis, los piojos, las cucarachas y las ratas validando el recinto como uno de los círculos más abruptos del infierno de Dante.

Y allí campó la Topete con cierta autonomía, solo coartada por la directora de la cárcel, Carmen Castro Cardús *, cuya familia era de ideología republicana, incluso había estudiado en la Institución Libre de Enseñanza durante años, aunque luego se convirtió en Quinta Columnista de los fascistas, estudió Farmacia y licenciándose de maestra del tirón por la falta de enseñantes que tenía el régimen debido los fusilados que residían en fosas sin nombre. Carmen Castro, no tenía la dureza de clase de María Topete, ni la crueldad intrínseca necesaria para ser verdugo, por lo que coartaba las ansias de la segunda para reconvertir la basura roja en algo menos indigno o eliminarlas del todo.

A las manos de la Topete habían llegado los escritos de un psiquiatra famoso, formado en Alemania con los prebostes de la psiquiatría nazi. Aprendió la eugenesia, la prioridad de seleccionar a la raza para que fuera pura y lustrosa y los métodos que despreciaban a las razas impuras; todo eso lo trascribió al llegar a la nueva España salida de la bota y la sangre de la Cruzada de Franco.
“A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella”.
“Militarismo social, que quiere decir orden, disciplina, sacrificio personal, puntualidad en el servicio, porque la redoma militar encierra esencias puras de virtudes sociales, fortaleza corporal y espiritual”.
Y para mejorar la raza era necesaria “la militarización de la escuela, de la Universidad, del taller, del café, del teatro, de todos los ámbitos sociales”.

Eran las ideas de Vallejo Nájera que exponía en cátedras y publicaciones.
También opinaba el psiquiatra en una de sus publicaciones famosas: “Psiquismo del fanatismo marxista. Investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes”:
“Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica labilidad psíquica, la debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales […] Si la mujer es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadoso débase a los frenos que obran sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones frenatrices de la impulsiones instintivas, entonces despiértese en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas. Caracteriza la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión […] aparte de que en las revueltas políticas tengan ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes

Junto a otro patriota de la medicina psiquiátrica, doctor López Ibor, tramitaron el pensamiento del gen rojo, que según ellos y avalado por pseudo estudios, tenían las mujeres de izquierdas, capaz de trasmitirse a sus vástagos por lo que era imprescindible alejar a las madres, contaminadas y contaminantes, de sus pequeños que con una buena educación y un ambiente católico y patriótico, podrían convertirse en sacerdotes o militares para el engrandecimiento de la España imperial.
Son los preceptos que fueron adoptados por la oficialidad, incluso salieron buenos alumnos de los prebostes, como el capellán mercedario Gumersindo de Placer que así justificaba la crueldad impuesta en 1947, como capellán del centro ya instalado en Ventas:
“Ni todo el día están juntos hijos y madres, ni sería conveniente tal convivencia. A fe de observador y pedagogo, que saldrían ganando las criaturas si muchas veces sólo viesen a sus madres a través de un cristal, para conocerlas, quererlas y mandarlas besos, pero no para sufrir su influencia moral o física”.

Porque había que separar a las madres de sus pequeños para salvarlos, esa era la conclusión. A esas teorías llegó María Topete con el entusiasmo de la fe y el convencimiento de poseer la verdad absoluta y la capacidad de imponerla al mundo.
En Ventas, su figura alta, los ojos de piedra azulada y el taconeo de sus impolutos zapatos producían el terror de las presas que nadaban en mierda mientras luchaban por mantener a sus bebés alejados del tifus, la sarna, la tosferina además de intentar alimentarlos con unos senos secos de puro hambre y miedo. Mientras la Topete y sus carceleras paseaban por los pasillos morían cada día decenas de niños. La tosferina los diezmó, así como cualquier infección de todas las posibles. A las católicos gerifaltes de Ventas no les preocupaba tanta muerte porque los bebés, libres de pecado como estaban, volaban hasta el señor convertidos en angelitos alados y hermosos.
Mientras las madres aullaban de dolor ante el cofre que contenía el frío bebé salido de sus entrañas, las dulces monjitas y las funcionarias como María Topete, sonreían pensando en la alegría del Señor con tanto angelito que le enviaban.

Petra Cuevas y Tomasa Cuevas, cuentan como cerraban la puerta a las madres para que no vieran a los bebés muertos con la gusanada activa desde el principio de pura miseria que habían padecido los cuerpitos antes de expirar. Años después Tomasa Cuevas se impondría la titánica tarea de contar lo vivido, de buscar y entrevistar a infinidad de presas para poner voz al genocidio de mujeres españolas y de niños que durante los años de la primera postguerra languidecieron y murieron dentro de las cárceles de la católica España.

Pero sigamos con María Topete. No le gustaba recibir órdenes de la dirección por lo que movió los trenzados hilos que mantenía con el poder consiguiendo que la cedieran un chalet cercano al Manzanares para instalar su invento. Una cárcel solo para madres con sus bebés, era algo que hacía soñar a las presas creyendo que algo de piedad era posible en el infierno. Decoraron el caserón con pinturas muy cuquis, pintaron a Pinochos en las puertas, limpiaron y acaldaron el caserón de paredes de papel y en septiembre de 1940 fue inaugurada la prisión maternal de San Isidro, actual Paseo de la Ermita del Santo, donde Topete fue nombrada directora con plenos poderes. Convertida en reina del horror, mandaba, con tanto vigor que ni el mismo Director de Prisiones podía toserla. Y ahí puso en práctica las teorías de su psiquiatra de cabecera, Vallejo Nájera.

Las presas que habían escuchado los parabienes que las esperaban en la nueva cárcel, desconfiaban por sistema, pero no pudieron obviar cierta esperanza de limpieza y de comida que amparara los ladridos de hambre de sus pequeñines. Pronto descubrieron la trampa. La prisión maternal de San Isidro no era más que un trampantojo que supuraba humedad del río porque las paredes eran de papel, no había calefacción ni agua caliente…ni agua por lo que el frío invernal las traspasaba matando a los bebés. La comida era incluso más pestilente que la de Ventas; para ellas un caldo viscoso y para los bebés una papilla espesa y marrón que vomitaban con fuertes arcadas, mientras las cuidadoras recogían el vómito para obligarles a volver a tomarlo.

María Topete impuso la norma de que madres e hijos debieran estar separados para no contaminarse de marxismo, de democracia y los pecados de rojas. Tan solo se juntarían una sola hora al día. El resto del tiempo, los bebés eran expuestos al aire en un patio, donde rondaban los cero grados. Las húmedas les llenaba los pulmones de frio mortal y la mierda de sus pañales les cocía vivos. A las madres lactantes se les reventaban los pechos por no poder amamantar y se cuajaban de grietas mientras los pequeñines bramaban de hambre.
Les invito a imaginar a una madre escuchando el llanto incansable de su hijo recién nacido mientras su pecho se abre en heridas por falta de lactante. Imaginen a las presas, carcomidas por los piojos, las infecciones y los golpes propinados por las bestias encargadas de su cuidado, escuchando el llanto del bebé y solo una hora para sentirlo y abrazarlo.

A Petra, que en Ventas le habían roto las muñecas, los brazos y la cabeza a palos, ensayando con ella las brutales descargas eléctricas, se le murió su bebé enferma de tosferina y atosigada por la fiebre, porque a María Topete no le dio la gana llamar al médico cuando las presas y la aullante madre clamaba por ello. Apalizaron a Petra Cuevas hasta dejarla sin sentido mientras amortajaban al bebé. Y ese fue un caso entre miles.
La cárcel de madres de San Isidro se convirtió en un picadero de carne además de una buena fuente de ingresos. Entre las presas había buenas costureras, bordadoras que trazaban primores en ropitas de bebé que las damas amigas de María Topete adquirían pensando en la obra de caridad que hacían, además de las hermosas confecciones que adquirían por cuatro perrillas. Entre los muros mohosos de la cárcel de madres de San Isidro dio comienzo el trasiego de bebés robados que María Topete colocaba en seminarios (hijos de rojas servidores de Dios, se relamía la fanática) los que eran feillos iban a las diversas inclusas del estado y los más lustrosos y bellos se repartían entre familias adeptas que los llevarían derechitos hacia el cielo que espera a la gente de bien.

María Topete durante los años cuarenta y cincuenta campó con un sadismo singular, torturando a madres y a bebés sin dar cuenta a nadie. En los sesenta, la España imperial había bajado los humos y sus barbaros métodos se atemperaron un poco.
Recibió medallas y honores por los servicios prestados al Estado. Le fueron concedidas a María Topete dos medallas de plata al Mérito Penitenciario y la Gran Cruz al Mérito Civil. La fecha de su jubilación en 1965 fue postergada dos años más a petición del entonces ministro de Justicia, Antonio María de Oriol y Urquijo, quizá porque consideraba que su obra perduraría por ejemplar.

https://carceldeventas.org/traslado-de-la-maternal-de-san-isidro-a-ventas/
Su vejez fue larga , vivió tranquila, acompañada de su hermana en un piso de la calle Velázquez hasta que murió plácidamente en el año 2004, a la edad de cien años.
Uno de sus sobrinos nietos fue uno de los militares que no se adscribió al golpe del 23 F, se trataba del general Aramburu Topete.
No hubo juicio de Núremberg para las verdugos del genocidio franquista. Ni justicia reparativa para las víctimas, por eso sentimos el deber de contarlo y ustedes de trasmitirlo, porque no fueron juzgadas pero la Memoria no puede dejan impunes a los monstruos.
María Toca Cañedo©

Les dejo lo contado por Ignacio Martínez de Pisón en el País sobre la directora de Ventas.
*¿Cómo vivió aquello Carmen Castro, a la que María Sánchez Arbós y otras como ella habían tratado de transmitir los ideales de la Institución, su fe en la construcción de un mundo más libre y más justo? Por testimonios de antiguas reclusas sabemos que Carmen Castro declinó hacer compañía a las 13 chicas mientras escribían sus cartas de despedida en la capilla de la cárcel. Según cuenta la socialista Ángeles García-Madrid en Réquiem por la libertad, esa ausencia pudo deberse a su precario estado de salud: su débil corazón difícilmente habría soportado «aquel engendro de justicia». La directora de la prisión no estaba pasando, en todo caso, una buena temporada: no mucho tiempo antes, su madre había muerto de bronconeumonía en una residencia de religiosas en Zaragoza.
- La propia García-Madrid recuerda unas palabras supuestamente pronunciadas por Carmen Castro a propósito de una ejecución anterior, la de dos hermanas acusadas de haber denunciado a un falangista. «Yo misma las he colocado esta mañana en el paredón. Los delitos de sangre hay que ahogarlos en sangre«, habría dicho. Sin embargo, según su hermana Matilde, fueron las propias condenadas las que le suplicaron que las acompañara en sus últimos momentos, en los que «querían ver una cara amiga», y aquel día Carmen Castro regresó a la casa familiar en un estado de desolación absoluta. Bendijera o no la política de venganza adoptada por las nuevas autoridades, lo cierto es que Carmen Castro no tuvo valor para mirar a los ojos de esas 13 inocentes que estaban a punto de ser asesinadas. Pero acaso lo más oscuro de este episodio sea que Carmen Castro ni siquiera llegó a tramitar las solicitudes de conmutación de la pena capital para las condenadas. La sentencia se conoció el 3 de agosto, y hasta el 13, ocho días después del fusilamiento, no llegaron las peticiones de clemencia al cuartel general de Franco, que se limitó a anotar en sus márgenes la E de «Enterado».
Lo cierto es que Carmen Cardus, quintacolumnista, directora de Ventas cuando fusilan a las 13 Rosas, no gestiona la solicitud de conmutación. Era Teresiana.

Testimonios de los actos de la prisión maternal de San Isidro regentada por María Topete.
- Carmen Chicharro, testigo del fusilamiento de las Trece Rosas en la plaza de toros de Las Ventas, entrevistada por Tomasa Cuevas.
- “Y a mí me cogió una mujer, parece que la estoy viendo, que me registró, era alemana la que estaba entonces, la Policía estaba a su merced, todo lo que aprendió la Policía española fue de la Gestapo […] Me bajaron a los sótanos y sacaron de los cajones de la mesa del despacho unos látigos, y haciendo “caricias” con el látigo me pusieron en cueros; me dieron en este riñón, que lo tengo hecho polvo, y luego, como comencé a chillar, me pusieron una mordaza; la mujer alemana me cogió por los brazos y me sujetó, y los otros me cogieron las piernas y me las pusieron así, como un tocólogo en un reconocimiento. La alemana me ató los brazos y las piernas y se marchó. Entonces uno se quitaba y otro se ponía, así hasta que me dejaron sin conocimiento, no sé el tiempo que me tuvieron allí, por lo menos tres o cuatro días. Yo no podía andar cuando me llevaban al Palacio de Justicia.”

Como dice Victoria Carrasco, “Tenía a los niños todo el día en el patio, tanto si hacía frío como si hacía calor, y a las madres no nos dejaban coger a los niños aunque tuvieran hambre, estuvieran sucios o lloraran”.

Petra Cuevas, cuya hija murió de bronquitis porque María Topete impidió que la viese un médico, lo corrobora:
“Era horrible, tú veías a tu hijo llorando y no podías hacer nada”.
https://feministes.cat/es/blog/mujeres-prisiones-represion-franquista
… yo que estaba recién dada a luz me pegué tal sobresalto [tras un incidente con un niño] que se me apostemó un pecho, con, con unas fiebres tremendas, sin poder cuidar a mi hija. Mi niña abandonadita, tose que tose, … Ya por fin me sajaron el pecho. Me tuvieron que hacer tres cortes por tres sitios y me mandaron al patio.
[…]
Mi hija, sin asistencia medica, cada día estaba peor, se pasaba las noches tosiendo. No pudo verla el médico hermano de una funcionaria .
A los cuatro o cinco días empeoró la niña, llamé a la funcionaria y le dije: “Yo ya no puedo más. Ustedes ven que esta niña se está muriendo” A todo esto la prisión estaba ya medio sublevada… al dar la noticia de que la niña se había muerto, toda la prisión se negó a salir al patio, se negaron a soltar a los hijos de los brazos y hubo un jaleo tremendo— A mi, entonces, me tuvieron que poner inyecciones para cortarme la leche. Era un médico tocólogo que al ver el cuadro se ve que le impresiono y se tomó interés por mi y dijo: “Esta mujer tiene que estar en la enfermería” y me tuvieron ocho días. (p.369)
Contado por la protagonista de la historia, Petra Cuevas https://www.villadeorgaz.es/orgaz-personajes-cuevas-7.html

“Fui a la primera que pusieron las corrientes (porque después han puesto corrientes a muchas). A mí me las pusieron con todo el voltaje, o sea, un enchufe cualquiera, me ataron a los cables y ya está. El médico cuando me iba a curar les dijo un día que llegó uno de los que me las habían puesto: “Esto es criminal”. Yo juraría que el que me lo puso fue Carlos Arias Navarro. Recuerdo que llegó un señor cuando me estaban interrogando y dijo: “Mira, yo he venido a ver cómo hacéis hablar delante de este retrato” (naturalmente el de Franco), y dijo uno de ellos: “Pero esta zorra no habla”.”Verás como habla”. Cogió un cable, lo enchufó y me lo ató. “Mira aquí están las cicatrices, aquí y aquí”. Cuatro cables me ató a las muñecas, que también tengo señal, ¿ves?. La que más se nota es esta que fue la que peor estuvo. Este dedo fue también el peor, porque en los dedos me enroscaron los cables como si fueran anillos… Me enchufaban y me volvían a enchufar con las manos empapadas de gasolina para que la corriente diese mas fuerte … Te voy a decir cómo estaría que hasta en las Salesas, cuando me llevaron, fueron los guardias a ver cómo había llegado. O sea, consideraban que era una de las peores en aquella época y a mi me parecía que las otras estaban peor que yo». (p. 362)
Bibliografía:
Ana Ramirez Cañil: La mujer del maquis (2008) y Si a los tres años no he vuelto (2011).[
Petra Cuevas: Presas: Mujeres en las cárceles franquistas (Antrazyt)

No tengo pàlabras para definr la indignacion que me sacude. Malditas malditos mil veces malditos. Lo mas lamentable es que nunca jamas se haya echo el mas minimo gesto por los gobiernos postfranquistas par impartir un munimo de justicia para tod@s esos seres, mujeres, hombres y niños que fueron masacrados en nombre de un Dios que bendijo una «cruzada», segun ellos la santa iglesia catolica.
Conocer estás historia nos ahoga de rabia, no crea Salvador que no dudo en referirlas. Pero creo que es una ínfima forma de hacer justicia con tanta víctima sin nombre. Gracias por su lectura.